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    Headhunters: Ladrones de cuello y corbata

    De Alejandro González27/10/2012

    Usualmente, en Latinoamérica se generaliza un juicio moral previo, respecto al concepto de delincuencia. Ésta se asocia a un ladrón de baja monta que ingresa en los hogares a robar lo que encuentre dentro de ella. El estereotipo no repara en otros tipos de delincuente, especialmente en aquellos que realizan grandes robos, más bien invisibles, vinculados a montos importantes de dinero. A estos muchas veces los caricaturizamos como “delitos de cuello y corbata”. El cine ha caracterizado estos delitos con elegancia, prestancia y una inteligencia superlativa por parte del hechor. ¿Pero qué ocurre cuando el delincuente es descubierto y además es perseguido por un “igual”?. Ese es el planteamiento inicial de Headhunters (Hodejegerne, 2011), película noruega dirigida por Morten Tyldum, en el que su protagonista Roger (Aksel Hennie) nos va narrando su vida de ensueño como caza talentos de una gran empresa (de ahí el título del film), y que como “hobbie” se dedica a robar cuadros de grandes artistas. Todo esto con el fin de mantener un elevado estándar de vida, que él mismo se ufana de llevar. Ojo, el tipo es un petiso de metro sesenta, en un país de vikingos, que no obstante tiene por esposa una verdadera modelo escandinava. Vive en una casa ultra moderna y lujosa, y maneja un Mercedes Benz del año. Se entiende, en ese contexto, su gusto por lo ajeno. Las cosas cambian radicalmente cuando conoce a Clas Greve (Coster-Waldau, el mismo de “Juego de Tronos”), un sujeto que postula a uno de los cargos en que Roger cumple la función de “Headhunter”. De ahí en adelante, la trama toma varios giros, algunos rebuscados, otros algo apresurados, pero que sirven para poner en marcha todo un thriller lleno de acción, adrenalínico, y de mucha intensidad.

    La caída libre del protagonista agudiza el interés del espectador, y lo sumerge en una trama más propia de “El Fugitivo”, invirtiendo los papeles de víctima-victimario planteadas inicialmente. Pero luego, la acción se descontrola como caballo loco. En un frenesí de desaciertos que el cazatalentos fugitivo, sortea de manera improvisada, algo que no guarda coherencia alguna con la parte final del film. Hay elementos destacables que pasan a un segundo plano, por la apuesta del director hacia la acción. Uno de ellos es la relación de Roger con su hermosa mujer, agobiada por el nulo interés de él por traer niños al mundo. Es una crisis que se esconde debajo de la alfombra y que él busca llenar mediante lujosos regalos. Medidas las carencias por el dinero, estira el chicle de su ambición para satisfacer el vacío que un vástago eventualmente llenaría. Como consecuencia, llegamos a un desenlace que tiene más de moraleja que de cierre inteligente y honesto. Es finalmente el nudo argumental, una fábula sobre los comportamientos equívocos de sus personajes, de cómo una mala acción llevada permanentemente en el tiempo trae aparejada una sanción. Su narración trae a la memoria el subvalorado film de David Fincher “The Game”, con el cual guarda algunas similitudes, en donde Michael Douglas recibe de “regalo de cumpleaños” de su hermano (Sean Penn) todo un desmoronamiento de su vida egoísta, solitaria y codiciosa, transformando al millonario en un monigote desorientado, sin tener las riendas de nada. Es por tanto, un viaje parecido al de Félix Baumgartne, cayendo desde la estratósfera de una vida llena de lujos y comodidades, a un suelo árido y hostil, en donde el personaje principal se redime de una manera abrupta. Demasiado quizás. Aquí es donde asoman las carencias. Falta esa oscuridad necesaria para comprar el producto completo, ese algo del cine negro más clásico, que con menos, contaba más. No son necesarios los fuegos artificiales, si el cielo de por sí ya es un espectáculo. Quizás, la pulcritud del alma nórdica, afloró casi de manera espontánea, robando veracidad, a un film que pudo ser redondo. Y no lo fue.

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