Shia LaBeouf decidió contar la pesada historia de su infancia en una especie de ficción y biopic que no escatima en duras escenas y fuertes golpes de crudeza.
El actor de 33 años no solo es el guionista de Honey Boy, sino también que también se pone al hombro la interpretación de su propio padre. Durante varios minutos LaBeouf luce irreconocible en el papel de James, un ex combatiente de Vietnam. Ex adicto y violento padre soltero, está a cargo de un niño actor y vive en un modesto complejo habitacional, renegando de prácticamente todo en la vida. James es un cartón lleno: machista, violento y abusivo con las mujeres, violento con su hijo, lleva un pasado oscuro a cuestas, es vago y carga una gran soberbia derivada de una gran inseguridad.
La dupla que rige la película está integrada por James y Otis, aka Honey Boy (apodo que el real Shia tenía en su infancia) y la dinámica de ambos está atravesada por los cigarrillos que el padre le entrega al niño como en un sistema de premiación y por el sueldo que el pequeño le paga al padre para que medie su carrera de actuación y, básicamente, lo críe. La madre aparece en referencias, comentarios y llamadas telefónicas, pero nunca se hace presente en el film, dejando bien en claro que lo que importa es la relación de ellos dos.
Tratándose de un hijo que escribe sobre su propio padre, LaBeouf compone un personaje complejo, de base erróneo pero con matices de bondad, sensibilidad y golpeado por la vida, que intenta saber qué hacer con este niño que ha sido producto de una relación violenta pero que falla a cada paso. La desolación, la falta de afecto y la constante crítica que recibe el niño van en un in crescendo y logra incomodar fríamente, mostrando una relación más de padre e hijo; ciertamente no la convencional e ideal, pero sí real.
Honey Boy tiene el tono de los films indie norteamericanos, con personajes abandonados que no encajan en el sueño americano y recorren los bordes de la sociedad; similar en muchos aspectos a la propuesta de The Florida Project (2017). Este niño actor crece y el film opera con permanentes flashbacks para explicarnos por qué su actualidad de adolescente o joven adulto lo encuentra en un centro de rehabilitación, incapacitado para funcionar en sociedad, con fuertes ataques de ira y adicción al alcohol. El tormento es constante en la narración, que deja pocos momentos (agri) dulces para el espectador como la tierna relación de Otis con su vecina, que también es una niña y es prostituta.
La película se pega bastante a la vida de Shia LaBeouf aunque, por supuesto, hace uso de las licencias de la ficción. Así, se termina componiendo como un relato de exorcismo, catártico, pero también como un homenaje, sobre todo cuando vemos las fotografías finales de los créditos. El guion fue escrito por LaBeouf en rehabilitación, al igual que vemos en el film, como un ejercicio encargado por su terapeuta. Así, los planos de la ficción y la realidad coquetean mutuamente todo el tiempo en el film, logrando un interesante cruce.