Cuando la mirada del resto acecha, los rumores se vuelven enormes voces en la cabeza de un sujeto y lo persiguen hasta denigrarlo, cuando todo lo construido se destruye a través de una simple sospecha y la mentira se enfrenta en una lucha mortal con la verdad… los seres humanos se involucran en una sanguinaria y depredadora cacería. El director Thomas Vinterberg nos entrega un excelente film que tiene como protagonista a Mads Mikkelsen, quien gracias a su actuación en este film ganó el premio a mejor actor en Cannes 2012. Lucas es un maestro de jardín, muy querido por los niños que, en lo particular, lleva una vida bastante solitaria y con problemas con su ex mujer y su hijo. A partir de la mentira de una niña del jardín, el pueblo entero se volverá en contra de Lucas acusándolo de pedófilo; perderá su trabajo, el respeto de los demás, sus amistades y en fin, su libertad y la vida que había construido. Lo interesante de esta historia no reside en la novedad, sino en la construcción de la psicosis colectiva como producto de una acusación inocente y fabulada. La expresión “pueblo chico, infierno grande” aquí se despliega con maestría y terror. En una sociedad conservadora y machista, cada habitante del pueblo toma posiciones extremas frente a algo que no está claro del todo, poniendo como bandera la institución familiar y la inocencia infantil; así, Lucas queda como chivo expiatorio de la hipocresía general. Como ya había mostrado en su aclamada película “La celebración”, Vinterberg propone un disparador simple y desmorona todas las estructuras familiares y sociales que penden de un hilo. Otro punto a destacar en el film es la actuación de Mikkelsen que cobra gran poder cuando se produce la transformación: Lucas debe adaptarse a un nuevo orden de cosas, a una sociedad que lo odia, lo acusa y lo acecha cual un venado en un día de cacería. Así se encuentra el personaje: desvalido, en completa debilidad y esperando ser devorado por sus acusadores que cada vez más se convierten en una bola de nieve cargada de delirio. Tanto es así que ni siquiera encuentra la suficiente fortaleza para defender su inocencia (lo cual puede instalar la duda sobre la verdad del asunto en el espectador) y ni bien empeora su situación, su carácter va siendo cada vez más depresivo y abandonado. Exceptuando por algunos momentos en que la impotencia le gana y desata la ira sobre la hipocresía de sus amigos, lo cual agrega significativa tensión y dramatismo al film. La cacería es una película, ante todo psicológica y con grandes cuestionamientos morales. Todos los personajes están presentados a medias, su interior no se descifra del todo y esto crea el clima confuso y agobiante. Lo central de la historia es la causa común en la que se une todo un pueblo atravesada por la incertidumbre de la verdad o la mentira. A partir de la declaración de la niña, se efectúa un despliegue psicológico de todos los personajes, donde el espectador va cambiando de posición según las argumentaciones y sucesos. Esta película trabaja a partir de la anécdota para desarrollar temas más profundos y complejos y presentar al ser humano en su estado más puro de animalidad, como un auténtico depredador que se mueve en masa, acechando ciegamente a la víctima.