Jonas Mekas falleció el miércoles 23 de enero a sus 96 años de edad y es necesario reconocerlo como una de las figuras más importantes del cine independiente por toda su trayectoria que fue, más que técnica, una cuestión sanguínea. Acostumbrado a la cámara como una extensión de su brazo, el director de origen lituano radicado estadounidense, dejó para la cinefilia años de material que hicieron de su vida su obra fílmica, tomando la realidad como materia prima. Mekas estaba completamente alejado de la ficción, pero tampoco es justo considerarlo un documentalista, con la rigidez que el concepto expresa. Quizás el término que más le corresponde es el de poeta, ya que con imágenes expresaba fragmentos de belleza que pasaban delante de sus ojos y su lente.
Las películas de Jonas Mekas son muy particulares, ya que verlas es aprender de su vida, conocer a sus familiares, sus amistades y sus colegas. En su cine la mirada del director es el motor de la narración y el montaje es la herramienta máxima de expresión. Mekas se exilió de Lituania por el nazismo y encontró en Nueva York una cuna de la contracultura donde sirvió de referente, no solo para el cine, sino para toda una gama del arte que estaba en pleno florecimiento como algo que exigía ser diferente. Allí se volvió en uno de los padres del cine experimental al encontrar en su cámara la pluma de su diario íntimo.
En Nueva York estuvo al frente de una nueva ola cinematográfica llamada New American Cinema, donde lo acompañaron personalidades como Andy Warhol, Maya Deren, John Cassavetes, Stan Brakhage y su hermano Adolfas Mekas, quienes proclamaban su oposición frente al sistema hollywoodense de hacer películas. También fue el fundador de la organización Anthology Film Archives en 1970, que sigue con vigencia hasta hoy; y de un nido llamado Film-Makers’ Cinemateque, donde se proyectaban películas que no tenían la posibilidad de llegar a las salas comerciales. Mekas siempre celebró la diversidad audiovisual en todas sus ramificaciones y se encargó de mostrarle al mundo las distintas perspectivas del séptimo arte insistiendo en la vanguardia como un estandarte.
Entre montones y montones de películas, sus obras más reconocidas fueron The Brig (1966), Walden (1969), Reminiscences of a Journey to Lithuania (1972), Lost, Lost, Lost (1976) y As I Was Moving Ahead Occasionally I Saw Brief Glimpses of Beauty (2000), que acumulaba imágenes recolectadas durante 50 años. Jonas Mekas también se relacionó con celebridades como Mick Jagger, John Lennon y el poeta beatnik Allen Ginsberg. De su influencia encontró en la forma del haiku y de la correspondencia, nuevas formas cinematográficas narrativas. Una de sus películas es una serie de cartas que se mandaban con el director español José Luis Guerín, donde en vez de escribirse, filmaban y se lo mandaban recíprocamente.
La forma de filmar de Mekas experimentaba con distintos soportes, empezando por cámaras de 16 milímetros hasta llegar al video digital. Sus películas se brindan de la voz en off para dar con un aspecto poético mayor: Mekas no era solo cineasta sino también escritor. Por eso supo encontrar la síntesis de la imagen y el sentimiento que fluía de cada fotograma, y utilizó su voz como un arma más. Película tras película, se aprende a encariñarse con su sonido cada vez más avejentado, hasta llegar a su réquiem haciendo de su muerte su última escena. Si su colega Stan Brakhage filmó el nacimiento de su propio hijo y lo hizo parte de su filmografía, no será extraño encontrar en un futuro a alguien que haya filmado el último suspiro de Jonas Mekas para darle un punto final a su filmografía y que pueda descansar en paz.
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Foto principal: Wei Gao.