En 1933, King Kong hizo su primera aparición en el cine en la película homónima dirigida por Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack. A partir de allí, se convirtió en un icono de la cultura popular, protagonizando muchas otras cintas que hasta la actualidad se siguen produciendo, como King Kong (2005), Kong: La isla calavera (2017) y Godzilla y Kong: El nuevo imperio (2024).
Sin embargo, durante los años 30, el estudio RKO (a cargo de King Kong), tomó una decisión que perjudicó la imagen de esta figura emblemática del cine de aventuras. En ese momento, la compañía no estaba pasando por un buen momento económico y fue King Kong la que la salvó de la declive al recaudar más de 10 millones de dólares. Por eso, se les ocurrió convertirla en una franquicia.
¿Cuál fue el problema? RKO planificó estrenar la secuela para ese mismo año, 1933, pero el apuro por hacerla tuvo sus consecuencias. Por un lado, la cinta tenía un presupuesto menor que la anterior y, además, un guion que no estaba terminado ni mucho menos para ser rodado con tanto apuro. Si a eso se le suman los efectos visuales “reciclados”, el resultado no podía distar mucho del fracaso. Y eso fue lo que pasó.
El hijo de Kong (así se tituló) no tuvo la misma calidad de su antecesora y sus problemas eran demasiado evidentes como para ignorarlos. Tras el estreno, las malas críticas no tardaron en llegar y el fracaso hizo que el interés por King Kong se esfumara muy rápido.
Recién en los 60 apareció Japón, que tomó a esta criatura y la puso en el centro de películas como King Kong vs Godzilla (1963) y King Kong escapa (1967).
Por su parte, Hollywood volvió a “darle bola” en 1976, cuando Jessica Lange y Jeff Bridges protagonizaron la remake King Kong de John Guillermin. Desde ahí, esta criatura comenzó un verdadero camino de éxitos en el cine estadounidense.