La Haine cumple 25 años y hoy parece más actual que nunca en sus objetivos políticos, ideológicos y de visibilización. Estrenada en 1995, esta película francesa cuyo título fue traducido como El odio, relata el día completo de tres amigos pertenecientes a los suburbios parisinos. Mientras tanto Abdel, otro amigo, está internado en coma luego de haber sido herido por la policía.
Hay un leit motiv en la película: “Por ahora todo bien”. Esa frase se repite y cada vez va teniendo menos verdad, pero es lo que el director logra transmitir al espectador: una inquietante calma que precede lo peor. En el status quo se van cociendo situaciones a punto de explotar. Para esto, el recurso del tiempo que se marca en la pantalla de tanto en tanto, se vuelve una herramienta más que efectiva.
Como antecedente de La Haine se cuenta el asesinato de Makome M’Bowole, un chico de 17 años que la policía mató de un tiro en abril de 1993. Este hecho despertó un fuerte odio entre los habitantes jóvenes de los suburbios con la fuerza policial, iniciando una guerra desarrollada en manifestaciones y enfrentamientos. Este es el hecho que hace nacer la película de Mathieu Kassovitz y la convierte en un grito histórico en el momento para luego ubicarla en el espacio de lo atemporal.
En el film, la policía es el enemigo incuestionable, aquellos a los que no se saluda ni siquiera sin son “buenos”. El trío que lidera la película está compuesto por Vinz (Vincent Cassel en una inolvidable interpretación), Hubert (Hubert Koundé) y Saïd (Saïd Taghmaoui); judío, negro y árabe, respectivamente. Los tres transitan las calles de los suburbios en una actitud de pertenencia al tiempo que su mera circulación parece ser un delito en sí mismo.
El espacio de los suburbios y específicamente los complejos de monoblocks son un personaje más de esta película que entiende de lo condicionante que se vuelve el territorio a los ojos de las “fuerzas de la ley”. Una de las escenas más recordadas de la película es aquella que muestra el patio concéntrico de los distintivos monoblocks de los suburbios mientras desde inmensos parlantes suena un mashup de Cut Killer entre Edith Piaf y “Sound of da Police”. Así, la tradición clásica francesa se mezcla con el sonido del hip hop y las problemáticas de los suburbios, creando una escena tan icónica como poética.
La cultura callejera es el telón de fondo por el que discurre la historia y por la que transitan estos personajes: los grafitis gritan lo que ellos no enuncian, el break dance y el hip hop transparentan una cultura colectiva en pleno auge en los 90 y facilitan la pertenencia, identidad y unión. Esto sucede frente a una París letrada, donde las muestras de arte no tienen lugar para los suburbios y donde un tren perdido puede significar la desgracia. La ciudad de las luces, con una Torre Eiffel hecha solo para las películas, está completamente escindida de lo que sucede en los márgenes. El anonimato de estos tres personajes se traduce en su invisibilidad para los capitalinos, aunque en su propio barrio están también en constante peligro.
La Haine es una exquisita pintura de época, una imagen en blanco y negro de las problemáticas que se atraviesan en los suburbios de un país de “primer mundo”. Un documento descarnado del abuso policial y racismo: el manifiesto de jóvenes que intentan pensar en el futuro aunque no alcancen a avistar un horizonte.
Los casos de gatillo fácil en nuestro país, el resonante hecho de George Floyd en Mineápolis este año e incontables situaciones donde el abuso policial es la cristalización del odio ponen a La Haine en permanente actualidad.