La vuelta a los cines luego de la pandemia tuvo como protagonista a La noche más larga, una película cordobesa dirigida por Moroco Colman que aborda el escalofriante caso de Marcelo Mario Sajen, quien fue responsable de más de 100 violaciones en la ciudad de Córdoba y actuó con impunidad desde 1991 hasta 2004, año en el que el caso tomó relevancia en los medios y en las calles.
Este momento histórico que golpeó a Córdoba y mantuvo aterrorizadas a miles de mujeres dejando al descubierto la ineficacia de las instituciones así como el sostén de una sociedad patriarcal que permitió la sistematización del delito, es retratado en este film.
La premisa de esta película asegura una tarea difícil. Contar los crímenes sexuales sobre los cuerpos de las mujeres, retratar a un violador local que actúa en las calles que conocemos, en los espacios conocidos y tan cercano en el tiempo, tiene muchas implicancias. Tal vez en este último punto es donde Colman más se luce porque desoye la tradición de gran parte del séptimo arte que romantiza a los criminales o intenta encontrar explicaciones a sus comportamientos, llegando a adentrarse en su psicología más que en sus actos.
La noche más larga es el relato del horror y Sajen, interpretado con maestría por Daniel Aráoz, es un hombre sin matices: un violador descarnado. El efecto de repudio y el impacto tanto emocional como ideológico lo logra justamente porque no intenta acercarnos en ningún momento a él ni mostrar aspectos de su vida, solo lo despreciable.
Este aspecto es muy valorable teniendo en cuenta que el cine nos ha dado en demasía criminales romantizados con los que terminamos empatizando o idolatrando: solo basta pensar en Alex DeLarge (también un violador) de La naranja mecánica (1971) o el retrato de Robledo Puch a cargo de Luis Ortega en la película El ángel (2018) donde los criminales terminan siendo personajes “entrañables” siempre reforzados desde el atractivo físico.
La noche más larga es una película que no deja indiferente al espectador porque logra presentar un caso real de manera concisa e impactante, aunque este aspecto puede haber sido utilizado en demasía. Es en algunas de las escenas de las violaciones que el director elige el impacto total con un relato de la cámara que se detiene de manera aturdidora pero confusa sobre el cuerpo de la mujer abusada. Es allí donde la película se excede y donde aplica el concepto de innecesariedad, con una elección casi pornográfica para mostrar el horror.
Por otro lado, lo que sí funciona de maravilla es la música a cargo de Juan Sorrentino, que se convierte en cuchillazos a los oídos, logrando que el espectador vivencie un fino porcentaje del hastío.
En sus pocos minutos de metraje, la película -basada en el libro de investigación periodística La marca de la bestia de Dante Leguizamón y Claudio Gleser-, logra relatar el caso de manera completa y con precisión histórica. El barrio de Nueva Córdoba, espacio de la ciudad elegido por el violador para sus ataques, tiene un protagonismo fundamental y logra ser excelentemente retratado con las elecciones técnica de Colman.