Desde los comienzos del género terror y ciencia ficción en el cine, los monstruos más populares siempre fueron masculinidades. Nosferatu, Drácula, Frankenstein, El fantasma de la ópera, El Gólem, Fausto, entre otros. Todos monstruos, ninguna monstrua.
Pero antes de seguir con este recuento, es necesario diferenciar al monstruo de lo monstruoso dentro del cine. Porque se pueden distinguir hechos o contextos que encarnan cuestiones tan terribles que pueden ser considerados monstruosos, incluso sin la necesidad de un individuo que sea efectivamente un monstruo. Del mismo modo ocurre con aquellas películas que mezclan el terror con el género policial o el suspenso. La enfermera Ratched de Atrapado sin salida (One Flew Over the Cuckoo’s Nest, 1975) o Anni Wikes de Misery (1990) son monstruosas, pero no conforman estrictamente un monstruo desde nuestra perspectiva.
En cambio, sí consideramos monstruos tanto a aquellos seres que ejercen deliberadamente maldad, como a aquellos que lo hacen en tanto sujetos de una maldición o posesión. Por otra parte, no incluimos como monstruos a quienes son portadores de alguna anomalía física ya sea de nacimiento o infligida a lo largo de la vida, pero sin tener una maldad en sí, como ocurre con Gwynplaine en El hombre que ríe (The Man Who Laughs, 1928), el grupo circense de Fenómenos (Freaks, 1932) o Christiane en Los ojos sin cara (Les yeux sans visage, 1960).
De aquí en adelante se llamarán concretamente monstruos y monstruas a aquellos seres que en primer lugar cumplan con lo mencionado y que, a raíz de poderes sobrenaturales, sean capaces de realizar acciones que generan daño a otro. Aquel daño puede ser deliberado, sin razón ni piedad, pero también puede ser en defensa propia o búsqueda de justicia; en ese caso el problema es que los monstruos no controlan sus impulsos, entonces cometen crímenes por causas que no justifican tales medios. Luego, no todos pero sí muchos suelen ser híbridos que tienen algo de vivos y algo de muertos o de humanos, pero también algo de algún animal mezclado con alguna cualidad malvada. La figura del vampiro es una de las más ilustrativas: tienen una parte viviente y una parte que murió hace años y además es una mezcla de ser humano, murciélago y deseo incontrolable de sangre humana.
Ahora bien, nos encontramos con una dificultad si se quiere encontrar monstruas popularmente conocidas en los comienzos del cine como ocurre con los monstruos. Dentro del cine mudo directamente no hubo. E incluso después, con la llegada del cine sonoro y el correr de los años, fueron apareciendo cada vez más pero no en la misma cantidad, protagonismo ni reconocimiento entre el público. Quizás esto se deba a una “tradición”, en parte heredada de la literatura, en donde las feminidades solían jugar papeles como el de doncella en apuros, víctima o incluso cómplice, pero nunca monstrua. Quizás también sea reflejo de la sociedad misma, en donde la mujer tuvo que esperar -incluso mucho después del nacimiento del feminismo- para ganar derechos y protagonismo dentro de algunos sectores de la vida real. Quizás, como en tantos otros espacios ficcionales y no ficcionales, su representación tuvo que aguardar dentro de otras figuras vinculadas a la delicadeza, la fragilidad, lo bello y hasta lo heroico o lo malvado, pero no a la hibridez, la deformidad y la fealdad que solo los monstruos pueden encarnar.
En todo caso, tampoco hay que olvidar que todas estas representaciones son creadas por varones: quedará para otro momento hablar de monstruas donde las directoras y guionistas de las películas sean mujeres, como es el caso –por mencionar uno entre tantos- de Una chica regresa a casa sola de noche (A Girl Walks Home Alone at Night, 2014), película dirigida por Ana Lily Amirpour contando la historia de una vampira que poco tiene que ver con el Conde Drácula. Como sea, la llegada de las monstruas demoró y se diferenció en muchos sentidos, razón que no podría ser más justa e interesante para traerlas al mundo de los vivos al menos por un rato.
La llorona
1933 – Dir: Ramón Peón
Adelantándose a las más clásicas monstruas de La Universal aparece La llorona, que además es considerada la primera película de terror mexicana. La llorona encarna aquí al monstruo que representa al fantasma: a diferencia del muerto vivo que es resucitado por otras causas, el fantasma suele volver por motus propio a la vida y para vengarse de algo o alguien.
La película está basada en la leyenda popular pero con una adaptación más libre. No es la llorona integrante de una familia de la población originaria mexicana durante la conquista española que ahoga a sus dos hijos en el río y luego se mata tras ser abandonada por el padre de los niños, un conquistador y miembro de la familia real española. Aquí la llorona sí es parte de la población originaria pero tiene un solo hijo. Este hijo sí es fruto de la relación con un miembro de la realeza española pero ella no lo mata, sino que desesperadamente busca recuperarlo después de que autoridades de la tropa de la conquista se lo quitan para llevarlo con el padre.
De esta forma, la llorona antes de convertirse en fantasma queda desesperada e incluso mentalmente enferma pero no mata, el giro es distinto: la llorona junto a su familia se quedan como servidumbre de generación en generación de una familia española que se instala en México; y una vez que la llorona muere vuelve a la vida cuando el primogénito de cada generación cumple cuatro años, que es la edad que tenía su hijo cuando se lo arrancaron de los brazos. En esta aparición fantasmal no tiene piedad: rapta al niño y se lo lleva con ella al más allá. La película muestra cómo incluso en algunos casos la llorona también poseyó a la madre que, pasando una situación muy similar en la que el padre quería quitarle a su hijo, dice “será mío o de nadie”, toma un cuchillo, mata al niño, luego se mata ella y finalmente vemos la sombra de la llorona abandonando el cuerpo, habiendo logrado su cometido.
La novia de Frankenstein
1935 – Dir: James Whale
Se trata del primer monstruo femenino del histórico y famoso estudio cinematográfico estadounidense Universal Pictures. Si bien es una secuela de Frankenstein de Mary Shelley, no existe un libro dedicado a la historia de una posible novia del monstruo de Frankenstein, por lo cual el guion de esta película tienen base en una novela y a partir de ahí se construye casi íntegramente para ser película. En este sentido, es interesante que en primer lugar la película comience con la autora de la novela Frankenstein, Mary Shelley, junto a Percy Bysshe Shelley y Lord Byron; vemos a los tres prestigiosos escritores conversar sobre la novela, y Byron le dice a M. Shelley que no entiende cómo de tan delicadas manos pudo haber salido una historia tan escalofriante, a lo cual ella contesta “en nuestros días hace falta más que una historia de amor” para luego comenzar a explicar el verdadero final de la novela, que concluiría con la llegada de la novia del monstruo de Frankenstein (porque, como es sabido, Frankenstein es el inventor del monstruo, el monstruo no tiene nombre). Además, la actriz que interpreta a Shelley es Elsa Lanchester, que será la misma que interpretará más tarde el papel de la novia.
Ambos son guiños que nos ayudan a pensar la feminidad-monstruo exactamente como correlato: son sutilezas, aún no hay un gran despliegue del tema, pero empieza a haberlo en estos gestos. Porque lo cierto es que, a nivel narrativo, esta novia, creada igual que el monstruo con partes del cuerpo de distintos cadáveres y el poder eléctrico de los rayos de una tormenta, aparece menos de diez minutos en pantalla, en un film que dura más de una hora. El protagonismo lo siguen teniendo el monstruo, el doctor Frankenstein y un nuevo personaje que además es quien viene con la idea de la novia, el doctor Pretorius. Sin embargo, más desde lo visual quizás que desde lo narrativo, esa mujer de pelos inflados con un rayo de cada costado se convirtió en una figura emblemática. E incluso en esa breve aparición tiene una acción que no se espera de ninguna novia: rechazar a quien le habían impuesto para formar un matrimonio arreglado.
La hija de Drácula
1936 – Dir: Lambert Hillyer
Otra vez una secuela, otra vez la Universal y otro guion casi íntegramente escrito para cine. Sin embargo aquí el protagonismo de la monstrua es mucho mayor. Se trata de la Condesa Marya Zaleska, quien (como cualquier otro vampiro) asesina gente bebiendo su sangre, tiene vida eterna, solo puede deambular de noche, no se refleja en los espejos, la única forma de matarla es clavando una estaca en el corazón, etcétera.
Y aquí se puede ver muy bien esta cuestión del impulso de los y las monstruas: la película empieza cuando ella cree haber terminado con la maldición de ser vampira que heredó de su padre, pero cuando se da cuenta que no es así vuelve a entrar en desesperación y acude a su psiquiatra, el doctor Jeffrey Garth, para que a través de la hipnosis le “cure” el vampirismo. Ella sufre esta condición pero no puede evitarla: está, valga la redundancia, en su sangre, y se manifiesta en un impulso que ningún tratamiento puede controlar ni mucho menos curar.
Por otra parte, en este caso la monstrua no solo no tiene un aspecto “temeroso” sino que es muy hermosa, además de ser pintora y demostrar tener mucho conocimiento. El espectador y espectadora pueden llegar a empatizar incluso con ella por la manera en que se muestra su padecer psíquico: su soledad ante no poder tener amigos o un amante y los grandes esfuerzos que intenta realizar para resistir el impulso, la frustración y la culpa que la inundan cuando ve que no ha podido. Y siempre dejando en claro que no se trata de una elección, que ella no eligió nacer para llevar esta vida, culpando una y otra vez a su padre.
La mujer avispa
1959 – Dir: Roger Corman
Esta monstrua que quizás no goza de gran popularidad como las anteriores, viene de la mano del maestro estadounidense del cine del terror y clase B Roger Corman y es además una historia original para el cine con una monstruosidad ideada desde un principio para ser feminidad. No existió antes un hombre avispa, y esto es todo un acontecimiento aunque, de nuevo, la popularidad en el mundo no sea como el de, por ejemplo, las monstruas de la Universal.
Por otra parte, aquí la monstrua tiene otra vez un real protagonismo y toda la historia gira en torno a ella, Janice Starlin. En su vida antes de ser monstrua, Janice era presidenta de una importante empresa de cosmética y es allí donde entra en contacto con el científico Zinthrop, quien le muestra este nuevo elemento proveniente de la jalea que producen las avispas y que promete hacer una crema rejuvenecedora. Esta crema no solo parece ser muy exitosa sino también la salvación de la ruina para la empresa que estaba muy cerca del quiebre. Lo que no deja de ser un correlato de la época es esta exigencia de la mujer por ser joven, también bella pero por sobre todo portadora de una juventud ligada al éxito y todo lo bueno, mientras que el envejecimiento representaría todo lo contrario.
En cuanto a la monstruosidad, en el caso de Janice aparece cuando se obsesiona con la crema al verse cada vez más joven, la usa compulsivamente y en cantidades excesivas, y una parte de su ser comienza a mutar por algunas horas en avispa. Este costado de avispa no es neutral, es malvado, muy peligroso y criminal: no tiene piedad con sus víctimas y Janice, que es consciente de todo al igual que la Condesa Zaleska, lo padece pero no puede controlarlo.
La loba
1965 – Dir: Rafael Baledón
Volvemos a México para hablar de la primera vez que aparece la versión femenina del hombre lobo en cine, desde aquel El hombre lobo (The Wolf Man) de la Universal en 1941. En este caso no termina de quedar claro si la afección de Clarisa, la mujer loba, es por herencia o por una maldición, ya que ningún otro miembro de su familia la tiene. Como fuera, todas las noches de luna llena, su padre, el profesor Fernández, hace algo raro: encierra a sus dos hijas en sus habitaciones pero le deja a Clarisa un pasadizo por donde salir a buscar a sus presas.
Otra paradoja de la película es que el doctor Barstein, amante de Clarisa y ayudante del profesor por ser especialista en licantropía, también es un hombre lobo, o padece licantropía. Porque aquí de nuevo el padecer… Sin embargo, tenemos otro guiño: el varón sabe perfectamente lo que le pasa y es un estudioso al respecto mientras que Clarisa está cautiva y no recuerda en absoluto nada de lo que sucede, ella no sabe que es una mujer loba. Tiene recuerdos muy vagos y hay un padecer pero no tan fuerte como el que lleva quien sabe, quien tiene conocimiento de su condición, como sucedía en el caso de la Condesa Zaleska y de Janice Starlin. La transformación también es interesante, ya que si bien como el hombre lobo su cuerpo se llena de pelos y sus manos se transforman en garras, a Clarisa le crece el pelo casi hasta la cadera, pudiendo haber sido tranquilamente una inspiración para el personaje de Samara en La llamada (The Ring, 2002).
Embrujada
1976 – Dir: Armando Bó
Para ilustrar el caso de “la poseída” se podría acudir a una representación previa que es la de Regan en la película estadounidense de 1973 El exorcista (The Exorcist). Sin embargo, el caso de Embrujada no tiene tanta diferencia en el tiempo y es una de las primeras figuras de este tipo de monstrua en América Latina. Como sucede con La llorona, la monstrua, Ansisé, interpretada por la icónica Isabel Sarli, pertenece a una población originaria, en este caso la del pueblo guaraní.
Si bien Ansisé tiene una conexión misteriosa con sus raíces, por un tiempo las olvida porque es tomada por Eduardo, interpretado por el mismo Bó, director de la película. Eduardo es dueño de un campo en Misiones en donde se trabaja la caña de azúcar; en una situación de total cosificación él “le pide” a Ansisé al cacique del pueblo, quien acepta el pedido sin restricciones. Ansisé es así llevada por Eduardo a Buenos Aires, donde se casan y él “la educa” (sus palabras); pasan algunos buenos años pero un buen día regresan a Misiones y Ansisé se reconecta con sus raíces nuevamente y comienza más que nunca a desesperarse por tener un hijo. Con Eduardo han intentado e incluso consultado con un médico pero no lo han logrado hasta entonces, algo que ya muestra un conflicto en la pareja y se vuelve la causa del malestar creciente de Ansisé.
Sin embargo, la monstruosidad de Ansisé se despliega cuando en este viaje a Misiones es poseída por El Pombero, un espíritu mítico de la cultura guaraní, en el que muchos no creen, pero aquí puede verse más que real y malvado. Bajo su posesión, Ansisé sigue en la búsqueda de un hijo pero al mismo tiempo, tal como le ocurre a Clarisa en La loba, sin entender qué es exactamente lo que le pasa, comienza a cometer crímenes. En esas escenas vemos la imagen del Pombero como artífice del crimen pero a través del montaje también vemos cómo en realidad quien tiene las manos llenas de sangre es Ansisé. Su ira a veces se desata de la nada y otras veces con razones, como cuando ve a su esposo engañándola con otro hombre; pero como toda buena monstrua su reacción es desmedida y, como es de imaginarse, no se conforma solo con pedirle el divorcio.
Carrie
1976 – Dir: Brian De Palma
Otro maestro del terror estadounidense y otra historia que, aunque está basada en un libro, no tiene un precedente masculino. Carrie White es una joven adolescente con telequinesis, es decir, el poder de mover cosas con la mente. Este caso también ilustra mucho la reacción desmedida de todo monstruo: la vida de Carrie es muy complicada, le hacen bullying en la escuela y su madre es una fanática religiosa que la perturba, pero su reacción final ante esto es la muerte, no hay punto medio.
Su ser-monstruo comienza en el momento en que descubre que tiene este poder de la telequinesis y lo usa para vengarse sin dar un susto sino directamente matando. Por otra parte, como otras de las monstruas mencionadas, Carrie sabe lo que le pasa e incluso aprende poco a poco a manejarlo cada vez mejor, pero cada vez de manera más exacerbada.
Carrie podría estar al borde de ser una “justiciera”, ya que lo que le hacen, especialmente en el baile de graduación, es muy cruel. Pero no, ella es una verdadera monstrua porque a la gente que la daña no les da una lección. Desde el momento en que utiliza sus poderes sobrenaturales sin humanidad, piedad, ni medida y tan sangrientamente, acabando incluso con la señorita Collins que fue una de las pocas personas que realmente quiso ayudarla, Carrie es pura monstrua.
Suspiria
1977 – Dir: Dario Argento
De la mano de otro maestro del terror, en este caso italiano, llega el caso de “la bruja”. Es cierto que con el revisionismo histórico que realizó el feminismo se entendió que muchas de las llamadas “brujas” eran mujeres sabias tratando de escapar de la ignorancia y el sometimiento que les imponía el patriarcado. Sin embargo, en el mundo de la ficción sigue existiendo el lugar para brujas malvadas. Este es el caso de Las tres madres, la trilogía de Argento sobre tres brujas que desde tres lugares distintos del mundo intentan controlar el planeta.
Suspiria es la primera entrega de esta trilogía y muestra el poder y el horror de la bruja Elena Markos, quien fundó un aquelarre secreto tras la fachada de una academia de danza. El personaje principal de todos modos no es la monstrua pero es una mujer, una joven llamada Suzy Banion que es aceptada en la academia y empieza a encontrar una extraña conexión en una serie de crímenes dentro de la institución.
En cuanto a Helena Markos, de la cual solo se ve al principio parte de una mano y a lo último se muestra de cuerpo entero, es la monstrua más lúgubre y tétrica de todas. Es la líder de un aquelarre, tiene una historia que se remonta a muchos siglos atrás y hace nada más que el mal desde ese entonces. Entiende todo y no tiene momentos de remordimiento o padecer, como la Condesa Zaleska, Janice Starlin o Carrie. La crueldad de sus crímenes no se pueden comparar ni con los de Carrie, ya que no son solo sangrientos sino sádicos. Además, en el resto de la partes de la trilogía se van develando vinculaciones con la alquimia, la numerología y el vínculo con el diablo, que después de todo es el máximo poder que tienen las brujas.