Se cumplen 20 años del estreno de Las aventuras de Dios (2000), una pieza crucial para la cinematografía argentina por el hecho principal de ser la primer película nacional rodada íntegramente en video digital. Esta característica no es un detalle menor en la producción, ya que le permitió al film de Eliseo Subiela reducir a gran escala el presupuesto de su película. Y en un arte tan costoso como lo es el cine, se trata de un hito que inspiró a una generaciones de cineastas a buscar la libertad a expensas de la situación económica del país. El cambio de paradigma del celuloide al video-digital propulsó al cine independiente y a la vez corrió a su realización de aquel casillero elitista. La importancia de Las aventuras de Dios es una efeméride de lo que hoy cristalizamos: una señal del progreso.
Luego de haber realizado Hombre mirando al Sudeste (1986) y El lado oscuro del corazón (1992), películas que enaltecieron su nombre como un autor cinematográfico singular, Subiela continuó con el film más atípico de su carrera. Tenía en mente una película clasificada como thriller metafísico, ya que entremete elementos del cine negro en un pozo existencial y se sirve del surrealismo para generar una atmósfera onírica atrapante. Con más preguntas que respuestas, Las aventuras de Dios se vuelve una experiencia misteriosa que nos interpela y nos inquieta. Una película con una poética sustancial que se exhibe al romper las cadenas de la lógica y dejarse llevar por la belleza irracional de su narrativa.
Para su papel protagonista, Eliseo Subiela eligió al actor Pasta Dioguardi, que en aquel momento aún no había participado en los papeles que le siguieron en series como Los simuladores. Se presentó al casting por pura intuición y así surgió su debut frente a cámaras. Por aquellos años estaba profundamente dedicado al circo callejero y a su profesión de titiritero. Como equipo de trabajo, el director contó con alumnos de su escuela de cine y filmaron parte en Buenos Aires y parte en Uruguay. Tuvo como locación principal un hotel enorme y lujoso frente al Río de la Plata de Montevideo, con arquitectura de los años 30, lugar que sirvió como escenario ideal para la puesta de escena estrafalaria de la historia influenciada por las pinturas de Cristóbal Toral. Hay alusiones a sus obras, como una pila de valijas en el recibidor del hotel, que generan una sensación de extrañamiento.
Todo en Las aventuras de Dios es extraño y está plagado de una simbología incandescente. Su título no debió ser para menos. Sus personajes están atrapados en lo que parece ser un sueño y al intentar escapar temen provocar su propia muerte. Exótica y provocadora, Las aventuras de Dios recurre a lecturas psicoanalíticas, religiosas y literarias, no falta el diván, ni el encuentro con Jesús. También se mezclan referencias a los laberintos borgeanos y también cuenta con textos de Mario Benedetti. Una sucesión de anomalías que se nos presentan con mucha naturalidad y utilizan el absurdo como un reflejo de la sociedad moderna.
Por más que la película haya sido descartada de antemano por el INCAA y luego destrozada por la crítica que la trató de pretenciosa, nada le quita mérito a esta rareza audiovisual. Ya que si de algo debe presumir Las aventuras de Dios es de estar en ese lugar de culto por la peculiaridad de su relato y su técnica, lo que 20 años más tarde merece su reconocimiento.