El cine paraguayo entrega la joya Las Herederas (2018), que se convierte en el film con más galardones de la historia y vuelve a visibilizar el cine de este país luego de 7 cajas (2012). La opera prima de Marcelo Martinessi brilló en festivales y cautivó audiencias con una historia contada de manera artesanal, cariñosa y delicada.
Si de feminismo se trata, las pantallas de cines y plataformas se pueblan cada vez más de películas que abordan la temática, de una manera u otra. Lo interesante es cuando el feminismo es tan profundo que no es la bandera de la historia, cosa que también sucede en la exquisita Retrato de una mujer en llamas (2019). Las Herederas prescinde de las presencia de hombres, pero porque realmente la historia no los necesita y narra el empoderamiento de una mujer adulta a partir de la ausencia.
Chela (Ana Brun) y Chiquita (Margarita Irun) son dos herederas de mediana edad que son pareja hace años. Las deudas las están ahogando, su relación pende de un hilo, cada conversación parece cruzada por el filo de un cuchillo y las espera un nueva etapa de ruptura. Chiquita será enviada a la cárcel por fraude y Chela se enfrentará a una nueva vida que traerá un revelador autodescubrimiento.
Esta película es a primera vista una rareza, pero esgrime la simpleza de una historia interior. Las Herederas se la juega desde varios ángulos. Por un lado en la elección de su protagonista: si pensamos en cine “lésbico” se nos viene rápidamente a la mente Blue Is the Warmest Color (2013), en la cual las protagonistas no solo pertenecen al primer mundo sino que son jóvenes y bellas; esto por nombrar apenas un único film contemporáneo. A diferencia de aquél film, la película de Martinessi pone en escena a dos mujeres adultas, paraguayas, venidas a menos en su economía, que tienen una relación de larga data -no un affair como puede suceder en Carol (2015)-, y que están viviendo su resquebrajamiento.
El elemento más importante que acompañará la liberación de Chela, luego devenida en Pupé, será un Mercedes Benz. El auto que antes manejaba Chiquita ahora se convierte en su manera de hacer dinero y en su independencia, llevando a una vecina anciana a jugar a las cartas. Chela no tiene licencia y tiene terror a manejar, pero vencer la barrera del miedo y mentir son sus primeros signos de liberación: el auto le da poder paulatinamente.
Muy interesante es el paralelismo narrativo que se establece entre el ambiente reo y marginal de la cárcel donde Chiquita se va endureciendo que presenciamos en las silenciosas visitas de Chela y el ambiente casi de cartón de las viejas que juegan a las cartas y se juntan para ir a velorios. Es entre estos dos mundos donde Chela va desarrollando un nuevo yo, impulsada sobre todo por la aparición de Angy, de una mujer atractiva y libre sexualmente, que la cautiva tanto en un plano sexual como desde la admiración que le produce. La transformación estética de Chela llega incluso a causar ternura, cómo en su descubrimiento como mujer y como ser sexual imita a Angy casi desde un lugar infantil; incluso Angy llegará a “reabautizar” a esta nueva Chela, con el nombre que su padre le dio en la infancia: Pupé.
La actuación de Ana Brun, que la llevó a ganar el Oso de Plata por Mejor Actriz en el Festival Internacional de Cine de Berlín, es uno de los puntos más brillantes del film. Su mutación es pausada y verosímil, la expresión de miedo en su rostro es constante, al igual que la sensación de que permanentemente contiene sentimientos y palabras.
Las Herederas es un film sincero, de profundo feminismo, con una historia simple y contundente que, a través de una fuerte protagonista, logra visibilizar la estratificación social paraguaya, la temática LGBT, a partir de elementos a priori poco atractivos para el cine. Chela experimenta una transformación a partir de la ausencia de su pareja y deja el status quo a partir del contacto con diversas mujeres: la vecina coqueta y chismosa, la mucama analfabeta y cariñosa, la libre y provocadora Angy.