Estamos en la cuarta entrega de nuestro especial Íconos. Hoy nos ocupa uno de los ídolos más enigmáticos de la historia del rock (grunge) conjugado con otro personaje rebelde del cine independiente: Gus Van Sant recrea (o crea) los últimos días de la vida de Kurt Cobain. Pensamos que de esa conjunción no puede salir algo malo. Inútil sería intentar esbozar una sinopsis, ya que historia, en sí, no hay. Somos espectadores de los delirios, los merodeos y de la reclusión de Blake, una recreación de Cobain. Los hechos en sí, es el transcurrir existencialista y denso por el que pasaba el líder de Nirvana. Esto puede convertirse en una controversia, sobre todo de parte de los fans, ya que vemos al personaje en un estado prácticamente deplorable: sucio, oyendo voces, murmurando, esbozando algo que parecen canciones, disfrazándose de mujer, pero sobre todo, divagando y deambulando por la casa y el parque. Se vuelve complejo tratar a semejante ídolo de este modo, pero Van Sant se aventuró a retratar un enigma, a crear una idea de lo que puede haber sucedido en esos últimos días… pero, la muerte sigue sin quedar clara. Una de las cosas más atractivas del film, a primera vista es la caracterización de Michael Pitt (quien interpreta a Blake). Sin mostrar mucho su rostro, el pelo, el cuerpo, los movimientos, nos hacen pensar que quien está en la pantalla es Kurt. Y hay que destacar la actuación de Pitt porque es básicamente lo que sostiene el film. Y en relación a esto, sería bueno hablar sobre el ritmo de la película (tema no menor): de entrada la película es aburrida. Esto disparó muchas opiniones diversas en la crítica. Desde mi punto de vista, si bien se vuelve un tanto tediosa, ese es el modo ideal para retratar lo que se proponía y está justificado. El alentado ritmo y las largas secuencias, las tomas “sin sentido”, los largos silencios, las acciones sin aparente sentido son el correlato del sentir de Cobain en sus últimos días. La idea sería que el espectador se compenetre y se instale entre ambos una identificación. Sentir ese sofocamiento de la nada; es decir, la película está recubierta de un notable existencialismo. A esto se agrega la estética narrativa del autor, que suele usar un ritmo lento, tomas largas y una fotografía muy pensada e impecable. Lo interesante para pensar esta biopic es la innovación en el género. A Gus Van Sant no le interesó contar la vida de Kurt Cobain, sino echar una pequeña luz hacia esos últimos míticos días que han constituido un enigma, pero fue muy cuidadoso a la hora de relatar la muerte. En este sentido, no importa si Last Days es una copia fiel de la realidad, o el resultado de una exhaustiva investigación de los hechos, es simplemente una mirada alternativa, una propuesta creativa y artística de un pequeño lapso de la vida de un ídolo. También es posible tomarla como un homenaje, ya que aparecen las características más recordadas e icónicas del músico: el brillante pelo rubio, el cuerpo desgarbado, la excentricidad de vestirse de mujer, los atuendos con lentes, sombreros, y la escopeta. Podemos decir que la película juega también con la idea de lo enigmático porque repite la lógica: sólo nos muestra la nada, recrea el mito y no cae en la banalidad sensacionalista.