Hou Hsiao-Hsie es el director más representativo de la corriente cinematográfica denominada “el nuevo cine taiwanés”, manifestante de ciertas características del Neorrealismo Italiano de postguerra, tales como la naturaleza pseudo-documental de la escenografía, la producción y las actuaciones. Pero al margen de sus películas pertenecientes a este género, – en su mayoría, repletas de tintes autobiográficos – en 2007 este director aspiró a otro tipo de largometrajes y encontró la manera técnica y estética para engendrar “Le voyage du ballon rouge” (2007), un filme basado en el mediometraje francés de 1956 “Le Ballon rouge” de Albert Lamorisse. La película trata sobre las andanzas de un niño parisino (Simon) y su nueva niñera china (Song). Suzanne, la madre de Simon – una rubia neurótica, interpretada por la siempre perfecta Juliette Binoche – es una mujer bohemia y desorganizada que trabaja doblando las voces de un show de marionetas infantil. Song es una estudiante de cine – de hecho, realizadora de un filme llamado “Orígenes”, que Suzanne clama haber visto una y otra vez – y aprovecha cada paseo con Simon por las calles de París para registrar todo con su handycam. El relato comienza con un plano general de Simon, parado fuera de las escalinatas del metro, hablando hacia el cielo. Tras unos instantes, un travelling hacia arriba nos enseña a un globo – rojo, por supuesto – atascado en la rama de un árbol. Simon lo invita, le pide, le ruega que lo acompañe a casa. El globo se mantiene inmóvil. Simon se ofende y sigue su camino y el globo lentamente desciende hasta el suelo, casi presentándose como un personaje. A partir de allí surgirá una historia compartida entre Simon y Song que, gracias a la imaginación, serán acompañados en sus recorridos – e incluso, hasta sus hogares – por el errante globo rojo que no encuentra mano que sostenga de su cordel. El sonido significará un elemento fundamental para la construcción de los escenarios parisinos: el ruido agobiante de las calles se funde con la tranquilidad de un parque y – por qué no – hasta con silencios repentinos o ambientes suaves a través de los cuales nuestros personajes irán transitando. La iluminación tiene una participación activa constante: una gama de colores – rojo, amarillo y blanco – aportará una sensación de espontaneidad y magia a las andanzas cotidianas de Song y Simon. Una particularidad del filme deviene de las locaciones: en su mayoría son escenarios abiertos, realistas y naturales, pero las escenas en interiores tendrán cierto clima mágico, logrado por los pasadizos confusos y las puertas inexistentes dentro de una casa. La fotografía es pulcra y bien francesa: a los estáticos planos secuencias – que suponen una serie de coreografías que van guiando la atención de un rincón a otro de la casa – por ejemplo – se le sumarán paneos y travellings verticales para enseñarnos el viaje del globo rojo, de arriba abajo, de derecha a izquierda. Los movimientos de cámara en los planos secuencia son tan sutiles que uno parece haber estado mirando la misma toma durante eternos minutos, pero son necesarios para mostrarle detalles significativos al espectador que, de otra manera, pasarían desapercibidos. El juego con la profundidad de campo genera situaciones cerca y a lo lejos de la cámara, involucrando constantemente al observador con la vida francesa que representa. Hay un juego muy dinámico con las vidrieras y los espejos: el reflejo es un recurso – tanto estético como narrativo – que Hsiao-Hsie explota a lo largo de todo el filme, para enseñarnos acciones anexas a la trama principal o para ayudarnos a ahondar un poquito más en la intimidad de algún que otro personaje. Las actuaciones son simpáticas, relajadas y tiernas – sobre todo la del pequeño Simon Iteanu – y hacen transparente las entrañas de los protagonistas con frecuencia. Así podemos enterarnos de Suzanne está un poco chiflada, Song un poco disconforme y Simon un poco angustiado por no conocer nada acerca de la separación de sus padres. Binoche no puede ser menos y lleva a este personaje con una soltura y una gracia inigualables, pero con muchas similitudes con otras de sus interpretaciones. Hay un sinfín de personajes secundarios que van a ir y venir de la rutina de nuestros tres protagonistas pero, al final, siempre quedan ellos tres. Y el globo rojo, que ya para esta altura ha encontrado el camino a la casa de Simon y, sin embargo, no decide quedarse con él. Un relato simple pero real donde las palabras y las acciones de profundizan en una perfección técnica fácilmente reconocible. El desliz de género de este director taiwanés nos acerca a un universo íntimo y bohemio y genera tanta conexión emotiva con sus personajes que es imposible que cualquier espectador se mantenga indiferente. Un globo rojo cobra vida sobre los cielos de París para recordarnos a una infancia honesta, tenida y perdida.