Una Road Movie tiene por condición que haya en su argumento un recorrido por las rutas de algún lugar del mundo. Pero para, aparte, ser una buena película, tiene que tratar sobre un viaje más íntimo, uno personal. En definitiva, Little Miss Sunshine (Jonathan Dayton, Valerie Faris, 2006), Road Movie y buena película, es un viaje hacia adentro de cada uno de los protagonistas y un viaje colectivo, que revisa los lazos familiares de los Hooper. León Tolstoi decía que las familias felices eran todas iguales, pero que las infelices lo eran cada una a su manera. El resultado de la combinación de los integrantes de la familia Hooper es lo que le da vida a esta película. A saber: Olive, una inocente chica de 6 años que no es “precisamente una belleza” según su hermano Dwayne, fan de Nietzsche que hizo un voto de silencio hasta no ser piloto de la fuerza aérea; Sheryl, su madre, quien es la que cohesiona (o al menos intenta) a su familia; Richard, un cuarentón de clase media que ejemplifica, quizás un poco estereotipado, los valores errados de la sociedad estadounidense inculcados por su padre, Edwin, devenido en heróimano dandy de su ex geriátrico; y por último Frank (interpretado por un sorprendente Steve Carell) quien dice ser el experto número uno en Marcel Proust, aunque todo el mundo diga lo contrario. Se dice que el guionista, Michael Arndt, se inspiró en el gobernador de California, Arnold Schwarzenegger, que en un discurso dijo que le “daban asco los perdedores”. Y esta película ciertamente cuestiona el concepto que la sociedad tiene de las victorias y los fracasos. Como queda evidenciado, la vida es más compleja que los 9 pasos mágicos de Richard para ser un ganador. Lo que los va marcando a medida que transcurre el viaje es justamente eso, todos pasan por un fracaso. Y así, al saberse perdedores, pueden actuar libremente.
No hay un protagonista excluyente, y eso se nota en los diálogos: todos tienen su oportunidad para lucirse, y en ese sentido, es un punto a favor para la película, hace más ligera la narración. No hay baches en el guión y cada acción o suceso lleva al siguiente con extrema fluidez. Ayuda mucho la música que cohesiona y pone en su lugar cada escena, mueve al espectador a su antojo y nosotros, ni enterados. En cuanto a la estética, es una película indiscutiblemente indie. Pero es tan buena que dejamos pasar que las infaltables referencias a la cultura (Proust, Nietzsche) estén un poco tiradas de los pelos. No cae en esteticismos innecesarios y la fotografía es doblemente bella: en sus formas y en cómo ayuda a la narración. Ésta es una historia chiquita, casi mínima. Son pequeñas rebeliones que no hacen tambalear los cimientos de nada, sólo las percepciones de quienes las realizan. Es la historia de personas que se resisten a entrar totalmente en el sistema. Al principio la sociedad y sus valores como mínimo cuestionables los embiste y dudan, pero al final con alegría le encuentran la vuelta.