La ópera prima de Hernán Rosselli es una película sencilla pero de gran profundidad. Es un film declaradamente argento, sincero, de los que sin tapujos, se meten dentro de los personajes e investigan sus pasiones, miserias, miedos y alegrías. Mauro triunfó en el BAFICI, en el FICIC y sigue cosechando éxitos en cada una de sus reproducciones. En relativamente pocos minutos, Rosselli (quien cumple variadas funciones en la realización de la película) crea una historia completa, realista y cariñosa. Mauro es un pasador de billetes falsos que se convierte en falsificador. Lo interesante de este planteo es cómo, desde una construcción particular de personajes y actuaciones a medida, el delito y la clandestinidad están presentados de manera cotidiana y natural. La falsificación no solo es un arte, sino un trabajo. Mientras la película avanza, se dedican múltiples escenas a mostrar la artesanía cuidadosa y mentada de hacer billetes falsos. Imposible resulta no pensar en la referencia a Roberto Arlt, quien concibe al delito también como artificio y lo despoja de la carga negativa. Los personajes de Mauro habitan los márgenes de una sociedad condenatoria, pero la película nunca sale del espacio que ellos transitan. Es el mundo de esta clase media baja al que asistimos y en el que nos vemos inmersos desde el minuto uno. Será porque el tópico de la familia y de los núcleos de amor está tan presente en la historia y es tan natural que no necesitamos mirar al exterior sino, sumergirnos en este intimismo abrasador. Así mismo, podemos pensar en una suerte de anarquía ejercida por estos personajes por medio de la falsificación. El hacer dinero falso es la risa a carcajadas ante el sistema capitalista; burlar el símbolo del poder por antonomasia (el dinero) es una manifestación de resistencia y una construcción paralela al sistema tirano que deja por fuera a la mayoría. Igualmente, y un a nivel más cotidiano, el artificio de la falsificación aparece nada más y nada menos que como un trabajo, una forma de sobrevivir.
