Para mediados de los 80, la escena underground porteña vivía un recambio generacional que podía respirarse en los pasillos de esos antros y sótanos húmedos donde todo era digno de ser experimentado. Subterránea, trasnochada y con una voracidad creativa que brotaba desde los márgenes.
Así era la movida cultural post-dictadura, y de esa misma efervescencia se nutre Cenizas y diamantes, película de Ricky Piterbarg sobre Don Cornelio y la Zona, la legendaria banda comandada por Palo Pandolfo que supo atravesar con su poética sombría a toda una generación. Un manifiesto fugaz que quedaría registrado en dos discos imprescindibles, gestados bajo el pulso del clima político y social de la época. El primero, homónimo, más a tono con esa vivacidad propia de la primavera alfonsinista, y su par antagónico, el visceral Patria o muerte, un post punk al borde del abismo que también significó el ocaso abrupto del grupo, justo en los comienzos del menemismo.
Piterbarg entiende que la forma más honesta de aproximarse al universo surrealista de Don Cornelio es ir siempre por el camino opuesto a lo convencional. Por eso no hay entrevistas a la manera clásica, tampoco voces en off que vayan contando la historia de la banda en orden cronológico. En cambio, se construye una continuidad que habilita una especie de catarsis colectiva, un puente espacio-temporal que captura la esencia de la banda y la hace dialogar con su propia historia, mediante retazos de archivo de presentaciones en vivo, ensayos y valiosos registros íntimos que dan cuenta del vínculo de amistad que al día de hoy los sigue uniendo.
La idea de hacer el documental surgió en 2011 cuando Roly Rauwolf, amigo personal de Piterbarg, tuvo acceso a una considerable cantidad de material que había estado prolijamente guardada en un armario durante décadas, gracias a la pasión archivista de Claudio Fernández, baterista de Don Cornelio. Cuando Roly se topó con ese tesoro, supo inmediatamente que ahí había una película. Ese puñado de filmaciones caseras en VHS eran el testimonio de una época, y capturaban el momento de esplendor creativo de una banda clave del rock de los 80.
“Alguien que no maneja el lenguaje audiovisual tal vez puede apreciar ese archivo, pero para condensarlo y traducirlo a un concepto, hace falta una persona que lo decodifique”, destaca Ricky, quien en un comienzo iba a ocupar el rol de productor, pero terminaría materializando aquella película urgente que Rauwolf había imaginado. “En octubre del 2020 Roly fallece, y todos los que veníamos colaborado en el proyecto nos reunimos para decidir qué hacer. Propuse que siguiéramos adelante, que yo me iba a hacer cargo de la dirección”, rememora.
Poco después, en julio de 2021, fallece Palo Pandolfo. A partir de entonces, el desafío de Piterbarg sería doble: cumplir la voluntad de su amigo, y honrar el legado de un artista irreemplazable. “No tenía dudas en cuanto a qué quería hacer. Lo que sí tengo claro, es que con Palo vivo hubiera sido otra película. No sé cuál, pero seguro hubiera sido otra“, afirma.
Cenizas y diamantes se estrenó en la última edición del BAFICI con tres funciones agotadas, y actualmente se exhibe en el Cine Arte Cacodelphia, también con proyecciones a sala llena. “Todo esto que sucede es lo que Palo generó, y sigue generando”, asegura el director en conversación con Indie Hoy.
En el BAFICI también se estrenó el documental sobre uno de los últimos conciertos de Sumo antes de la muerte de Luca Prodan, otro caso de rescate de material de archivo inédito en el que se decidió respetar la textura original de los registros, sin pasar por un proceso de restauración.
Sí, en aquel momento incluso se hablaba de que Palo iba a ser quien ocupara el lugar de Luca. Pero más allá de esa anécdota, creo que había una hermandad en la impronta, la textura, en el sonido y el sentido que le daban al rock estas dos bandas, que son muy cercanas. Respecto al material, en ese entonces las cámaras de video caseras eran el chiche nuevo, por eso cuando Nessy Cohen [artista plástico que diseñó las tapas de los dos discos de Cornelio, y que siempre los acompañaba a los recitales] se pone a jugar con el zoom, ese zoom frenético que va y viene todo el tiempo, o los ruidos que aparecen, me parecieron detalles muy genuinos y propios de esa época. En ese sentido dejamos todo tal cual venía. La intención era poner vivos los cuerpos otra vez.
¿Cómo abordaste ese material?
Lo primero que hice fue ver todo junto y anotar, tengo un cuaderno entero con todas mis apreciaciones. Eran nueve o diez VHS, catorce horas en total. Más adelante lo volví a mirar, así todo de corrido. Creo que eso me clarificó mucho las ideas, meterme de lleno en el material. Y la verdad que lo volvería a hacer, porque además lo disfrutaba un montón, me cagaba de risa, era genial. Para el montaje ya tenía una idea de un comienzo, y a partir de ahí fui construyendo, sin un orden preestablecido. Sí tenía algo muy claro: tanto el archivo como lo que habíamos filmado en el galpón, para mí, eran una misma cosa.
¿Qué buscabas cuando te propusiste filmar esa reunión con los ex integrantes de Don Cornelio y otros personajes clave de aquella época?
La gente no entendía muy bien qué onda cuando los cité. Mi idea era juntarnos a chupar un poco, empezar a hablar pelotudeces y a ver qué pasa. Me parecía que de esa manera iba a salir algo más verdadero, que reflejara realmente lo que fue la banda. Iban a aparecer ellos de verdad. La locación la elegimos junto con Alejandra Fenochio, artista plástica de La Boca. Pusimos dos cámaras y había otras más dando vueltas que iban registrando cosas. En vez de juntarnos a hablar del pasado o rememorar de manera solemne, quise recrear una reunión como las que hacíamos antes. Poner eso en juego y filmar. No narrar lo que fue, sino de alguna manera volverlo a vivir.
¿Y con qué te encontraste?
Hay un sentido de permanencia, claramente. Cuando vos lo ves a Omar Viola [creador del mítico Parakultural], a B.ode, o a los que recitan haciendo lo que hacen, o a Mescalina [Grace Cosceri] cantando, ves algo que está vivo. Es lo mismo que hace 40 años cuando nos poníamos un sobretodo, nos pintábamos la cara y nos parábamos a cantar o a decir algo. Y fue en ese universo donde Cornelio se hizo grande. Nació en una sala de ensayo, pero ahí encontró un lugar donde explotar y expandirse. Entre toda esta gente, en ese mundo de la cultura alternativa.
¿Cómo pensás que decodifican ese universo las generaciones más jóvenes, los que crecieron con internet, o consumiendo música a través de plataformas?
Hablo con algunos pibes veinteañeros que ya vieron la película, y les llega. Yo no sé bien cómo, pero les llega. No desde la nostalgia, sino como algo que está bueno y que es muy genuino. Ahora las bandas ni se juntan para ensayar, por ejemplo. “Te mando la maqueta y fijate qué le metés, que le sacás”, y así. Cada uno con su compu, con sus instrumentos, en su lugar, van metiendo cosas y a veces se reúnen. Pero esta cosa de juntarse, el olor que había en las salas de ensayo, qué sé yo… es algo difícil de reemplazar. Vivís la experiencia de otra manera.
Hoy la experiencia parece tender más a lo individual. En aquel momento, la construcción colectiva era algo urgente y liberador, por eso había tanto compromiso con los espacios. Se los habitaba de otra manera.
También había más tiempo. Y para relacionarte con otra persona sí o sí tenías que encontrarte o llamar al teléfono de línea, en tu casa tus viejos te decían “¡cortá, hace cuánto que estás hablando!”. No sé si eso era mejor, pero sí hay algo de lo colectivo que se fue perdiendo en todo sentido. Yo hago teatro y pasa lo mismo, nunca hay tiempo de ensayar, si nos juntamos son dos horas y me tengo que ir corriendo. Ni llegaste y ya te estás yendo. Hay una cosa más individualista, aunque no necesariamente es por egoísmo. La globalización te plantea que las cosas se manejan así. En cambio, en aquel mundo subterráneo donde Don Cornelio se hizo grande, nadie dudaba en ponerle el cuerpo al asunto. Y Palo, ni hablar. En el archivo está clarísimo hasta dónde llegaba esa entrega.
La película se estrenó en un contexto muy desfavorable para el cine nacional, y para la cultura en general. ¿Cómo lo viviste?
Sin proponérselo, el BAFICI de repente se transformó en un bastión de resistencia cultural gracias al impulso de sus convocados. La verdad que es muy triste lo que sucede, me agarran momentos de desesperanza, y también lo veo en la gente que me rodea. Pero vamos a salir adelante, porque hay algo que es más fuerte que nosotros. La cultura resiste. Por más que no haya festival de Mar del Plata, o que no tengamos BAFICI el año que viene… al final vas a ver que de una u otra manera volvemos a aparecer. Ojalá que no se llegue a ese extremo, pero aunque sucediera, saldríamos a flote. No tengo dudas. [Nota del editor: El INCAA acaba de confirmar la próxima edición del festival de Mar del Plata.]
¿Qué pensás que diría Roly hoy, si viera la película?
Roly es parte mía. Éramos muy amigos y nos tocó atravesar experiencias intensas. Me acuerdo una vez en un viaje a la cordillera, salimos a hacer un poco de alta montaña y nos encontramos con situaciones que nos dieron bastante miedo. No sabíamos muy bien por dónde íbamos, de repente el panorama se puso picante. La pasamos fulera, fue un momento de mucha vulnerabilidad. Por eso, porque lo conozco bien, no sentí que tuviera que estar demasiado atento a ver si esta película le gustaría o no. Además, lo último que Roly haría sería pensar si lo que él hace le va a gustar o no a alguien. Lo haría sin siquiera pedir permiso.
Cenizas y diamantes se proyecta el miércoles 22, jueves 23 y sábado 25 de mayo a las 19 h en el Cine Arte Cacodelphia (Roque Saenz Peña 1150, CABA), entradas disponibles a través del sitio del cine.