Este año la movida cinematográfica cordobesa ocupó una posición privilegiada en las categorías en competencia de la 16va edición del Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente (BAFICI). Ocho largometrajes han recorrido largas distancias (algunas hasta Berlín, ida y vuelta) para estrenarse por primera vez en la pantalla grande nacional. De las más diversas temáticas, estéticas y diseños de producción, esta exclusiva selección de filmes cordobeses es la evidencia clara de un cine que se encuentra en constante expansión, innovando la técnica y la narrativa. Uno de ellos es el dirigido por el niño pródigo Santiago Loza, también director de acertadísimos filmes tales como “La Paz” (ganadora de la competencia nacional en el Bafici 2013) y “Los labios” (2010, en conjunto a Iván Fund). Si hay algo que distingue a Loza a lo largo de su filmografía es su versatilidad para contar la historia que se le ocurra, con las decisiones técnicas que más le convienen para lograrlo. Su narrativa es clara, sintética, y siempre encuentra su lugarcito cómodo en la psique del espectador corriente. Historias breves, centradas, polisémicas. Y su nuevo largometraje no es la excepción. “Si je suis perdu, c’est pas grave” invita al espectador, durante sus 91 minutos, a recorrer con el oído y la mirada un pueblo francés sin límites precisos de tiempo ni espacio, vagando por rostros, encuentros, caminatas y pérdidas de un puñado de actores que ninguna experiencia tienen con una cámara de cine. La película es resultado de la colaboración del aclamado director con un taller de actores de Toulouse, Francia, durante tres semanas. Según las propias palabras de la montajista, Lorena Moriconi, “Je suis perdu…” tomó forma en la etapa de edición, donde casi la mayoría de las tomas efectuadas fueron utilizadas en el corte final. “Utilizamos el material que había en la duración que nos parecía que merecía”, añade Lorena. Es que un filme de tanta simpleza y honestidad no necesita más que eso: dictar su propio tiempo de relato y esperar que el editor lo perciba. Es un tiempo orgánico, natural. Un magnífico guión de Loza, ni muy estructurado ni muy espontáneo, es acompañado por dos series de imágenes estéticamente bellas y entrelazadas entre sí: una es la presentación de los actores, en un poderoso blanco y negro, donde sólo observamos su rostro en primer plano y escuchamos los comentarios de todo el equipo hacia su persona. Cada rostro tiene su historia y va interactuando con la cámara a medida que reacciona frente a lo que el grupo dice observar. Es un ejercicio a través del cual el director establece vínculos con sus no-actores de cine, presentándolos como seres humanos corrientes, reales. Los diálogos exhiben desde datos biográficos de los propios actores hasta líneas calculadas milimétricamente, pero el guión es resultado, fundamentalmente, de la interacción de nuestros personajes con las locaciones, el clima y hasta de los mismos encuentros – azarosos, a simple vista – entre ellos. Es que a lo largo del filme, algunos se cruzarán, se ignorarán, se conocerán y se olvidarán, dando lugar a un mamboleo errante entre historias argento-parisinas que son sostenidas por unas poéticas voces en off -algunas incluso producto directo de escritos espontáneos de algunas de las actrices (como es en el caso del texto “Paredes”, de Ana Bara) -. Una narrativa con semejante dinámica por cuenta propia supone el tercer acierto de Loza, que aprovecha espacios abiertos y naturales como escenarios tan verosímiles como míticos. La banda sonora merece un párrafo aparte. No sólo por las dos excelentes interpretaciones tipo playback de “Yo te amo” – del entrañable Sandro – y Brigitte Bardot, sino también por el clima imperioso que generan los ambientes y los sonidos referenciales en el momento preciso. Los silencios, las pausas y los tonos de voces son componentes sonoros que realzan el carácter realista y romántico de los diálogos. “Si je suis perdu…” no es ni una ficción ni un documental; es un híbrido registro que ahonda en lo más profundo de la sensibilidad humana, de los detalles olvidables, de las sinfonías que trascienden, de las ciudades visitadas que pueden – o no, como se anticipa al inicio del filme – ser conocidas y desentrañadas por completo. Este director cordobés encuentra los motivos y los medios necesarios para superarse, año tras año – sin repetir y sin soplar – tanto en cine como en teatro y televisión. Para todos aquellos que crean merecer ser espectadores de tan magnífica obra, pueden relajarse y esperar: del 7 al 10 de Mayo la película llegará al Festival Internacional de Cine Independiente de Cosquín (FICIC), junto al resto de los títulos cordobeses que han suscitado la atención del público de Argentina y del mundo.