Sorry We Missed You (Lamentamos que te hayamos perdido) es la película más reciente del notable cineasta británico Ken Loach y el guionista Paul Laverty, maestros del realismo social. La película y su elenco también formaron una parte activa y visible en la campaña electoral del izquierdista británico Jeremy Corbyn –antes de que fuese derrotado por Boris Johnson, junto con gran parte del Partido Laborista, en la infame elección de diciembre 2019–.
El largometraje visceral de 102 minutos retrata con luminotecnia hostil lo que los comentaristas políticos han denominado como “la uberización del trabajo” o “la precarización laboral,” es decir el modo en que el sistema financiero arrasa con la vida de una familia en el Reino Unido. Loach usa un elenco de desconocidos descubiertos en talleres de actuación. Hasta ahora, la “precariedad” no tenía una cara humana para representar a las víctimas de un sistema caracterizado justamente por el progresivo anonimato de las figuras de explotación en las empresas en contraposición a los falsos “empleados autónomos.”
Ricky Turner (Kris Hitchen), un joven padre, busca mejorar el estilo de vida de su pequeña familia compuesta por su esposa Abbie (Debbie Honeywood), una enfermera especializada en el cuidado de adultos mayores con problemas de incontinencia, y sus dos hijos. La trama avanza en la medida en que un amigo lo introduce a una empresa extraña llamada PDF (Parcels Delivered Fast, en español Paquetes Entregados Enseguida). Cuando ingresa, su manager y puntero Gavin Maloney (interpretado por Ross Brewster), le comenta que no va a trabajar “para nosotros, sino junto a nosotros. No pagamos salarios, sino fees (tarifas).” Son chicos de recado sin derechos, estafados por los caciques a creerse emprendedores.
Maloney convence a Ricky de que trabajar como che pibe es sinónimo de erguirse como un guerrero del libre mercado. Lo es, pero ser guerrero implica heridas y sufrimientos penosos sin recompensa. El lema de la organización fantasmal –cuya legalidad solamente se hizo posible durante los últimos años del thatcherismo– promete dar mayor independencia y libertad a sus empleados. Se repiten los mantras consagrados de la globalización, hablan de “emprendedores” y “socios,” discursos anti-jerárquicos y anti-autoritarios que permean la cultura del management, como un vestigio copiado de la abatida Nueva Izquierda del 68. Se trata de un lenguaje muy similar al promulgado durante los años de macrismo, signado por la figura de los emprendedores (en vez de trabajadores), el “sí se puede” y los discursos de autoayuda que facilitan la ilusión que hay aún más emprendedores que empleados.
En el mundo que presenta Loach, esta “independencia” se traduce en una mayor irresponsabilidad de parte de los gerentes hacia el bienestar de sus cadetes sobrecargados. Atraído por la idea de progreso, el protagonista se conforma y sigue entregando su autonomía, algo bastante irónico teniendo en cuenta que su objetivo inicial era volverse más autónomo. El padre de esta familia de clase obrera es seducido por la idea de convertirse en emprendedor, pagar una hipoteca y lograr que su familia progrese. Sus esfuerzos, como la tarea mitológica de Sísifo, resultan en el desmoronamiento de su familia, permitido por su ausencia como padre. El protagonista trabaja de sol a sol para los nuevos caciques del salvajismo empresarial, en un país que ya había ganado los derechos para los trabajadores.
La película –que tiene un montaje tan crudo como sus diálogos– examina la mentalidad campesina moderna, visible en el conformismo absoluto del antihéroe. El realismo social de Loach consiste en realizar un guión ficticio como si fuese un documental o un especie de cámara escondida que persigue a la gente de modo oculto. La estética de Loach padece de una falta de magia cinemática, con unas excepciones en las escenas más tiernas entre un paciente incontinente y moribundo y su precaria enfermera: “¿Conocés la del disléxico insomne? Se quedó despierto toda la noche preguntándose si existe un Perro” (todos los niños ingleses saben que la palabra para “dios” en su idioma suena como la palabra “perro” al revés).
¿Sería el sufrido Ricky Turner un efigie de la clase obrera inglesa que siguió apoyando a los herederos de Thatcher hasta en el 12 de diciembre de 2019? En diciembre de 2019 sucedió la humillante derrota de Jeremy Corbyn, líder laborista apoyado por el mismo cineasta Ken Loach. Un pueblo sometido votó igual a Boris Johnson, aristócrata educado por los colegios privados, un bufón jactancioso conocido por anunciar (con aparente alarde y orgullo) que él desconoce el precio actual del pan, pero sí tiene memorizado el precio de una botella de champán.
Aunque Loach apostó en sus oraciones públicas para la victoria del populista Corbyn, su radiografía del psique de “la Inglaterra en modernidad líquida” predijo al resultado de las elecciones inglesas, en una isla fría y auto-contradictoria, donde a pesar de su liberalismo políticamente correcto, aún tiemblan ante el cetro real. Sorry We Missed You se puede interpretar como una alegoría sobre el conformismo y la autodestrucción del precariado, bajo el nuevo interregno donde los dirigentes ya no encuentran resistencia alguna mientras que promulgan la guerra de las clases. Como todo realismo social exitoso, el de Loach es extremadamente sentimental y apela al afecto por los personajes humildes. A nuestra época todavía le falta una expresión estética que demuestre la explotación sin hacer recurso del realismo social.