Stockholm es una película minimalista española de bajo presupuesto que está partida en dos: la noche y el día. La noche es donde arranca el juego, la seducción. Durante una fiesta, un chico le pone el ojo a una chica. La chica vuelve caminando sola a su casa, el chico la sigue, insiste, le dice que se ha enamorado de ella. Ella desconfía pero de a poco va aceptando su compañía. Caminan bajo tonos azules, planos en movimiento (hay un largo plano secuencia a lo Linklater), canciones indies embriagantes. Él busca dar pruebas de amor, no se va a dar por vencido. De alguna manera logra que ella suba a su departamento. Luego se hacen tres preguntas cada uno y algo empieza a andar mal. Ella huye por la escalera, él la alcanza por el ascensor y se besan apasionadamente. Fundido a negro. Al día siguiente por la mañana comienza la película, el drama. Él es frio y distante, la antítesis del personaje de la noche. El departamento es blanco y crudo, los planos son quietos y asfixiantes. Ella está consternada, no estaba preparada para este cambio y para una nueva decepción en sus relaciones. Entonces decide jugar como él lo hizo anoche con ella. Se rehúsa a salir del departamento y allí comienzan una serie de trucos, peleas, cambios de posicionamiento entre los dos que desemboca en un final abrupto. Stockholm se pregunta: ¿Cuánto escondemos de nosotros a la hora de seducir a alguien? ¿Por qué la juventud quiere todo ya y ahora? ¿Por qué permitimos que nos tiendan una trampa? ¿Por qué nos enamoramos de nuestro “secuestrador” (Síndrome de Estocolmo)?