Teen Spirit es una rara avis en la industria cinematográfica. Todo podría indicar que es una historia trillada contada mil veces, de una adolescente retraída, de bajos recursos y una vida llena de sacrificios, que triunfa gracias al esfuerzo personal y un talento innato. No vamos a negar que, en el fondo, la ópera prima de Max Minghella se emparenta con esas historias de iniciación, tan caras al denominado coming of age que hace tiempo copa festivales por el mundo y salas locales también. Pero la película está registrada en un tono, desde la puesta en escena pero particularmente en lo que atañe al personaje de Elle Fanning, que la corre de lo que acostumbramos a ver en la pantalla.
Por mencionar otro film que hace algo parecido en la temática de la música, podemos pensar que Teen Spirit se emparenta, en este corrimiento del brillo y la alegría del triunfo, a Vox Lux, la reciente producción también independiente de Brady Corbet, con el protagónico de Natalie Portman en el papel de una cantante ya consagrada. Ambas son pequeñas grandes películas que abrevan de un género pero que subvierten mínimamente su forma para contar la historia de siempre con una mirada más cercana a la introspección.
Teen Spirit se estrenó en Argentina como Alcanzando tu sueño, un título que resume de manera perfecta su tema y la inscribe de lleno, y sin temor a un equívoco, en la saga de films que históricamente se ocupan de retratar el camino al éxito, de una persona singular pero común. Violet es una adolescente apocada que vive en la isla de Wight, en Inglaterra. Hija de inmigrantes polacos, ha sido abandonada por su padre junto a su madre que habla a duras penas el inglés, con quien vive y lleva una vida que oscila entre el trabajo rural y atender en un bar local. La isla de Wight no es un centro de acción importante, nada parece suceder allí, todo en el ámbito local es parsimonioso, vacío, lúgubre y oscuro. Como horizonte están las luces de Londres, donde todo brilla del otro lado del mar.
Apenas comenzada la película, resulta extraño acostumbrarnos a una actuación de Fanning cuyo tono es ensimismado y contenido. Su rostro no dibuja nunca una sonrisa. Violet vive más bien aburrida y su vida es en cierto modo miserable, trabajando de lo que no le gusta y bajo la vigilancia de su madre. Y no es que resulte extraño ver a Fanning en un personaje de estas características, sino más bien que la película misma parece encerrarnos en un universo de límites precisos donde no hay lugar para la alegría, al mismo tiempo que sigue la lógica narrativa de un cuento de hadas: no hay dudas de que el bien va a triunfar y de que todo resultará, y esa combinación es lo que la hace extraña.
Violet canta en el coro de la iglesia y rinde cuenta ante tu madre de todos sus asuntos, aunque no todos en realidad porque algunas noches se las ingenia para escaparse a cantar a un club nocturno las canciones pop que le gustan. Un escenario en una sala oscura y casi vacía, será su refugio. Allí conocerá a un viejo ruso venido a menos a fuerza de alcohol y melancolía, cantante de ópera en otro tiempo y que parece abonado al bar. Siempre solo en la penumbra del bar, la aplaude desde su mesa y toma otro trago. Así transcurren los días, hasta que llega a la isla el equipo de producción de Teen Spirit, un programa de televisión que busca talentos para concursar en Londres ante una audiencia global en una competencia de canto. Lo que sigue es previsible: el viejo ruso apadrinará e instruirá a Violet con las nociones básicas de canto. Así es cómo queda seleccionada para el programa y, previa discusión con la madre, esta extraña pareja viajará a Londres al concurso real.
A esta altura, si bien Violet ya ha reído alguna vez, sigue apacible soportando las vicisitudes propias de una competencia descarnada, los productores de turno, las malas compañías y las frustraciones ocasionales. Pero pareciera que nada le impedirá llegar y disfrutar de la fama. O mejor dicho, sí hay algo, algo mínimo. Cuando la película queda al borde de traspasar el límite para convertirse en una odisea llena de luz y gracias, allí es cuando simplemente termina. El espíritu adolescente se proyecta solo hacia el futuro, seguido por la risa inocente de Violet, en el colectivo de regreso a casa.