Durante casi 20 años, Wes Anderson, ha ido construyendo una cinematografía con una suerte de identidad pulida a su nombre, adornada de actores que se repiten, casi como una camada de amigos que se reúne cada dos o tres años a pasarlo bien y a contarnos un pequeño cuento, algunas veces con un dejo de melancolía, otras con una risa cínica. Lo que sí siempre tiene claro Anderson, es cómo nos quiere contar su historia. Desde su sencilla y bien armada “Rushmore”, donde comienza su primera colaboración con un adolescente Jason Schwartzman (sobrino de Francis Ford Coppola y por tanto primo de Soffia), pasando por la tremenda “Los Tenenbaum” (su mejor película para este servidor) hasta la nostálgica “Moonrise Kingdom”, el director oriundo de Texas, ha ido armando un mundo que varía entre la aparente tristeza y desidia de la mayoría de sus personajes, por la búsqueda de la esperanza en un objetivo que deben cumplir, casi de manera mesiánica. Anderson va imprimiendo una paulatina progresión a darle más alegría y optimismo a las historias, no así en profundizar el contenido. Se delata en esa intención, el uso de colores vivos, un dejo del uso del gag ocasional acompañado por las notas de Alexander Desplat que ha ido componiendo la música incidental en sus películas desde “El Fantástico Mr. Fox”. En este trabajo en particular, Desplat se despacha una banda sonora de lujo. Sin lugar a dudas, quien se lleva la atención y los aplausos para la galería es Ralph Fiennes, quien personifica a Gustave, un conserje del Gran Hotel Budapest, durante el periodo de entreguerras, en un papel que parece Wes Anderson hubiese escrito pensando en él. Hace mucho tiempo no se veía a este actor inglés tan a sus anchas, con un carisma que traspasa la pantalla, y que engrandece ese aparataje visual, del que forma parte en la historia.
