El cine no sólo ha forjado grandes directores y actores sino que ha albergado a míticas duplas de trabajo que se convierten en fetiches tanto para la industria como para el público: Quentin Tarantino/Uma Thurman, Tim Burton/Johnny Depp, Pedro Almodóvar/Penélope Cruz, por sólo nombrar algunas. Martin Scorsese nos ha regalado inmensas obras conjugándose con el gran Robert De Niro y desde hace algunos años, Leonardo DiCaprio se ha convertido en su actor fetiche. Películas como The Aviator o Shutter Island han confirmado que ésta es una dupla arrolladora.
La nueva producción del realizador, que ha fascinado al gran público, vuelve a reunirlos y, como era de esperarse de manera brillante. Scorsese es un perfeccionista y lo es de modo que el espectador lo note. Uno siente que las casi tres horas que dura el film no tienen desperdicio, cada escena tiene un touch distinto, todas tienen un rasgo interesante, ninguna sobra o aburre. La película está perfectamente construida, con el estilo pomposo que caracteriza al director, convirtiéndolo en un maestro de contar historias. Personajes fuertes, escenarios deslumbrantes, tramas densas y cargadas de recovecos, todas estas características que definen su estilo aparecen llenas de maestría en esta obra. Por su parte, Leonardo DiCaprio desarrolla el papel que tal vez sea uno de los más osados en su carrera junto con el de Howard Hughes (El Aviador). El concepto que transita y estructura todo el film es el dinero. Pero no cualquier concepto, sino el que Jordan Belfort forja y define. Las ideas capitalistas de confort, felicidad y éxito (personal, económico y sexual) están proporcionadas por el dinero. Al mismo tiempo, Jordan hace ostentación permanente de su inteligencia para los negocios y se convierte en maestro de millones de potenciales corredores, formando una exitosísima empresa que funciona como familia y él como jefe irremplazable, un cuasi Dios; que, dando trabajo, cambia la vida de sus empleados, otorgándole una vida de lujos, es decir, la felicidad. Otra de las temáticas muy presentes en el film es el exceso o desmesura.
The Wolf of Wall Street es absolutamente barroca: está repleta de mujeres sumamente atractivas desnudas, de escenas de sexo, de drogas, dinero asquerosamente derrochado, y es una constante exhibición de lujos: yates, atuendos, casas, autos, etc. La genialidad e inteligencia conlleva un despliegue de desmesura y lujos exacerbados. Estos excesos hacen que de a poco el imperio del “lobo” vaya mostrando debilidades, baches y complicaciones frente a la ley, pero hasta con la soga al cuello, Jordan sigue dirigiendo su enorme monstruo capitalista. Y lo que es más interesante, el personaje nunca se pone moralista con respecto al dinero o a sus actos: él es un amante rabioso y desalmado del dinero y lo sostiene hasta el final, nunca vacila, nunca tiene miedo.
The Wolf of Wall Street nos presenta una realidad que embelesa, cargada de exuberancia y belleza, liderada por la fortaleza de un personaje inolvidable y fascinante en cada movimiento y diálogo. Una obra de suma precisión narrativa y estética, confirmando la comprensión y explosión de genialidad entre dos gigantes del cine. Una vez más funcionó la pareja Scorsese/DiCaprio, ambos haciendo uso de una artística desmesura.