Balram Halwai, el protagonista de The White Tiger, está atrapado en el gallinero, como cualquier ciudadano indio de la casta más baja. Porque él proviene de esa parte del país, “la India de la oscuridad”, donde solo hay basura, pobreza y no queda más que sobrevivir entre la sumisión y la resignación. Sabe, además -y el palo a Slumdog Millionaire (2008) de Danny Boyle es explícito-, que ningún cuentito de hadas lo va a salvar, que no hay ningún programa de televisión donde se pueda ganar un millón de rupias para escapar.
“Los gallos ven y huelen la sangre. Saben que son los siguientes, pero no se rebelan. No tratan de salir del gallinero. Los sirvientes fueron educados para comportarse igual”, escribe -y narra en off- en un largo mail dirigido al presidente de China próximo a desembarcar en India, excusa para que Balram -gran interpretación del también cantante indio Adarsh Gourav– repase su vida y cómo pasó de sirviente a emprendedor. De gallo enjaulado a tigre blanco.
Esta metamorfosis de ascenso social llevará dos horas de cinta de gran cinematografía, con excelentes actuaciones y construcción de personajes, pero con una estructura narrativa que le juega en contra. La película inicia con una breve escena en flashback de un inminente accidente de tránsito, suceso que planteará el conflicto y el cambio de actitud en Balram pero que se retomará recién después de una hora de metraje. Antes se nos cuenta con buen ritmo y humor todo el derrotero de penurias en riguroso orden cronológico: la infancia en un pueblo miserable de un chico que prometía pero que tuvo que declinar una beca para estudiar en la capital porque su abuela lo mandó a picar carbón; las astucias varias para salir de ahí y ser contratado en la más moderna Bangalore como chofer del hijo del político dueño del pueblo; y la humillante y aun así ambigua relación con su nuevo amo.
Es que su empleador Ashok (la estrella de Bollywood Rajkummar Rao) y su novia Pinky (Priyanka Chopra) lo tratan bastante bien, simplemente son cobardes y no registran las condiciones de vida de los que están por debajo suyo. Que esta pareja conserve cierta humanidad evitando estereotipos maniqueos, como ocurre con los otros despreciables y crueles miembros de la familia, le da al drama mayor grosor y complejidad y ubica al espectador en una ambivalencia moral más interesante que la simple sed de venganza que puede generar un ricachón impune y abusador.
Hasta que ocurre lo inadmisible para resolver lo de aquel accidente, algo que ni Balram puede tolerar, por más dulce y dócil que sea. La anticipación se prolonga durante la mitad de la película, y la resolución, lo que finalmente hace Balram para vengarse, salir adelante y montar su propio negocio, no está a la altura y se desinfla resultando anticlimática. Semejante salto de lucidez y coraje de nuestro antihéroe se merecía más épica. El recurso del mail al líder chino también es innecesario, no aporta nada al no desarrollarse esa relación a posteriori. Tigre blanco está basada en la novela homónima editada en 2008 del escritor y periodista indio-australiano Aravind Adiga, y en su adaptación mantiene la estructura epistolar del original.
La nueva película del director estadounidense de origen iraní, Ramin Bahrani -responsable, entre otras, de la aclamada Goodbye Solo (2008) y la adaptación del clásico de Ray Bradbury, Fahrenheit 451 (2018)- es la historia de un quiebre. Un antes y un después de un hombre que, a fuerza de acumular frustraciones producto de un origen precario y humillaciones de parte de la familia millonaria y corrupta que lo emplea, comienza a entender su lugar en la sociedad y a cobrar cierta conciencia de clase para tratar de revertir su situación en una revolución personal y solitaria. Y para tal fin, no tiene reparos en ensuciarse las manos.
“Para el pobre, hay solo dos formas de llegar a la cima: el delito o la política, ¿en su país también es así?”, le pregunta en un momento al mandatario chino, pero cualquier espectador en cualquier lugar del mundo reconocería que sí, que ahí, donde sea, también es así. La historia de Tigre blanco es valiosa porque es universal y además tira por la borda sin esfuerzo un concepto tan aberrante como el de meritocracia.
Tigre blanco está disponible en Netflix.