Adolescencia, rebeldía y punk son palabras que para muchos de nosotros se vuelven conceptos inseparables y hasta sinónimos en cierta etapa de la vida. La vorágine anarquista que se apodera de nosotros cuando somos adolescentes es la revolución más genuina que le puede ocurrir a un humano, porque no sabemos exactamente qué es lo que odiamos o lo que queremos destruir… simplemente odiamos todo y se siente genial que el mundo lo sepa. Bueno, si ya recordaron un poco ese momento de sus vidas, ese es el que Moodysson elige retratar en su film más reciente. Basándose en la novela gráfica de su pareja, Coco Moodysson el director sueco, cuenta la historia de tres púberes en el Estocolmo de los ’80 intentando armar una banda punk que les permita expresar sus enormes descontentos con la sociedad que las rodea. Dos amigas (Bobo y Klara), sin ningún tipo de conocimiento musical se largan a componer canciones y a ejecutar instrumentos solo desde la intuición y el entusiasmo. A ellas se les suma Hedgiv, una chica cristiana de aspecto angelical, hermosa voz y conocimientos sobre música. Este será su puente para entrar en el juego de la música que ellas parecen tomarse muy en serio. Moodysson logra que el ambiente en el que viven nos parezca tan hostil como para ellas, instantáneamente estamos de su lado. La historia realmente no es gran cosa pero tiene todos los elementos que una épica adolescente necesitaría: amor desmesurado entre amigos, odio a los padres, intensos enamoramientos fugaces, celos, marginación social y sobre todo la fortaleza que transmite el espíritu de quien todo lo puede. Pero la simplicidad de la película no es criticable, desde mi punto de vista, ya que el film no tiene grandes pretensiones sino divertir, ironizar y llevarnos un ratito a la adolescencia. Así, el espíritu punk reviste la película y resulta el mejor modo de expresar emociones y transmitir el empuje de animarse a hacer lo que no se sabe hacer. El desconocimiento no representa ningún obstáculo para las chicas, ellas llevan la bandera del punk y la transgresión pero desde un lugar tan infantil e inocente que las vuelve personajes adorables. En este sentido es importante remarcar las grandes actuaciones de las niñas, que no solo cautivan con rostros exóticos y atractivos sino que desarrollan una actuación excelente. Lo que si sucede, es que al ser un planteo tan simple, la historia tiene un progreso mínimo y a pasos cortos. Esto hace que por momentos la atmosfera se vicie, los personajes tengan poca progresión, se le dedique demasiado tiempo a una escena y el avance del film se vuelva un tanto tedioso y repetitivo. No obstante, la energía de estas niñas punk esta siempre arriba y su impulso es contagioso para todos. We are the best! es una oda adolescente y también, por qué no, un homenaje al punk. Ese género que tantos dicen que está muerto, y que sus defensores acérrimos lo llevan tatuado como una actitud cargada de energía y ganas de romper las reglas. Y lo que es más simpático aun, es que a partir de la imposible adaptación al medio, nuestras protagonistas plantean un modo creativo de escapar y crear su propio mundo ideal. Desde la inocencia y la fantasía, Moodysson nos dice: Punk’s not dead!