Un hilo conductor muy fino que atraviesa toda la filmografía de Yorgos Lanthimos. El griego disfruta de lo indiscernible de la comedia y lo dramático para explotar su potencial absurdo. Un absurdo elegante, donde sus personajes aceptan el absurdo y jamás se lo cuestionan. Son breves suspiros y luego retoman el quehacer. Quizás la que parezca más extremista es La langosta (2015), en la que un hotel sirve a modo de prisión y sus habitantes son obligados a encontrar pareja. No importa enamorarse, solo encontrar la mínima cosa que tengan en común. Si pasa la cuarentena y todavía no consiguieron pareja, se convierten en un animal elegido. Lanthimos se ríe, a su manera, de la obligación social de no poder morir en soledad. La escena inicial de esta película grafica gran parte de su sutileza: una mujer maneja en auto por la ruta, llega al campo, baja con un arma, se acerca a un burro que se está alimentando del pasto y le dispara. Jamás se sabe nada de esa mujer, no se retoma su historia más adelante, pero el absurdo cobra sentido en su incoherencia.
Lanthimos obtuvo el reconocimiento del cine independiente cuando estrenó Canino en 2009. Desde el principio de su filmografía empezó a marcar los detalles que iban a perseguirlo hasta el día de hoy. Climas asfixiantes por su extrañeza: el hotel de La langosta se reduce a una casa, donde el seno de la familia está en la mira. La película logra reflexionar sobre el lenguaje como constructor de realidades, mientras la paranoia se acaricia con el incesto detrás de las paredes. La pluma de Yorgos Lanthimos crea situaciones engorrosas, y a través de los años ha ido sumando elementos de la comedia con humor más sencillo de digerir. Pero siempre conserva ese misterio de lo “no dicho”. Lo que quien ve, quiere recibir, pero no se le dará jamás. Esa imagen faltante, esa explicación.
Alps (2011) es la película que le siguió a Canino, y es con la que más se le puede aparentar por varias cuestiones, primero de producción. Con la austeridad económica, lleva a cabo ideas poderosas que establecen una realidad aceptada y no pecan de exageración. En una propuesta loca e impensable, encontrar el minimalismo y darlo por aceptado, lo devuelve a las raíces. En Alps aceptamos el reemplazo de familiares después de su muerte como un trabajo común y corriente, como una terapia o un acto de caridad. Pero Yorgos Lanthimos tiene una frialdad tal que el espectador se vuelve partícipe de su devoción sobre lo dramático. El peor drama es la distancia con la que se lo trata.
El cine estadounidense nos malacostumbró que para narrar algo increíble hay que describirlo todo, cada detalle en sentido de producción. Pero a Yorgos Lanthimos lo que le interesa es el experimento de usar a sus personajes de conejillos de india, para hacerlos interactuar en un sistema inversamente moral a quien observe, y deberán aceptar las reglas del juego como se las da. Poco y suficiente. Porque lo que queda se vuelve esencial, lo que al narrar grandes detalles se deja de lado: la cotidianeidad del absurdo. Lanthimos nos dice que vivimos constantemente en el absurdo, solo hace falta un poco de distancia para reirnos de nosotros mismos.
El director fue probando distintos cables para conectar lo que viene desarrollando, pero en tiempos dispares. Si La langosta fue considerada una película de ciencia ficción, es porque se busca encasillarla como una distopía futurista y no una parábola de hoy. Pero el lado más oscuro de Lanthimos apareció en El sacrificio del ciervo sagrado (2017). La irracionalidad se vuelve tan perversa hasta encontrar la sensualidad, enfrentando la creencia contra la ciencia hasta reventar. Es una película despiadada y sombría, sin vestigios de humor. Pero sin embargo mantiene la firma de Lanthimos y amplía el panorama estilístico, abriéndose a otros territorios para hacer de su autoría algo que va más allá de los géneros. El sacrificio del ciervo sagrado disfruta de destrozar la comodidad burguesa con un pequeño saludo del diablo.
La favorita (2018) es la primera de sus películas en la que realiza un viaje temporal y se dirige a la Inglaterra del siglo XVIII. Todo el absurdo y el cinismo típico de la filmografía de Lanthimos está presente y resplandece bajo una conjugación barroca entre estética y parodia. Todo es muy exacerbado, desde la aristocracia donde sus personajes pertenecen, que le permiten a Lanthimos trazar una línea fina entre la ironía y la crueldad que forma parte de su sello. Las protagonistas son una reina debilitada físicamente, una amiga tirana en búsqueda del poder y una joven con ansias de recuperar su nobleza; así se forma una tríada donde la política es solo otra cicatriz de la ficción. Las estrategias de cada una por obtener lo que desea se resaltan con un poderoso cuestionamiento al poder patriarcal en objeto de chiste. Es una película de época, pero con un enfoque muy contemporáneo, donde se cuenta la clásica historia de ascenso de poder con unos desvíos que solo pueden venir de una mente tramposa y genuina como la de Yorgos Lanthimos.
Antes de todo este universo que Lanthimos creó a lo largo de su trayectoria, existió una película más experimental llamada Kinetta (2005), una joya perdida que es la más difícil de conseguir. Su narrativa joven buscaba atravesar fronteras y es la más trash por su soporte analógico. A esta altura es difícil llegar a Yorgos Lanthimos primero por Kinetta, así que quien disfrute de sus películas debe ver Kinetta al final, para comprender cómo un director de cine independiente pudo llegar a los premios Oscar sin vender su alma. Yorgos Lanthimos siempre fue fiel a su mirada y seguramente sea una de las más singulares del cine contemporáneo, ya que simpatiza tanto con el snobismo como con las salas comerciales.