Este sábado Córdoba fue la sede de uno de los festivales emergentes más significativos de los últimos años. La propuesta, jugada y ambiciosa, se propuso dejar constancia del buen momento de la música emergente enarbolando el concepto de La Nueva Generación.
A lo largo de casi 9 horas, 750 personas desfilaron por los dos escenarios del Club Paraguay para ver una grilla de –nada más y nada menos– 14 bandas nacionales, un número que significó un prontuario bastante representativo de la variedad de expresiones e idiosincrasias que hoy tienen lugar dentro de eso que muy genéricamente entendemos como pop.
El Festival dio comienzo puntual con Jorge a Marte, los ganadores del concurso de bandas nuevas. El hecho de que hayan empezado en el escenario Formosa – el escenario secundario – hizo que pasaran un poco desapercibidos para un público que a poco de ingresar eligió concentrarse en el patio y en inmediaciones del escenario principal. La banda llevó adelante un show prolijo, pero que desentonó un poco con la estética general de la grilla (algo que no habla mal de la banda, sino que deja de manifiesto los riesgos de algunas convocatorias abiertas).
A continuación la primer banda que tocó en el escenario Paraguay fue Un Buscador, proyecto liderado por el cantante Nicolás Testoni. A poco de empezar se notaron los primeros problemas de sonido, los cuales fueron producto de una situación de organización que era previsible: dada la cantidad de bandas, muchas de ellas no llegaron a realizar pruebas previas viéndose obligadas a acomodarse durante la presentación. En el caso de Un Buscador la performance se tornó accidentada porque no se escuchaba la guitarra y el tándem rítmico (batería/bajo) estaba muy alto, lo cual desvirtuaba el potencial de cada canción tornándolas demasiado directas… algo lamentable considerando la delicadeza de los arreglos insinuados en el adelanto del disco “Ceremonia Popular“. Si bien las interpretaciones fueron muy ajustadas (en particular la voz), el balance general no fue significativo aunque sirvió para invitar a la gente a acercarse al escenario. Confío en que tendrán revancha, porque su próximo disco promete mucho.
El Festival comenzó a activarse con la presentación de Perras on The Beach. Los mendocinos no solo hicieron justicia al leitmotiv del Festival (eran los más jóvenes de todo el staff de bandas), sino que sorprendieron con un show contundente, lleno de energía y sorprendentemente prolijo pese a la irreverencia que los caracteriza. El espíritu de la banda se plasmó en un sacudón de temas de dos minutos que se sucedieron como los versos frenéticos de los MC de Jvlian. Además de su actitud punk y, de a ratos, inmadura, los Perras no descuidaron ningún arreglo o gesto, dejando en evidencia un agudo sentido de la canción y el espectáculo (parece que entendieron todo lo que hay que entender para estar arriba de un escenario). Con cierto virtuosismo hicieron de la interpretación un juego que se plasmó, incluso, en el intercambiando de roles e instrumentos a lo largo de todo el set. Es por esto que, pese a la impronta destacada de Simón, su cantante, la banda logra lucirse como un todo. Incluso cuando llegaron a caer en una provocación común y un poco estúpida –prender un porro y continuar el acto con una jactancia que suena a gesto devaluado-, continuaron con un tema cuyo estribillo remedió todo exceso a fuerza de pura poesía (“Nuestro amor es una tuca en mis bermudas”). El cierre con Fran Saglietti (Francisca y los Exploradores) fue anecdótico (foto principal) y dio muestras de la excelente recepción que estos pibes generaron tanto en el público como en sus compañeros de Festival.
A continuación Les Mentettes tuvieron que hacer frente al exceso de energía que generaron los Perras. Puesto en comparación el cambio fue un tanto drástico, pero la banda conoce de festivales y llevó toda su experiencia para acomodarse y deleitar al público con un colorido repertorio de canciones. Su sonido fresco y actual, bien alineado a las tendencias de afuera, ayudó a captar el interés del público y a meterlo en “estado de festival”: ese estado de inquietud y curiosidad que sirve de combustible para alimentar la expectativa y el recorrido del público de un escenario a otro.
Después del breve show de Nina, el un desarrollo cronometrado se desvirtuó y las bandas empezaron a superponerse bastante, lo cual dificultó la escucha de algunos set (hasta ahí, mientras una banda se acomodaba en un escenario, uno podía ganar tiempo escuchando los primeros 20 minutos de la banda vecina). El primer tandem simultáneo fue el de Usted Señálemelo y Telescopios. Los primeros, franqueados por el desgaste de la presentación de Perras (recordemos que comparten 3 integrantes) no se quedaron atrás y, pese a que se vieron algo afectados por la convocatoria de Telescopios en el primer escenario, dejaron en claro cuál es el potencial de esta nueva gesta mendocina. En su primer visita a la ciudad mediterránea los pibes sacudieron el escenario a fuerza de fusiones originales, crudas y explosivas que, por su intensidad, recuerdan lo mejor de los grandes exponentes del post-hardcore.
En paralelo los Telescopios no hicieron más que ratificar su buen momento, dando su primer show después del Vorterix y el Music Wins. Esta vez aprovecharon la localía e hipnotizaron al público (su público) sintetizando en 40 minutos los puntos más altos del Templo Sudoku. No se puede decir mucho más: sonaron como acostumbran, haciendo fácil lo difícil, deleitando con esa neo-psicodelia hedónica y delicada, y nos dejaron a todos cebados con el ya clásico “Ciudad de Tampa“.
Poco antes de empezar Indios, los Bándalos Chinos, un tanto apretados, sacudieron con uno de los mejores shows del escenario secundario. Sonaron excelentes, convocaron mucha gente y cerraron el show arriba como si fueran locales invitando al escenario al fantástico Pancho Valdes (una de las mitades de Valdés, el dúo cordobés que viene siendo la revelación del año). Sin lugar a dudas la tríada Telescopios – Bandalos Chinos – Indios fue la columna vertebral de una noche increíble.
Indios, como era de esperarse, fue la principal actuación de la noche, hecho que se manifestó en una amplia concentración de público. Confiados en la capacidad de seducción de sus canciones y en el histrionismo voyeur de su cantante, el quinteto rosarino demostró madurez y frescura, haciendo notar que el paso del tiempo puede ser la excusa perfecta para renovarse y subir apuestas. Hits mechados con canciones nuevas, energía, baile y buen sonido pintaron un show alucinante que les permitió conectarse perfectamente con el público; una revancha que les permite sacarse la espina del año pasado (donde los problemas técnicos de ese mismo escenario coronaron una noche para el olvido).
Mientras esto sucedía en el escenario principal, el Formosa sirvió de refugio para un público un poco más acotado que se concentró a ver a Jean Jaurez, este trío instrumental que genera climas de encanto coqueteando con el house, el smooth jazz, el funk o el kounge. Música agradable y muy bien tocada, que bien serviría para amenizar cócteles en una barra de hotel 5 estrellas.
El cierre de Indios y el éxodo de una buena porción del público marcó un punto de inflexión en el clima general del Festival (que en ese momento transitaba las 6 horas desde el inicio). Los Hipnótica fueron los primeros en sufrir el efecto post-Indios, y a pesar de un comienzo caracterizado por un par de ponchazos técnicos, el dúo reivindicó el espíritu del Festival desde lo más elemental y significativo de su propuesta: canciones sentidas que no demoraron en establecer un vínculo cómplice los y las valientes que se animaban a continuar hasta que los empuje el sol.
Distinto fue lo de Jvlian, que no parecieron inmutarse al horario y el cambio del público. Con una propuesta claramente diferenciada del resto, los raperos rompieron con todo y, como si se tratara de una cachetada, ayudaron al público a mantenerse prendido pese al desgaste. El show fue impecable bajo todo punto de vista: histrionismo, groove, rimas soberbias y gestos provocadores (uno de los cantantes bajo del escenario y se metió entre el público, sin que se le afloje una rima) pero también una excelente intuición musical que confirman el abusivo potencial de la banda.
Valdés cerró el escenario Formosa tocando en simultáneo con Francisca y Los Exploradores. Los espacios vacíos pasaron a un segundo plano, ante un séquito de incondicionales que no demoró en defender la noche consumiendo sus últimas energías en el baile. En su primer año –y siendo responsables de uno de los mejores discos cordobeses del 2016- este dúo de hermanos logró explotar su química al máximo, logrando consolidar una fórmula donde el groove, las frases pegadizas y el carisma les garantizaron un lugar entre los grandes exponentes de esta nueva generación. Respetando la clave de colaboraciones e intercambio que cruzaron todo el festival, o en una suerte de devolución de cortesías, el dúo hizo partícipe a Goyo (de Bándalos Chinos) para cantar “Únicos en el Mundo“.
El final no podía ser para otro que para una de los gurúes espirituales de esta nueva movida. Francisca y Los Exploradores – esa entidad creada por Franco Saglietti – sorprendió con un sonido directo, atrevido y más bien rockero que lo alejaron del concepto de Franco, su último trabajo. Acompañado de buenas visuales, la banda repasó canciones de todos sus trabajos y contó, a modo de resumen, con el mayor caudal de invitados: Simón de Perras, Julián Larquier Tellarini (Jvlian) y, sobre el final –y medio de los pelos– a los Indios. Cómodo y asumido en su rol de frontman, Franco se mostró versátil en sus registros (puede sonar romántico, juguetón, dandy o melancólico) pero también demostró ser el comandante de una banda que la rompe (bastaba escuchar y ver a esa tribu tocando “Gorila” para captar el nivel de delirio).
Comparable al Primavera Géiser (2014), pero con el espíritu de movidas más pequeñas como las ediciones del Festival Aruma o el CRIA (2015), o, por qué no, con la referencia distante del Festival Nuevo Rock Argentino (principios de los ’90), este Festival es significativo no por la cantidad de bandas o la convocatoria (que fue más que aceptable), sino porque sirve para representar un estado de cosas que atraviesa la música emergente argentina. Primero que existe una renovación real y una óptica estética que, pese a variaciones de forma, apunta al mismo tipo de búsqueda: nos encontramos con artistas enfocados en hacer buenas canciones, libres de las prescripciones de cualquier género y verdaderamente receptivos a multiples influencias y estímulos (tanto de acá como de allá, como de cualquier lugar).
Por otro lado, también habla de una manera de gestionar y llevar adelante la producción musical, que encuentra en la camaradería y en el trabajo de redes una alternativa a la carencia de ideas y el desempeño mononeuronal de las discográficas, medios y difusores de mayor llegada. Que haya sido en Córdoba confirma, también, el buen momento de la escena mediterránea. Pero notando lo que pasa en Mendoza y Rosario, no hace más que afirmar que los polos de creación se están federalizando (o, cuanto menos, descapitalizando). En un contexto donde se discute el legado, la vigencia y la vitalidad del rock nacional, una iniciativa de estas características brinda alegatos fuertes para demostrar que todavía pasan cosas y que no todo tiempo pasado, por pasado fue mejor.
De todos modos, y pese al optimismo, no podemos dejar de preguntarnos sobre el límite, el futuro y la capacidad de expansión/agotamiento de todas estas expresiones. ¿Se trata de un fenómeno eventual, una tormenta perfecta, o se trata de algo que vino para quedarse y dejar una marca duradera? La respuesta, por difusa o caprichosa, debería pensarse fuera del hype. O tal vez, y simplemente, poniendo play y dejándose llevar por las cosas que suceden fuera de la radio.