Si bien fue creciendo año tras año, con esta nueva edición supimos que el festival terminaría de explotar. El 2017 significó la primavera para el Lollapalooza Argentina, que por primera vez en su corta (pero poderosa) historia, agotó totalmente todas sus entradas días antes de la fecha del evento, nucleando así a 200.000 personas en el Hipódromo de San Isidro. El festival floreció no solo en el marco de una organización que fue mejorándose año a año (los escenarios, el predio, los servicios, la seguridad y la efectividad de -casi- todo) sino también en la presencia de un público que ya no solo es variado, colorido y diverso, sino que también ya ha absorbido la idea que el Lolla ofrece, y sabe muy bien con qué se va a encontrar.
La heterogeneidad emblema del evento se siente ya desde su particular line-up que, con muchos admiradores y algunos escépticos, logra en cada oportunidad juntar algunas de las propuestas más interesantes de la música a nivel mundial (tanto las nuevas como las legendarias, y las nacionales en ambos casos). Así se entendió la presencia de León Gieco en el cartel, quien subió temprano a uno de los escenarios principales escoltado por los Infierno 18, la banda que los acompaña desde hace algunos años. Con una hora de clásicos en clave rockera (durante todo el show hubo cuatro guitarras sobre el escenario), incluyendo “La Colina de la Vida”, “Semillas del Corazón” y “Pensar en Nada”, logró meter 50 años de historia de rock nacional en la boca de todos los que habían dudado de él, además de dedicar un momento del espectáculo a las mujeres y el movimiento #NiUnaMenos.
En el otro Main Stage le siguieron los británicos Glass Animals, una de las nuevas bandas favoritas de este año, quienes con su pop/rock alternativo se mimetizaron rápidamente con el agite festivalero que solo podrían encontrar en nuestro país; el cantante Dave Barley entró a los saltos y cantó las canciones revoleando los brazos como un orangután, mientras en el suelo la gente saltaba y coreaba entusiasmada cada canción, coronándolos como una de las revelaciones del line-up 2017.
Quienes ya son un favorito local desde hace años son los Cage the Elephant, quienes repitieron en nuestro Lolla (ya habían tocado en la primera edición) pero ahora presentando el disco que les valió el Grammy a Mejor Álbum de Rock. La energía que transmite Matt Schultz, líder y cantante del grupo, parece estar hecha a medida para el público argentino. Vestido de rojo, negro y botas doradas, como una mezcla de Sandro y Luke Skywalker, se paseó de una punta del escenario a la otra pavonéandose, bailando y brincando, para terminar sin camisa y arrojado sobre sus fans mientras sonaba “Teeth”.
Cuando el atardecer ya pintaba el predio de colores pastel, fue el pie perfecto para la llegada de The 1975. Con “Love Me” abrieron el set con el que presentaron su aclamadísimo último disco, con un estilo musical más relajado pero con la misma euforia viva entre el público. Con una puesta visual muy cuidada, esgrimiendo una modernidad vintage, y sonando casi como una versión millenial de INXS, su nombre no podría estar más acertado: lo suyo no son los ochenta… pero casi.
Lo que logró Rancid en la primer noche del Lollapalooza fue generar una fiesta de borrachines en un evento sin alcohol (no se vendía cerveza, ni siquiera en el sector auspiciado por Corona -¿un problema de habilitación?-). Allí se armó el pogo más descosido y nostálgico de la jornada: era la primera vez que ésta, una de las bandas emblemáticas del punk mundial, visitaba nuestro país (de hecho fueron varios los artistas del cartel que se bautizaban en Argentina). Músicos y público se hermanaron en un solo canto y la magia generada hizo a los miembros de la banda preguntarse por qué se habrán tardado tanto en venir. Al igual que en su sideshow en Flores (con entradas agotadas), el cierre con “Time Bomb” y “Ruby Soho” dejó a todos, incluídos los Rancid, con ganas de una pronta revancha.
Por esos momentos en el escenario Alternative emergió la figura de la cantante sueca Tove Lo, y todo se vino abajo cuando sonaron las primeras notas de “True Disaster”. Le siguieron una catarata de estribillos explosivos, con un repertorio que puso siempre el foco en el empoderamiento de la sensualidad femenina (cumplió con su tradicional número de mostrar las tetas en “Talking Body”), fue otra de las revelaciones del día 1. Es que el Lollapalooza funciona así, y este también fue el año en que el público terminó de entenderlo. Se podía ver a la gente ir y venir entre los escenarios, sin bandos ni conflictos: todo es música, y el público es curioso.
Poco después de que comenzara Tove Lo, The xx se presentaba por segunda vez en el país en el Main Stage 2: El setlist elegido para la ocasión balanceó a la perfección los beats bailables -de los que fue principalmente responsable el fantástico Jamie XX, escondido con timidez detrás de la consola- con los momentos de calma necesarios después de un día agitado, entre las historias de nostalgia y amor narradas con ternura por Oliver Sim y Romy Madley Croft. Quizás la forma más acertada de definir el espíritu de The xx sea la armonía, tanto en su presentación como en la composición de la banda. La química con la que se mueven Romy y Oliver en el escenario es tan innegable como el complemento perfecto de sus tonos de voz e instrumentos, una escena digna de ser apreciada con todos los sentidos. Claro que los británicos no hubieran podido consolidar su merecido lugar sólo con un par de voces magníficas: el aporte rítmico de Jamie es la clave de su particularidad, aún en la versión en vivo.*
Pero, por supuesto, el plato principal aún no llegaba. La histórica presentación de Metallica fue una avalancha de gente clásicos, de pogo y de momentos memorables: Kirk Hammett con un solo que, literalmente, la rompió (a su guitarra solo le quedaron una o dos cuerdas) o Robert Trujillo iluminado con una sonrisa al ver a la gente festejar y saltar con la intro de “For Whom The Bell Tolls”, son solo algunos. El marcado diferencial estaba en que, quizás, fue uno de los pocos shows del evento en el que mandaba el virtuosismo. Propios y ajenos se entregaron a la banda durante dos horas (el show más largo de un Lollapalooza argento) hasta el explosivo cierre con fuegos artificiales, que opacaron la llegada de The Chainsmokers al escenario del otro lado del predio. Al poco tiempo, el dúo de DJs ya había montado una fiesta. Andrew Taggart y Alex Pall ya habían sido parte del Lollapalooza 2015, donde tocaron bastante más temprano y de la mano de su único single por aquellos días, “#Selfie”. Ahora les tocó cerrar el primer día de festival mientras aquellos que se desentendían de la música electrónica iban liberando el predio. Luego vinieron más fuegos artificiales, y sería hasta el día siguiente.
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Foto principal: Metallica por Matías Casal
*Párrafo de The xx: Romina Bedrossian