Es sábado, es de noche y cientos de bufandas de todos los colores, tamaños y texturas peregrinan a la frontera que divide el barrio porteño de Palermo con Almagro.
De la final que acababa de perder la Selección argentina de fútbol en manos de su par chileno nadie decía ni una palabra. El frío, la desazón y las ganas de ahogar penas eran más importantes que cualquier debate postmortem. Porque para eso sirve la música.
El Club Cultural Matienzo es el punto y subirle unos necesarios grados al cuerpo la excusa que congrega a los abrigados transeúntes a esta zona de ebullición de la escena musical de Buenos Aires.
Decenas de seres humanos con rostros de algarabía y gotas de sudor en la frente emergen del auditorio ubicado en el corazón del Club, ese bastión de la movida que a los 4 días del mes de julio ya luce una cartelera repleta de ofertas culturales para todo el mes, y que cobija en sus entrañas a una radio, un concepto y un propósito.
Terminó Mushi Mushi Orquesta, la banda uruguaya encargada de abrir el juego. (Eco) Vaso en mano, el mismo caudal de gente que acababa de abandonar el auditorio de un Matienzo desbordado para renovar el aire de sus pulmones, vuelve a llenar el vacío con la noble intención de prestar sus oídos y neuronas para otro viaje interestelar a cargo de una de las bandas del momento, Morbo y Mambo.
Los imponderables de siempre y el habitual suspenso de cada concierto de trasnoche hacen que los siete músicos se suban al escenario pasadas las 3 AM. Sin poses ni presentaciones extraordinarias, el grupo de origen marplatense sale del camarín, saluda, sonríe, se mira y suelta el freno. De a poco y sin apuro, para que la máquina vaya encontrando su propia marcha.
Después de los galardones que significaron la presentación de su Boa venenosa en el Teatro Caras y Caretas y el show especial que brindaron en la recién inaugurada cúpula del flamante Centro Cultural Néstor Kirchner, esta es la oportunidad perfecta para ver a Morbo y Mambo más suelto y en confianza que nunca. Y así lo empiezan a demostrar, en forma de canciones.
Con la dosis de improvisación a la que tienen acostumbrado a su público (y tal vez un poco más), la banda descorcha con “Junior“, la agita con “La Espada de Cadorna” y continúa con “Chori 95“, uno de los más celebrados de un último disco.
A simple escucha puede parecer que los vientos son los que dominan el sonido del grupo, pero una ingesta más minuciosa revela la verdad: en Morbo y Mambo el que manda es el bajo.
Desde el centro del escenario, Manu (bajo) marca el principio, el nudo y el desenlace de cada una de las historias sonoras que propone la banda. Él es el encargado de hablar con el público y es él el que, con su melena enmarañada y el swing de sus notas graves, obliga a entregarse al baile.
Humo, gritos y aplausos. Por arriba pasaron, entre otros, “Taguzaz“, “Fung Wah“, “Gorila” y para el final, la formación perfecta: “4-4-2“. Un buen medio para dominar la pelota y volver cuando sea necesario, dos punteros filosos con hambre de gol y una defensa sólida, inquebrantable. La próxima será, Argentina querida. Por suerte hay Morbo y Mambo para rato.