La historia sufre muchas veces de borrados violentos. Existieron personas que fueron invisibilizadas ya fuera por intereses sociales, culturales o políticos. La cultura afrodescendiente en Latinoamérica —y en este caso particular, en los territorios actuales de Uruguay y Argentina— fue víctima de una matanza. Artigas, el patriota sin patria de Gonzalo Eyherabide explora a fondo y desde su propio y marcado estilo este acontecimiento histórico, al poner el foco en una de aquellas personas sometidas al olvido: Joaquín Artigas o Nyamoro.
La historieta comienza precisamente con una hoja teñida de negro. Luego, en unas viñetas se ve cómo todo ese color son los continentes de África y Sudamérica separándose poco a poco, para luego mostrar a un futuro Joaquín Artigas uniformado y viendo el horizonte. El inicio podría sintetizar toda la obra: el negocio de la trata de esclavos encuadrado dentro del “comercio triangular” entre África, Europa y América; una mano de obra que fue una de las mayores bases sobre la que se construyó la colonización y luego la Revolución.
La sátira incisiva empapa toda la historieta. Y eso no ocurre solamente en el plano de los profusos diálogos que parodian instituciones y modelos que van desde la Iglesia y el Ejército hasta el capitalismo o personajes históricos como la familia entera de los Artigas, sino que también se logra desde un dibujo caricaturesco. La ilustración y el guion se entrelazan de forma orgánica con el fin de lograr un revisionismo histórico y un rescate de figuras olvidadas.
Una página y media
“Se sabe poco de Joaquín Artigas. Los uruguayos no lo conocemos. Y la historia dejó sobre él apenas una página y media”, comenta el escritor de la historieta. Y es que precisamente el esclavo de aquel prócer fue borrado de la historia. Pero eso poco que pervivió en el tiempo le sirvió al historietista como un puntapié para una profusa investigación con el fin de narrar un relato desde los ojos de uno de los que lo vivieron en carne propia.
Gonzalo Eyherabide Mántaras (Eyhe) nació en 1972 en Montevideo. Es un humorista, publicista y escritor con una larga trayectoria en Uruguay. Pero se podría decir que su faceta más artística se halla en la historieta, y desde muy chico: “Veo historietas desde antes de aprender a leer. Y lo que me rompió la cabeza para siempre fue a los cinco años cuando mi papá me trajo la primera Asterix“. Luego, se fue adentrando más en aquel mundo, al leer a Podetti, Fayó, Max Cachimba, Maitena y a Fontanarrosa. Y posee un historial de publicaciones: Las aventuras de Maraño, Mundo Farol, La Página del Dr. Rocaforte y Experimento Ponsonby, hasta llegar a su última obra: Artigas, el patriota sin patria.
Era fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX. El entonces Virreinato —y posteriores Provincias Unidas— del Río de la Plata estaba gobernado por España, pero ya se encontraba en decadencia, superada por potencias incipientes como Inglaterra y Estados Unidos. En este contexto, la esclavitud era moneda corriente: “Estamos hablando de unas 40 millones de personas robadas de África por europeos y estadounidenses durante 400 años para a su vez robar las riquezas del suelo y el subsuelo de América”, afirma Eyherbide. Y el esclavo Joaquín Artigas vendría a funcionar como una potente sinécdoque de estos hechos.
Un doble juego de crítica y de reivindicación
Así como se masacró a casi toda la población afrodescendiente, también se masacraron sus identidades. El verdadero nombre del protagonista de la historia es en verdad Nyamoro. Su identidad es sofocada durante casi todo el relato, al habérsele impuesto un nombre cristiano y el mismo apellido que el de su amo.
En cierta ocasión se habla de la importancia de esa identidad escondida pero no perdida de la boca de otro esclavo, el cual le dice a Nyamoro: “Los negros no sabíamos que éramos negros, hasta que nos robaron de África. Ahí los blancos nos pusieron ese nombre: ‘negros’. Y ya no sos Mozambique, ni lowne, ni congo, ni yao, ni ma kua. Ahora sos negro, Joaquín”. O cuando otra de las esclavas de los Artigas le dice: “¡Nyamoro! ¡Qué bueno! Lo vas a necesitar ese nombre en este país. Llevalo siempre. No lo olvides”. Pero tal vez el ejemplo más crudo es cuando José Artigas ordena un censo y le dice a su soldado: “No pongas nombres, solo números”.
En ese sentido, el lenguaje juega un rol fundamental en el relato. El personaje de Don Quijada —que funciona como una especie de doble metaficcional y anacrónico del mismo escritor— se explaya en conceptos clave que hilan todo el relato: “capital”, “yugo”, “explotación”, “patriota”. Así, se realiza siempre un doble juego de crítica y de reivindicación.
Esto se puede ejemplificar en la bandera que sostiene el grupo de Artigas, “los 33 orientales”, que reza “Libertad o muerte”. Como sostiene Eyherbide: “Era un gran lema publicitario para que se anotaran esclavizados”. De esta forma, ellos buscaban la liberación de su esclavitud mientras eran usados como carne de cañón para las diferentes revoluciones en América en el siglo XIX.
Esta contradicción está presente a lo largo de todas las viñetas. En una de ellas, mientras Manuel Artigas habla sobre la importancia de la revolución, uno de los esclavos lo cuestiona: “Sobre ese tema de la libertad…”, pero su voz es apagada por el clásico discurso hegemónico de la independencia territorial —y no de la esclavitud—. En otra viñeta, Don Quijada dice: “La conquista de América es la continuación de la reconquista de España”.
A la vez, la cultura negra es revalorizada de forma constante. El personaje del payador aparece a lo largo de las páginas interpretando tangos anacrónicos, lo que refuerza el revisionismo histórico: aquel arte como fruto de la cultura afrodescendiente. Se les da voz, movimiento y canto a estos personajes, mientras que —en un notorio y buscado contraste— se ridiculiza a los blancos “patricios”.
La cultura africana originaria es retratada también a lo largo de varias páginas. Se muestran en detalle determinados ritos culturales de la tribu de Nyamoro, justo antes de ser invadidos por Artigas. Hay un intento constante por revitalizar la memoria de dicho pueblo. Una secuencia, por ejemplo, muestra —con tintes cómicos— una especie de reversión del nacimiento de Jesús y el advenimiento de los Reyes Magos, tal vez como otro recordatorio de que aquella figura histórica no era en realidad de piel blanca como se lo quiso retratar más tarde.
Un necesario acto de memoria
Como todo relato histórico bien contado, este puede servir también como un reflejo y una crítica de una actualidad coyuntural. El capitalismo se reforzó en aquel tiempo y sobre él se cimentaron las bases del presente, solo que, como dice el mismo autor, de forma más camuflada: “No nos dan latigazos. No necesitan hacerlo. Como dice el gran filósofo Byung-Chul Han nos estamos autoexplotando al máximo creyéndonos que nos estamos realizando”.
Artigas, el patriota sin patria funciona como un auténtico y orgánico medio de revisionismo histórico mediante el lenguaje de la historieta. Las viñetas y el texto transmiten la otra cara de las revoluciones de América. Pasó de haber un tercio de población afrodescendiente en Argentina y Uruguay a decrecer de forma drástica en este último país y a prácticamente desaparecer en el primero. Esto tuvo varios factores concretos y uno de ellos fueron las guerras de la independencia.
“Los esclavizados iban al frente con la esperanza de conseguir la libertad. Era el único medio posible”, dice Eyherbide. Y en efecto, a Nyamoro se le robó su tierra, su familia y hasta su nombre para ser usado al antojo por enormes potencias, con intereses ajenos a él. Su papel en la historia fue casi totalmente eliminado, junto con el de sus pares. Estas viñetas buscan revivirlo y ofrecer un poco de una necesaria luz y memoria en medio del oscuro olvido.