Todos los días, cuando la “horrorosa red de colectivos” que nos lleva al trabajo insiste con desmoronar nuestro ánimo, vienen a nuestro encuentro un sinfín de matices y detalles vitales que habitualmente observamos sin asombro. Es cuestión de agudizar la mirada, de prestar atención a todo eso que nos rodea y pasamos por alto: las tonalidades del cielo, los héroes anónimos de la primerísima mañana, el silencio reparador. Al menos esos mínimos gestos son los que pone en valor la protagonista de Cuáles son los colores de la mañana, (Deriva Editora) para hacer funcionar su maquinaria narrativa.
Estamos en los primeros días del aislamiento obligatorio. La voz que guía la historia pone en marcha una serie de recuerdos. Todo se pone a andar. Los desgastes del día laboral, el desarraigo en París, las soledades “compartidas” en plena cuarentena, las formas de la belleza son algunos de los motivos temáticos que la autora Beibi Kebab despliega de manera alternada -yuxtaponiendo anécdotas- a lo largo de la novela.
Es cierto que la alusión al contexto pandémico sirve más que nada como telón de fondo, y se agradece que sea así. No hay propósitos realistas para “explicar el mundo” en el nuevo orden de cosas, ni tampoco para imaginar futuros deshumanizantes en las claves de la ciencia ficción. Aunque es cierto que, en cierto punto, por momentos la realidad parece ponerse demasiado extraña. Es que, en la reclusión hogareña, el cóctel de inmovilidad, reflexión y contemplación performatea percepciones y sentires. Como cuando la protagonista se muda a Villa Crespo y descubre que hay un pájaro “nuevo” tomado por el aburrimiento que más tarde se convertirá en una figura relativamente acechante por el ruido que emite.
Recuerdos, desencuentros, tristezas y asombros son parte del repertorio emotivo que nos propone Beibi Kebab en su primera historieta. A lo largo de sus páginas, su personaje ejercita la memoria casi en clave meditativa, como si fuese una saudosista portuguesa mirando el Tajo e intentara adivinar el futuro del pasado reconfortada en su nostalgia. Pero una nostalgia que se asume de manera activa, para encarar al mundo desde una nueva perspectiva.
Antes de meterse de lleno en el proyecto que dio origen a Cuáles son los colores de la mañana, Beibi Kebab venía de hacer un recorrido enfocado en la literatura. Más tarde, resultó ganadora de la Convocatoria 2021 de Novela Gráfica del C.C. Recoleta. En conversación con Indie Hoy comenta: “No sabía que existía el cómic hasta el 2018. Digo, sí, sabía lo que era un cómic pero lo tenía muy asociado a las figuras de los superhéroes. No sabía que ahí había un lenguaje más girly, hecho para lo que yo quería decir. Hice un viaje a Francia e hice una materia de novelas gráficas. Allá me encontré con librerías específicamente dedicadas a la bande dessinée, a todo un paradigma de posibilidades. Tiras con imágenes y lenguaje que me potenciaba mucho, a diferencia de la literatura clásica. El hecho de ver que existía un campo desarrollado me visibilizó todos esos lenguajes posibles. Lenguajes a los que no accedía por no conocer. Y en ese conocer, accedí a una literatura mucho más subalterna, más de los márgenes, no tan consagrada que me dio lugar al juego, la exploración y la diversión, por sobre todo. Eso encontré en las herramientas del cómic.”
¿Qué te permitieron explorar esas herramientas nuevas que encontraste en la historieta?
Hacer historietas es divertido. Hay una tensión mucho más lúdica. Las palabras se cargan menos porque está la atención puesta en varios focos: la línea, el color, la puesta en página. Vengo de una disciplina donde se exprime a la palabra como a una naranja: se ve cuánto jugo puede dar. Con qué conceptos se puede relacionar. En qué tradición se inscribe. No desmerezco este poder, solo que para la creación artística puede significar un campo minado. Una bomba. Pum, dijiste la palabra incorrecta. Pum, el final no gusta. Pum, no creaste bien una atmósfera. Hay una rudeza mayor al leer novelas clásicas. Quizás muchos lectores creen que las novelas gráficas son “literatura juvenil” o simplemente no lo ven como una Novela con todas las letras, así, con mayúscula. Yo lo veo como un espacio más descomprimido o mejor dicho: con una compresión diseminada en varios polos.
¿Cómo fuiste encontrando el estilo de dibujo con el que finalmente trabajaste en Cuáles son…?
El primer día de cuarentena estricta, me dije: hoy vas a dibujar una historieta de 10 páginas, porque hace mucho que querés hacerlo. Vas a escribir de corrido en los rectángulos y ese va a ser el texto definitivo ¿de qué? Ni idea. Un fanzine, una tira. Lo que sea que vaya a ser, vas a dejarlo así. No lo vas a poder corregir. Vas a dibujar y pintar directamente sobre el rectángulo sin pensar en una paleta o en un estilo. Vas a probar hacer todo de corrido sin neurotizarlo demasiado. Después lo vas a mostrar en un taller literario al que vas. Ahí se pasa en limpio y se ve con varias personas qué es un arranque fresco o qué puede dejarse de lado. Y gustó. Y ahí dije: voy a seguirlo. Entonces, después de ese arranque espontáneo, libre, sin demasiadas pretensiones, ahí recién pensé qué me estaba queriendo decir a mí misma en ese comienzo. Qué temas estaba planteando. Qué personajes. Por dónde pasaba la identidad de ese texto. Empecé a probar. Probé hilos argumentativos diferentes. Y los fui mostrando. Virtualmente, conocí un chico que me dijo “tu novela es sobre el color”. Me dije: no tengo que cambiar el color, porque lo iba cambiando y no funcionaba. Entonces el gesto de encontrar un estilo, al menos para mí, fue este: levantarse un día en que dispongamos de tiempo. Decirnos: hoy voy a hacer algo que quiero hacer hace mucho. Hacerlo de corrido sin mirar atrás. Dejarlo reposar. Mostrarlo. Escuchar a lxs demxs. Ver en limpio qué procedimientos funcionaron. Probar. Desechar. Probar. Desechar. Probar. Desechar. Y si algo te parece aberrante, mostrarlo a alguien en quien confíes su criterio estético. Y colorín colorado. Coleccionar artistas que nos gusten. Tener referencias a ver cómo resuelven. Y así vas transpirando tu modo de hacer, tus comunes denominadores que, sin planearlos demasiado, salen.
¿Qué obras de esos artistas que te gustan te acompañaron en tu proceso creativo?
Bueno mi lista es larga, pero creo que vale la pena. En el campo de las artes visuales Nacha Vollenweider con una novelita espectacular que se llama Notas al pie. Soy fanática de Marjane Satrapi por Persépolis, Riad Satouff con El árabe del futuro y Los cuadernos de Ester. Lou Lubie con Cara o seca porque trata los desórdenes de salud mental. Molley May y Haley Tippman desde la composición del color. Simon Roussin me gusta mucho porque retoma el western desde otro lado con su libro El bandido del Colt de oro. Con respecto a la literatura más clásica: Puig, Camila Sosa Villada, mi maestra Marie Gouric. Igualmente, mi escritora preferida sin lugar a dudas es Sylvia Plath.
Hay una secuencia de la novela en la que se describe el fluir de los pensamientos de uno de los personajes. En ese momento el registro cambia con rotundidad, los colores pasteles dan lugar a la austeridad del blanco y negro, se comienza a jugar con elementos más “bocetados” y autorreflexivos. El andamiaje clásico de la historieta trastabilla un poco. Se interrumpe la previsibilidad del lector con precipitada elegancia, aunque pueda parecer un oxímoron. Comenta la autora: “esa parte era una carta que tenía escrita. Ahí la preminencia fue netamente textual. Primero, escribí una carta de amor. Después la adapté a la novela. entonces tenía un texto distinto a lo que venía haciendo, de otro contexto, de otra narradora. Empecé a hacer el famoso boceto del texto. Y después del boceto, me puse a redibujarlo. La segunda versión mejor compuesta, más desarrollada, más prolija, en colores, en un papel distinto, no funcionaba. Quedaba mejor la rusticidad de la primera vez. Ahí, seguía estando la frescura, mientras que, en la segunda versión, se perdía. Entonces, con mucha tristeza, dejé esas páginas prolijas de lado (que por cierto me tomaron muchos días hacer). En otras partes, decidí adrede cambiar el estilo para que la novela respire. El hilo conductor es cambiante en su textualidad, así como en el diseño de las páginas. Podría decirse que es un principio constructivo: correrse de un lugar discursivo si es necesario. Volver cuando estamos listos”.
La novela juega mucho con la circularidad, con distintas temporalidades y espacialidades. ¿Cómo fue que elegiste la estructura narrativa?
En ese chispazo de hacer diez páginas de corrido sin mirar atrás, vi las cinco escenas que me estaba proponiendo: levantarme temprano para ir a trabajar, vivir sola, mi pasado, la pandemia. Me aferré al chispazo de un modo consciente. Quise patinar por las escenas, muchas veces uniéndolas por su repetición. Se trata, en líneas generales, de una novela muy cambiante y de muchas oscilaciones. Por eso, decidí reiterar elementos. Quise que el lector vuelva a reconocer ciertas frases, personajes, lugares, colores. En ese reconocimiento, la novela tendría una identidad. Por eso, la novela es circular.
En cierto punto -por la manera de desarmar la estructura canónica de un relato, por quebrar algunas convenciones del lenguaje de la historieta- me parecía que había una apuesta más cercana a la desidentificación…
Digamos que mi intención fue repetir elementos para que haya una identidad de la novela, para que tuviera un ritmo reconocible. En algún punto, la potencia que tiene la novela gráfica de jugar con lo visual, hace que se pueda dar un ensamble de factores, un pastiche y en ese sentido me tomé todas las libertades. Ahí sí tal vez haya una desidentificación porque uno no sabe bien cómo leerlo al principio… vas saltando. La identidad de una obra pasa por el estilo propio, porque se acostumbra a las convenciones preestablecidas de los géneros. Ahí sí me parece que hay otro tipo de resolución: porque la paleta de colores es muy específica, los planos son muy particulares.