No existen muchas historietas que aborden -ni desde la ficción, ni desde lo testimonial- la crisis y los estallidos del 19 y 20 de diciembre de 2001. El nuevo milenio sale al relevo de esas jornadas históricas. Narrado según las cifras de la autobiografía, Rocío Espina recupera algunos recuerdos personales y hace bascular memoria individual con memoria colectiva.
Un bar al que la artista iba con su padre, una tarde jugando al culo sucio con la abuela pivotean con una televisión omnipresente que informa sobre un gol legendario de Riquelme, los cacerolazos, las filas interminables en el banco o los saqueos. Lo importante es cómo el dibujo -suelto, ajeno a cualquier pretensión realista- nos lleva por una vía intuitiva y emocional, en tanto el texto nos introduce en un carril más reflexivo. No hay en el libro ningún rasgo de memorabilia facilista, sino un recordatorio político-sentimental de aquel pasado reciente y, por qué no, una advertencia del espanto por venir.
Rocío Espina es artista visual, forma parte del colectivo cultural Corta La Brocha y desde hace unos años viene creando viñetas cortas en formato fanzine. Narrada en blanco y negro, como una bitácora personal de la crisis que se avecinaba en 2001, su novela resultó una de las tres obras ganadoras de la Convocatoria 2021 de Novela Gráfica del C.C. Recoleta y formó parte de los 10 mejores cómics argentinos de 2022 según Indie Hoy.
¿Qué te impulsó a gestar esta historia que enlaza recuerdos personales con los episodios críticos de ese diciembre de 2001?
Para matar el tiempo durante la pandemia, realizaba caminatas por mi barrio. Una noche me cruzo al mozo del bar al que iba mi viejo siempre. Él estaba bajando la persiana del bar, esa imagen me traslada a un recuerdo que vagaba en mi mente: la noche del 19 de diciembre del 2001 -siendo una niña- nos cruzamos con papá a este mismo mozo, también, cerrando el bar y nos dice: “Me voy a la plaza a hacerle el Topo Gigio a De la Rúa”, y el hombre fuga por el medio de una calle iluminada por fuegos, gritos y ruidos de cacerolas. Sin saber demasiado de fútbol, volví a casa muy manija de ver ese gol de Riquelme, comprender el contexto, chequear que haya sido el mismo año, y no una mala jugada de mi memoria. Me entusiasmó que el tipo en un acto espontáneo, sin grandes pretensiones esgrimió una frase que sintetizaba en gran medida el espíritu de esa noche, lo que yo también sentí esa noche. Ese encuentro suscitó en mí una serie de imágenes y sensaciones muy potentes que habitaban en mi memoria.
¿Cómo fue que te diste cuenta que querías narrar esta historia con el lenguaje de la historieta? ¿Tuviste en mente desde el principio que terminaría siendo una novela gráfica?
En la historieta encontré un lenguaje para narrar y, a su vez, y quizás más importante, encontré la narración como excusa para dibujar. La frase me parecía maravillosa, un motor perfecto para ponerme a producir. En principio arranqué con la idea de hacer un fanzine corto que cuenta la anécdota. Pero un amigo, Juan De Souza, con el que estaba haciendo un laboratorio me sugiere estirar la historia, llevarlo a novela, contar más, traer todos esas sensaciones y recuerdos y montarlas en un libro. Al principio, sinceramente, me parecía algo imposible, inabarcable, muy muy grande, una novela gráfica implicaba muchísimos dibujos y sostener la atracción de la persona que está leyendo por más tiempo. Ni hablar de pensar en el tema de la impresión y la publicación, que por suerte aparece el concurso “Publicación de novela gráfica” del Centro Cultural Recoleta donde el proyecto queda seleccionado y gana la publicación. Hoy en día, con el libro en la mano, me parece que no hubiera funcionado como un fanzine corto. Necesitaba mucho espacio y despliegue para que la frase que lo motorizó tuviera efecto.
Contar los estallidos del 19 y 20 diciembre desde una perspectiva intimista, a partir de la memoria individual; tal vez funcione como contrapeso a la mirada generalizadora que puede haber en los medios masivos cuando se ocupan de hablar del tema. No se evidencia en la novela gráfica una voluntad pedagogizante como se podría ver en un informe televisivo o un documental expositivo. La emocionalidad emerge tangencialmente, desde los detalles cotidianos que va incorporando la autora.
“Busqué una mirada más experiencial de aquellos eventos, la vivencia en sí misma. Cómo eso que a veces parece un simple objeto de estudio histórico, o algo que sucedió en nuestro país entre un montón de otras cosas que sucedieron y suceden, es algo que tiene una total influencia sobre nuestras vidas, al mismo tiempo que nosotros construimos esos sucesos. Y ninguna de estas cosas se dan de una forma muy lineal o determinante, hay muchos matices y yo quería abordarlos desde mi propia historia, desde mi lugar político, sin apropiarme de relatos ajenos, pero tampoco invisibilizando. En fin, quería aproximarme a la crisis desde un lugar más lúdico y personal, menos sobrio, pero con responsabilidad.
¿Qué desafíos emocionales supuso contar esta historia desde lo autobiográfico?
Hace poco escuché la palabra “autoficción” y creo que me identifico más con ese concepto que con la autobiografía. En este terreno fue muy reparador contar mi historia, porque lo hice a puro juego, recorté y pegué como se me dio la gana. Puse los objetos que me gustaban, dibujé a mi mamá con el corte de pelo que a mí me hubiera gustado que tenga y a mi hermanito más de una vez lo hice deforme porque me resulta gracioso un bebé deforme. Pero también hay que decir que una novela que está inspirada en datos de tu biografía supone involucrar más gente que conocés y eso es todo un desafío que intenté abordar con amor, pero también con libertad.
¿Cómo fuiste encontrando el registro de dibujo con el que finalmente trabajaste en El nuevo milenio?
Antes de comenzar a producir me detuve a probar distintas propuestas estéticas. Una de mis condiciones autoimpuestas era que fuera sencillo a nivel técnico, que no tuviera problemas de escaneo ni tampoco en la impresión, y por supuesto, fuera barato, pues pensaba en la autopublicación. Por ende, el blanco y negro se impuso por default. Además de esto buscaba que el dibujo fuera “accesible”, no muy pretencioso, íntimo. De alguna forma u otra iba a terminar contando un hecho histórico y quería hacerlo de una forma diferente, más blando.
¿Qué dicen de nuestro presente los acontecimientos del 19 y 20?
Creo que repensar los acontecimientos del pasado siempre enriquece nuestra mirada sobre el presente. Claro, veo cosas en común entre esos años y estos. Otras que no. Yo creo que inconscientemente intenté hacerle un homenaje al gesto, a ese gesto de Riquelme que se apropió el mozo, al gesto de salir a la calle, a la protesta, al coraje y al encuentro.