La historia de Jack el Destripador está incrustada en la consciencia colectiva. Se podría decir que su fama está a la par de viejos personajes ficticios de la cultura pop como Sherlock Holmes, Drácula o Frankenstein. Al igual que ellos, es una figura que surgió en el siglo XIX. A diferencia de ellos, su historia está basada en crímenes que de verdad ocurrieron en la Londres del fin de la era victoriana: cinco prostitutas fueron brutalmente asesinadas y descuartizadas. Sin embargo, jamás se halló al culpable. La ausencia de uno fue un misterio que creció con fuerza a lo largo de las décadas. Se ramificó en incontables obras de ficción y de no ficción; desde novelas y libros de investigación, hasta obras de teatro y de cine. Y también llegó al formato del cómic.
El camino hacia From Hell
Alan Moore era ya un reconocido escritor dentro del ambiente del noveno arte. De niño había sido un ávido lector de cómics y no pasó mucho tiempo hasta que comenzó a escribir guiones de historietas para revistas inglesas. Así, poco a poco, se fue haciendo un nombre publicando para Doctor Who Magazine, Star Wars Weekly, Marvel UK, 2000 AD y Warrior. De esta época surgieron sus primeras obras importantes, como lo fueron V for Vendetta (1982), D.R. and Quinch (1983) y su Miracleman (1984).
Su prestigio incipiente fue tal que llamó la atención del otro lado del océano y la histórica DC Comics lo contrató. Esto marcó el comienzo de la nueva ola de historietistas ingleses que llegaron a Estados Unidos y le dieron un aire fresco al medio de los globos y las viñetas. Más tarde se le unirían nombres como Grant Morrison, Jamie Delano y Neil Gaiman.
Alan Moore comenzó en DC trabajando en Swamp Thing. Su narrativa añadió una profundidad en el personaje inédita hasta el momento. Esto lo llevó más adelante a escribir obras ahora claves dentro del género de superhéroes como For the Man Who Has Everything (1985) y Whatever Happened to the Man of Tomorrow (1986) para Superman y The Killing Joke (1988) para Batman. Esta seguidilla de obras en el género tuvo, de alguna forma, su representación más ejemplar con la revolucionaria Watchmen (1986). La deconstrucción de los superhéroes que planteaba, en un estilo no lineal, con referencias metaficcionales y diversos puntos de vista, volteó el escenario del cómic a nivel internacional, junto con otras obras como The Dark Knight Returns (1986) de Frank Miller o Maus (1986) de Art Spiegelman.
Hasta que llegó el otoño de 1988: coincidencia o no, un siglo después de los sangrientos sucesos del Londres victoriano. Moore quería escribir una obra sobre un asesino, pero había descartado a Jack el Destripador. Le había parecido demasiado obvio. Sin embargo, durante la investigación para su proyecto, se topó con el libro Jack the Ripper: The Final Solution (1976), de Stephen Knight. Supo de inmediato que tenía que escribir sobre aquel personaje, y para ello se contactó con la revista Taboo, de Steve Bissett, y con Eddie Campbell, ya célebre dibujante.
Un estudio profundo de época
“Desde el infierno”, firma la nota recibida por Scotland Yard, acompañada de un trozo de riñón y escrita por un tal “Jack el Destripador”. Y así se tituló la novela gráfica de Alan Moore y Eddie Campbell, From Hell (1991-1996), reeditada en 2022 por Planeta Cómic en Argentina.
Esta no es la típica obra de carácter histórico. No pretende ocupar el lugar de una biografía ni quiere reconstruir los hechos para dar algún signo de verdad. Alan Moore es consciente de la incógnita atemporal que suscita el personaje de Jack el Destripador. Y lo que busca es hacer de esa incógnita un disparador para un cómic que se conforma como una exploración histórica, social, cultural y hasta esotérica del Londres de 1888.
El asesino serial es una excusa para construir una red de personajes, espacios y tiempos que se enlazan en una obra de múltiples significados. La psique y las motivaciones detrás de cada personaje -incluso de los más secundarios- son igual de relevantes. Sus voces importan: las de las cinco prostitutas asesinadas, la del chivo expiatorio, la de quien ayuda al asesino, la del inspector designado al caso. El mismo personaje de Jack el Destripador es un ejemplo de experimentación de desarrollo de personaje profundo e inquietante.
El lector se adentra en su conciencia y en su accionar: ve las visiones que él tiene, siente los impulsos místicos que le afectan, sufre la perturbación de su mente. Y las ilustraciones de Eddie Campbell, por momentos casi sketches, rudimentarios y crudos, son las más indicadas para reflejar lo explícito. El mote que impuso la prensa al asesino está más que justificado con los trazos de cada hígado extirpado, de cada piel despellejada, de cada corazón quitado.
Un lenguaje irreproducible
“A mediados de los ochenta intenté concentrarme en aquellas cosas que sólo las historietas podían lograr”, dijo Moore en el documental del 2003, The Mindscape of Alan Moore. Y en efecto, es lo que logra en From Hell. Ninguna viñeta sobra. Ningún diálogo está de más. Ningún trazo de tinta está por qué sí. La obra cuenta con un ritmo singular, con una condensación de la información y con un manejo del lenguaje que es irreproducible en otro medio, como podría serlo una novela o una película. Alan Moore es conocido por sus mordaces críticas a la industria del cine y a las adaptaciones de sus obras. Y es que el motivo radica en esto último; para él, el cómic es un arte en sí mismo, con sus propias reglas y leyes.
Los símbolos, pinturas y objetos trazados entretejen una relación vital con la obra. El mapa de Londres es una entidad importante en el esquema narrativo. Cuando el asesino y su ayudante contemplan las edificaciones del arquitecto Hawksmoor, el monólogo se entremezcla con las columnas y paredes, construidos bajo una motivación oscura. Los símbolos masónicos son recurrentes en las viñetas. La imagen se complementa con el texto de forma orgánica, sin que sea necesario sobreexplicar, por ejemplo, cuando unos policías que llevan anillos con inscripciones de esta logia realizan acciones de dudosa moral. El calendario de Abberline ofrece una elegancia narrativa, determinante para ubicarse en el transcurso del tiempo. Obras pictóricas como El fantasma de una pulga de William Blake, La recompensa de la crueldad de William Hogarth, Chantaje o La Sra. Barret, de Walter Sickert; monumentos históricos como “La aguja de Cleopatra” o cierto sarcófago maldito de Tebas que guardó en su momento el Museo Británico no sólo dotan a la obra de rigurosidad histórica, sino que guardan una relación intrínseca con los hechos sucedidos.
El estilo de Eddie Campbell construye también escenas que se podrían caracterizar como “desdibujadas”. Las líneas casi rudimentarias potencian la atmósfera espectral y siniestra del relato. Por momentos, no se distinguen las facciones de un personaje de forma clara y hay que ir hacia atrás para identificarlo mejor. Por momentos, el paisaje se diluye en trazos simples pero expresivos. Es uno de esos casos en los que la simbiosis guionista-dibujante es sublime: no había otro ilustrador posible para Alan Moore, ni otro guionista posible para Eddie Campbell. Este era el dúo indicado para esta historia.
Una obra indispensable
“El asesinato (…) encierra significado y forma, pero no solución”, escribió Moore en “La danza de los cazadores de gaviotas”, el relato que sirve como segundo apéndice del cómic. La identidad de Jack, el Destripador no importa tanto como las implicaciones narrativas de sus acciones. Los signos que emana la obra apuntan a lo inconcluso, a lo misterioso, a lo ominoso. El cómic comienza in media res, con dos hombres a lo lejos intercambiando un diálogo que al principio no se entiende. El cómic termina de la misma forma, con un texto disgregado dentro de un globo de diálogo mientras dos hombres se alejan.
From Hell es una de aquellas obras que una vez concluidas continúan teniendo un fuerte vínculo con el lector. Si se creyera en la categoría de “indispensables”, se podría decir que es un cómic que debe estar en la estantería de cualquier biblioteca. Tal vez sea uno aún más profundo y transgresor que el que hizo tan reconocido a Alan Moore, Watchmen. Tal vez sea el más infravalorado de su obra. Lo cierto es que una vez leídas, sus páginas siguen emanando ecos en la mente del lector.