Rotunda, sutil, estremecedora, El golpe de la cucaracha es la primera novela gráfica de Gato Fernández. De corte autobiográfico, el libro comienza narrando la rutina de una niña, Lucía, que pasa los días jugando con su hermano, viendo películas de su colección de VHS, yendo por primera vez al jardín de infantes; hasta que la historia va develando cuestiones más oscuras y dolorosas. La fragilidad de la infancia, entonces, se describe a partir de un trasfondo siniestro: el abuso que sufre nuestra protagonista por parte de su progenitor.
Gato Fernández elige narrar esta historia con una elegancia que se agradece. Cuando aquello que se está contando pueda parecernos demasiado duro u opresivo, la autora le imprime “otra respiración” al relato incluyendo algunas secuencias fantásticas. A fuerza de imaginación, Lucía construye un mundo maravilloso para guarecerse de la realidad más despiadada: ratones gigantes, un bidet con atributos divinos y ella misma, una niña guerrera que lucha contra los demonios.
El golpe de la cucaracha nos recuerda que el mal existe. No el mal que se despliega en escenas espectaculares de mutilaciones, canibalismos, manipulaciones de masas y un largo etcétera propio del género de terror. Es el mal que anida silenciosamente (y no tanto) en la cotidianidad de muchas vidas domésticas, el que deja psicologías arrasadas, el que muchas veces queda invisibilizado e impune. Con un equilibrio justo entre lirismo y contundencia realista, Gato Fernández forjó un recordatorio-exhortación contra ese mal que habita y se camufla en su condición de escala micro.
¿Cuándo y de qué manera fue que surgió la necesidad de contar la historia que terminó conformando El golpe de la cucaracha?
Empezó hace como unos diez años atrás. Un psicoanalista pésimo que tenía tuvo un momento de luz y me dijo que hiciera con mi historia algo “que valiera la PENA”. Pasó por muchas versiones a través de los años. Y me sirvió de zanahoria, de empuje, para pasar muchos momentos duros. La idea de que “todo va a ser contado”. Trabajando en el caso Aldana, acompañando a una de las chicas de la denuncia colectiva, le dimos forma, otra chica -que prefiere mantener el anonimato- y yo. En el momento de espera, mientras ella declaraba, se me ocurrió preguntar por mi situación de abuso y si había algo que pudiera hacer (estaba en la UFEM). Me dijeron los años de condena que le correspondían a mi progenitor y me informaron que mi causa ya estaba prescripta. En medio de la furia, apareció DisTinta y aproveché esas 10 páginas que me dieron para hacer una especie de teaser de lo que sería la novela. Finalmente, enfrenté cara a cara a mi madre (luego de no verla por unos 12 años) y logré hacer la denuncia que, como suele pasar, se sobreseyó rápidamente. En medio de todo este proceso, todas los fragmentos que había pensado durante diez años cayeron ordenados y en una tarde escribí la escaleta.
¿Cómo fueron apareciendo los elementos fantásticos con los que se encuentra Lucía? ¿Te planteaste en algún momento contar los hechos -de por sí duros y crudos- sin las herramientas del género fantástico?
Ya que llegar a la versión final de El golpe de la cucaracha me llevó 10 años, aproximadamente, te puedo asegurar que pasó por millones de versiones. Con los años, experiencias y lectura llegué a la conclusión de que era la mejor manera de comunicarlo. El arte usa la mentira para contar la más cruda verdad. También decidí contar la historia en presente, más allá que sucedió hace muchos años atrás, para que sea Lucía misma quien la cuente (mi alter ego de niña). Pensé que de esta manera les lectores sentirían de una forma más verídica y cercana la situación. También elegí no usar capítulos, ya que quise enfatizar en las “no pausas”, como una niña puede padecer abuso y violencia y al otro día estar jugando en el jardín de infantes. No hay pausas.
¿Qué cosas crees que el lenguaje de la historieta te posibilita explorar de este relato autobiográfico, que no te podría dar otro lenguaje artístico?
Sinceramente, pienso que podría haber elegido otro medio artístico para contarlo. Pero la novela gráfica es lo que siempre me apasionó. Junta la literatura con la ilustración y, para mí, lleva a resultados increíbles. Momentos donde no hacen falta palabras para transmitir millones de emociones.
¿Qué importancia tiene para vos la Nouvelle Bande Dessinée francesa? Se ve un diálogo en términos de estilo con los autores de esa generación…
La verdad siempre quise formarme como historietista (ya que mi otra pasión es la ciencia y soy malísima en matemática). Crecí creyendo que la historieta argentina era el humor gráfico, hasta el momento clave en el que descubrí a Carlos Trillo y decidí que quería hacer eso y trabajar con él (cosa que sucedió hermosamente, es más, el apodo Gato es por una de las novias del Loco Chavez). Trillo me introdujo en la historieta francesa (antes de esto, solo había visto a Pablo Tunica usar este estilo a quien admiro muchísimo) y me enamoré. Por todo esto, la escuela francesa es la que sigo (más allá de tener otras influencias).
¿Tuviste algún libro o algún autor o autora, incluso de colegas argentinos, como referencia -ya sea por temática o por el estilo- para tu proceso creativo?
Les autores que me influenciaron son muchos y de distintas disciplinas: Amelie Nothomb, Colette, Marjane Satrapi, Robert Crumb, Phoebe Gloeckner, Utena en su versión animada (no puedo poner autorx, ya que es una serie, pero la creadora es Chiho Saito), Naoko Takeuchi, Frida Kahlo, Romaine Brooks, Egon Shiele. Acá, en el ambiente nacional, hay una lista interminable de personas que admiro. Entre las cuales ahora mismo se me vienen a la cabeza, Pablo Tunica, Femimutancia, Camila Rapetti, Mirita, Ramona II, Marcelo Canevari, Juan Sáenz Valiente, Minaverry, Mariana Enríquez y de base y toda la vida, Pizarnik. También la música formó y seguirá formando parte de mi proceso creativo, en esta disciplina destaco a CocoRosie, St. Vincent, Nina Simone, Soko, la gloriosa Patti Smith, Bikini Kill y Neutral Milk Hotel. En el ámbito local destaco a Rosario Bléfari, Miguel Canevari, Santiago Adano, Bestia, Paula Trama, Julio y Agosto (que fue la banda sonora de mi vida por mucho tiempo) y Rascolnikoff.