Irregulares, dispersas, irrastreables son las palabras que usa el autor español Javier Olivares para nombrar su producción de historietas breves, esas que comenzaron a gestarse a finales de los ochenta y que trazan una genealogía artística de más de treinta años. Una obra caracterizada por la rareza tanto en lo gráfico como en lo temático, que se nutrió tanto de las culturas alternativas surgidas del posfranquismo como de la ilustración infantil y más tarde de la profesionalización vehiculizada por ese concepto jerarquizante que es la “novela gráfica”. La antología Los animales prehistóricos se propuso armar las piezas de ese rompecabezas estimulante y vanguardista que compone su narrativa corta.
Olivares comenzó a dibujar cómics de chico, influenciado por autores que trabajaban con la ciencia ficción y el género fantástico como Richard Corben, Moebius, Alfonso Font, Carlos Giménez, Frazzeta. En diálogo con Indie Hoy, el autor comenta: “Fue después, al entrar en contacto con la gente de la revista Madriz, cuando intuí que había otros territorios temáticos que también me interesaban. Me fui moviendo, buscando una voz más personal y esos cambios, más conceptuales, tuvieron como como consecuencia lógica cambios gráficos”.
Recapitulemos. Estamos en el momento de la “Transición”, unos años después de terminada la dictadura de Franco. Entre mediados y finales de los años ochenta, como parte de la Movida Madrileña, Olivares integra la mítica revista Madriz, un medio con total libertad creativa que le da a la ciudad -y al arte de las viñetas- un impulso modernizador y festivo, para contrarrestar la imagen lóbrega y siniestra que le había impreso el franquismo. Es en esos años que expresa su imaginería radical en fanzines de batalla, pero por otro lado tendrá que ganarse el pan migrando a la publicidad y la ilustración. Comenta el historietista: “A pesar de que mi vocación era la de dibujante de cómics, mis primeros trabajos publicados fueron ilustraciones, ya que en aquellos años, finales de los ochenta, me resultó más fácil encontrar trabajo como ilustrador en revistas y periódicos. Y así comencé una línea profesional paralela, que al principio era una necesidad laboral y que poco a poco fue convirtiéndose en un nuevo medio muy interesante para explorar. Me di cuenta que la ilustración es también un medio esencialmente narrativo, aunque funciona de otra manera que la historieta. Y con el tiempo, he notado que las soluciones que aplico en uno de los medios, puedo trasladarlas al otro para conseguir efectos determinados”.
Dibujante todoterreno que entiende cómo otras prácticas pueden interpelar y robustecer su narrativa gráfica, a lo largo de los años fue mutando su proceso creativo dando origen a distintas soluciones estéticas teniendo siempre al gesto vanguardista como centro. Desde el momento en que hacía cómic de batalla hasta este presente en el que elige con mucha meticulosidad sus proyectos, mucho cambió. Cuenta el dibujante que “en el período ‘guerrillero’ no escogía los proyectos, sino que básicamente creaba historias y personajes de forma más anárquica. Era una reacción al periodo de los años noventa, en los que desaparecieron las revistas en España y muchos de nosotros nos vimos obligados a emigrar a la ilustración como modo de trabajo. Así que dibujábamos los cómics, o lo que podíamos, en los lugares que nos dejaban. En revistas de crítica, de información o en fanzines hechos por profesionales. En mi caso esto dio como resultado una cantidad de trabajos muy dispersos, gráfica y temáticamente muy diferentes, que respondían más bien a una necesidad de seguir trabajando en el medio, pero no a un plan determinado. Esto cambió cuando empecé a colaborar con Santiago García y más tarde con Jorge Carrión. En ambos casos los libros que hemos hecho sí que han partido de un plan o una idea en la que hemos trabajado juntos. También porque había unas editoriales detrás y un público más amplio que son ya lectores habituales de novela gráfica”.
La antología de narrativa gráfica breve que hoy publica Loco Rabia sale al relevo de un recorrido de varias décadas -de 1999 a 2021- donde el autor fue reinventando radicalmente su universo visual y temático. Allí están sus clásicos personajes Ono y Hop -líricos, absurdos, filosóficos- hasta sus historias en colaboración con Hernán Casciari, Jorge Carrión o Santiago García. A lo largo del libro se da testimonio de las mutaciones de estilo que se dieron en consonancia con cada época, pero a su vez las marcas constantes y reconocibles de eso que llamamos “autor”. Dice Olivares que “toda producción artística es, de alguna manera una sismografía personal, porque va reflejando los cambios que se van produciendo en tu trabajo y que son debidos siempre a cómo elaboramos los estímulos externos, las influencias, y los mezclamos con nuestra propia cosecha, con nuestro mundo interior”.
En cierto sentido, meterse en las viñetas de Javier Olivares es como entrar en un laberinto de espejos. Hay momentos en que la composición espacial recuerda a la película de vanguardia El gabinete del Doctor Caligari: angulaciones inusuales, acentuaciones a partir de sombras y luces contrastantes. En otros casos, la figuración de los personajes apela a lo geométrico, a la multiplicidad de perspectivas y nos remite a la iconografía cubista. Comenta Olivares: “Las influencias del cubismo y del expresionismo las he adquirido no tanto de los medios originales que las aplicaron (el cine alemán de entreguerras o la pintura de principios de Siglo XX) sino que a veces las he asumido de artistas que las han usado o que han sido influenciados a su vez por estas corrientes. Aun así, es verdad que me gusta mucho ese período artístico que va de los años 20 hasta los 60. Y no solo hablo de la pintura, también de la ilustración o incluso de la música”.
Hacedor de un universo visual singular y versátil, es fácil imaginar que las influencias que ayudaron a forjar su mirada son también variadas y remiten a distintos lenguajes artísticos. Comenta: “Creo que el ‘estilo’ es algo más amplio y normalmente más invisible que una ‘manera’ de dibujar, como normalmente se entiende. En mi trayectoria he ido encontrando inspiración en dibujantes como Moebius, Federico del Barrio, Breccia o José Muñoz entre muchos otros. Pero también en ilustradores como Miguel Calatayud, Arnal Ballester, Edward Gorey o Kveta Pakosvka. Pintores como Grosz o Ben Shahn, en gente de la animación como Eyvind Earle o Mary Blair, cartelistas, o diseñadoras de vestuario como Eiko Ishioka. Al día de hoy sigo mirando con mucha atención el trabajo de grafistas más jóvenes. El aprendizaje es un camino que nunca acaba, afortunadamente. Como narrador también he aprendido de mucha gente y que podrían ir desde Cliff Sterret a Emmanuel Guibert o a Chris Ware”.
En 2015, Javier Olivares ganó en su país el Premio Nacional del Cómic por la novela gráfica Las Meninas, que realizó junto al guionista Santiago García. Más allá de la premiación por esa obra en especial, ese justo galardón le dio visibilidad como autor ante un público que había pasado por alto un recorrido de casi cuarenta años que se desarrolló contra viento y marea. Explica Olivares: “Un premio como el Nacional es evidente que tiene una influencia en la trayectoria de cualquiera. En mi caso no ha sido tanto un cambio radical o significativo en mi trabajo o en mis encargos, ha sido más bien una cuestión de atención mediática o de ‘status'”.
Y más allá de poner en valor la obra de un artista, un premio de esas características puede ayudar a trazar vasos comunicantes con nuevos lectores y a robustecer un lenguaje como el del cómic, al que muchas veces se lo subvalora. “El premio tiene para mí un valor especial como ‘validador social’ de un medio que, hasta hace poco, todavía estaba bastante menospreciado en este país. Poco a poco, gracias también a la incorporación de los lectores adultos a las ‘novelas gráficas’ hemos conseguido que, al menos, el medio esté ahora al mismo nivel de aceptación de otros como el teatro, el cine, la pintura, o la literatura. Algo es algo”.
Los animales prehistóricos está disponible en librerías.