Primero existió la vergüenza como obstáculo. Como malestar. Más tarde existió la vergüenza como motor creativo. Como inspiración. O al menos el recuerdo de esa emoción orbitó alrededor de Jazmín Varela cuando estaba metida en la realización de Guerra de soda, novela gráfica que ayudó a renovar la escena de la historieta argentina contemporánea.
La propia artista rastrea el origen de su obra de esta manera: “Surgió en un taller con PowerPaola en el marco del Festival Furioso de Dibujo. Ella propuso un ejercicio que consistía en contar con viñetas algo que nos avergonzara. Elegí una anécdota de mi infancia que en ese momento me parecía un espanto y cuando la traduje a dibujos me di cuenta que era una tontería y me daba gracia. Así empecé a recordar otras historias atravesadas por la vergüenza y el ridículo que definían el tono de mi niñez y las fui sumando en capítulos a un fanzine y finalmente a una historieta que publicó Maten al Mensajero“.
Después de mucho rodaje publicando fanzines, vino Crisis capilar: un libro breve publicado por la Editorial Municipal de Rosario en 2016, en el que explora plásticamente los distintos momentos de una vida (de una personalidad) a partir de figurar sus distintos peinados. En la contraportada del libro revela: “Mis principales influencias son la naturaleza, la vida al aire libre y la estupidez humana”. Un axioma que parece acompañarla hasta el día de hoy.
Punto de partida
Nacida en la ciudad de Rosario, Jazmín Varela cuenta que de chica, siendo hija única, lo que más le divertía hacer en soledad era dibujar. Narrar con imágenes y palabras sería un destino ineludible para la niña que quedaría fascinada con el trabajo de Maitena. “No podía creer que alguien hacía eso, no sabía que se podía”.
Más adelante vendrían los aprendizajes formales. La carrera de Diseño Gráfico, los cursos, los talleres, y con ellos el contacto con dibujantes a quienes admiraba. Entre ellxs, su coterránea María Luque. “A María la conocí cuando empezaba a trabajar en su novela gráfica La mano del pintor y fue hermoso ver ese proceso de cerca, aprender de ella. Me contagió mucho las ganas de hacer historieta”. Ese deseo se redondeó en 2017, cuando publicó su primera historieta en formato extenso: Guerra de soda, una novela gráfica que trajo aires renovadores para el mundillo comiquero local, en la que cuenta la experiencia de su niñez. No hay autocomplacencia en la manera en que Jazmín evoca su infancia en esta obra. Se elude la imagen cándida de la infancia, pero también la tentación de ser condenatorio o cruel. La dibujante emplea la memoria como una isla de edición y va conectando retazos de recuerdos. Ahí están retratados el divorcio de sus padres, su dificultosa inclusión en un “colegio de gente rica”, la visita anticlimática a Mundo Marino: cada capítulo se cierra con fotos que acentúan el “efecto verídico” de lo que se narra.
Ese fue el punto de partida de una obra singular, vital y en constante innovación. Santiago Kahn, editor de Maten al Mensajero y La Parte Maldita, dice algo al respecto: “La obra de Jazmín es fundamental porque en sus publicaciones muestra distintos registros que van desde las viñetas de Tengo unas flores con tu nombre (2018) a color, con brevísimos diálogos, postales de una época, a la línea sencilla pero muy detallista de Guerra de soda y desemboca en el estallido de colores en un libro silente como Cotillón (2020). Dialoga mucho con un tipo de historieta libre y menos acartonada por el mandato de la industria editorial más tradicional (a nivel formatos, estilo de dibujo, temáticas) y por eso conecta con un público joven que quizás no viene de leer mangas o cómic norteamericano, ni siquiera historieta argentina clásica”.
Estilos plurales
El trazo simple en birome sobre fondo pleno en rosa que caracterizaba Guerra de soda, dio paso a la incursión con una materialidad más plástica como los acrílicos o estilógrafos a color en sus siguientes libros. Tanto en Cotillón como en Tengo unas flores… hay un cambio radical en la decisión estilística. Confiesa la artista: “No puedo casarme con un estilo de dibujo, ni con un material específico. Me aburro rápido de dibujar con la misma fórmula, de repetir los métodos. Entonces cuando empiezo un proyecto nuevo, aprovecho para cambiar el estilo y los materiales. No sé si esto es algo bueno, a veces me da miedo perder mi identidad que es algo importante en un dibujante. Pero no puedo evitar querer probar cosas nuevas. Entonces con Tengo una flores con tu nombre empecé a hacer retratos de mis amigas en birome y tinta que terminaron siendo un fanzine, y con Cotillón sabía que quería hacer una historieta sin texto y que las páginas fueran pinturas, porque en ese momento estaba leyendo mucho a Simon Hansselmann que trabaja con acuarelas pero cada tanto mete una doble página que es una mega pintura y eso me encanta”.
No existen etiquetas para describir el estilo de Jazmín Varela. Muchas veces sus libros transitan los márgenes de la historieta, de la ilustración, de la novela gráfica, de las artes visuales en general. Su experimentación gráfica puede ir de las líneas sencillas, tratar la hoja como un lienzo donde se plasman obras pictóricas que tranquilamente podrían ser cuadros, o sugerir secuencialidad sin la necesidad de encerrar las acciones en cuadritos. Comenta la autora: “Por lo general miro muchas referencias antes de sentarme a dibujar o pintar. Empiezo por encontrar recursos que me interesa usar en mis historietas y traducirlos a mi lenguaje. De ahí en más es prueba y error hasta encontrar una estética que me convenza. Lo mismo pasa con las paletas de color. Tengo un cuaderno donde voy juntando muestras de color de distintos materiales y a la hora de armar una paleta los voy combinando. Es como una pantonera muy casera. Las viñetas no me gustan tanto así que suelo buscar alguna alternativa o usarlas lo menos posible. Uso mucho las páginas enteras, elementos sueltos o viñetas sin calles”.
Psicodelia, tatuajes y amistad
Tengo unas flores con tu nombre abre ventanas hacia el autocuidado, forja un glosario afectivo de la amistad lleno de preguntas sobre la sensibilidad acechada por el terror. Los retratos de compañeras y amigas se perciben como abrazos protectores en forma de ilustración, texto y globitos. “Te juro que se pone mejor la vida” dice una de las chicas figuradas en el libro. Otra expresa: “amiga, rajá de ahí”. La bajada del libro deja muy clara su apuesta: “Guía práctica de sororidad”. La participación de Jazmín en el colectivo de artistas gráficas rosarinas Cuadrilla Feminista fue crucial para el proceso de producción del volumen. Algunas de las integrantes del colectivo aparecen representadas allí. Sobre esa experiencia cuenta: “Participar de la Cuadrilla fue clave para hacer Tengo unas flores con tu nombre. Pienso que todo cambia tan rápido y no lo volvería a hacer de la misma manera ni con las mismas consignas. La Cuadrilla también fue clave para desarmar algunos enunciados de la publicación con los que hoy no estoy de acuerdo o no me representan. De todas formas es una publi que quiero mucho porque registra un momento de efervescencia y reflexión sobre los afectos y el contexto. Cuadrilla Feminista funciona como un lugar seguro para pensarnos y acompañarnos. Es un espacio donde desde lo colectivo podemos compartir nuestras inquietudes y plasmarlas en acciones concretas“.
La historia de Cotillón tiene lugar en Rosario en la noche de Año Nuevo. Cuenta un viaje lisérgico entre tres amigos que callejean por la ciudad vacía, sin gente. Jazmín usa el color como medio expresivo privilegiado y le entrega al lector un recorrido perceptual que nos despoja de toda lógica causal. Es una celebración del estar juntos, un deambular sensorial y una invitación a abrir los sentidos al encuentro de lo que sea. Muchos encontraron premonitoria la historia de esta novela gráfica. Se publicó en 2020, en el contexto de la reclusión hogareña como producto de la pandemia, y las lecturas se concentraron en destacar el soplo de vida que suponía la fuga ficcional de su relato. Ante un mundo que se volvía irrespirable, ante la cultura de la desafección (que sigue vigente hasta hoy), Cotillón imaginaba un escenario de encuentro espontáneo muy necesario. Es una historia festiva, hilarante y luminosa. Una aventura psicodélica y de desparpajo como producto de una praxis estético-política de la amistad.
En 2022 se editó Surtido variedad (Feria Nimia) donde se conjugan su trabajo como tatuadora y su labor con el lenguaje de las viñetas. “Es una compilación de dibujos de objetos y juguetes de los 90 que hice para tatuar. Juntos tienen coherencia y funcionan como una publicación. No es una historieta tradicional pero está en un margen deforme. Al mismo tiempo, dibujos de alguna historieta se convierten en tatuajes. Entonces hacer ambas cosas me permite encontrar posibilidades en el medio de los dos trabajos”.
Flora Márquez, dibujante nacida en Córdoba y autora del cómic Vasto mundo, tiene algo para decir sobre el carácter desprejuiciado y vital de los libros de Varela: “La obra de Jazmín alberga mucha seriedad y mucho humor en partes iguales. Es una obra súper madura pero que todavía conserva ciertas cuestiones ligadas a la infancia, lo lúdico, lo expresivo y experimental. Me llamó siempre la atención su técnica, fluidez y colores. Creo que es también muy original en cuanto a las temáticas que aborda y los elementos que incluye en sus ilustraciones, que van desde lo más autóctono y cotidiano hasta algo más relacionado al descontrol y la psicodelia”.
Cierra Flora Márquez este relato sobre vida y obra de la ilustradora rosarina: “Junto a otras autoras que comenzaron siendo más bien dibujantes que historietistas, Jazmín logró traer cierta frescura a la historieta. Impulsó a muchas más personas a animarse y experimentar. Rompió con la idea de ‘historieta convencional’ y supo traer elementos que la enriquecieron y dieron otro matiz. Sumó otra mirada, otra voz”.