¿Existe otro tema además del viaje? En la obra de Femimutancia se viaja mucho. En Alienígena (2018) la travesía sexual y afectiva pone de relieve cuestiones como la soledad y la angustia existencial. En Piedra Bruja (2019) la fuga es física y espiritual: bajo las cifras del ritual místico, se trata de forjar el carácter y la identidad de Noah. En Banzai (2021) el desmoronamiento anímico impulsa a Be a realizar un periplo, vía ensoñaciones y terapia psicoanalítica, para exorcizar posibles daños psíquicos. Y ese carácter exploratorio y transformador del viaje se acentúa en su última novela gráfica, La madriguera (2022), donde el tono de la historia se ha vuelto incluso más introspectivo e intimista, con personajes dispuestos a sumergirse en lo profundo de su propia historia, de su propia vulnerabilidad. La marcha que se emprende entonces es una de las más difíciles: la que se propone revisar el pasado familiar, aunque duela o resulte incómodo, tratando de encontrar espacios de concordia.
Publicada por Hotel de las Ideas, La madriguera transcurre en los primeros días de la pandemia. Mientras llegan noticias de China e Italia sobre el Covid-19, Rebecca intenta concentrarse para trabajar, habla por teléfono con su abuela, tiene sueños con criaturas extrañas, sale a correr. Y en esta última acción, tras un diálogo extraño con un gato que recuerda al de Lewis Carroll, se abre una especie de portal hacia una dimensión paralela en el árbol de un parque. A partir de ahí los rasgos fantásticos van a ir puntuando el desarrollo de la historia, mientras nuestra protagonista visita amigas, sale a bailar o intenta participar de un almuerzo familiar, preocupada por una madre que atenta contra su propia salud. Ya sea por la irrupción de elementos inesperados y maravillosos o por el MDMA, Rebecca encuentra vías de escape a una supuesta normalidad de una cotidianidad que resulta asfixiante. No son nuevos estos elementos en las historietas de Femimutancia: con frecuencia nos invita a un más allá de los límites del realismo donde lo extraordinario funciona para trabajar miedos, procesar traumas, expandir la visión.
Tal vez en sus historietas previas, los elementos de extrañeza o fantásticos estaban en función de dar un mensaje contundente alrededor de ciertos temas, delineaban una visión del mundo que faltaba en el comic local y necesitaba pronunciarse con firmeza: el anti especismo, la apuesta por visibilizar cuerpos que no respondan a cánones de belleza hegemónicos, la voluntad de figurar identidades no binarixs. En el caso de La madriguera, los detalles desconcertantes (un demonio alado, un gato parlante) parecen ofrecer una nueva perspectiva para salar heridas e intentar reformular un doloroso vínculo madre-hija. Como si lo fantástico -en su capacidad de proveer un real oblicuo, tangencial- sirviera para fraguar un pasaje hacia otra zona de sensibilidad.
Y si de algo se trata la novela gráfica de Femimutancia es de performatear una forma de percibir y aceptar al otro en sus carencias; una mirada que pasa de estar enrarecida a orientarse y habitar el conflicto intrafamiliar mirándolo de frente, asumiendo la posibilidad de la imperfección o la inevitabilidad de la falta. Porque se trata, tal vez, de un libro de duelo. No del duelo literal de una persona, sino el acto de despedirse de la propia expectativa que tuvimos nosotros sobre la personalidad y la conducta de un ser querido. Y posiblemente más doloroso que duelar en la falta, es duelar aquello que todavía no es ausencia.
Ninguno de los relatos de Femimutancia alude al desplazamiento de la heroicidad clásica (partida, peripecia, regreso triunfal). Se trata siempre de viajes verticales, hacia adentro. En definitiva, son esos los viajes que necesitan afrontarse con mayor valentía.