Los números redondos son una tentación. La excusa perfecta para traer al presente nuestra memoria afectiva en forma de homenaje. Se puede recordar en el sentido latino del término: para volver a pasar por el corazón. Pero también el gesto evocativo (por qué no político) puede esquivar la memorabilia automatizada y abrir un espacio menos servil al recuerdo sensiblero, para reacomodar, desjerarquizar y bajarle la espuma al fervor de algunas pasiones pretéritas. En este caso el dossier conmemora al “padre” del comic under: Robert Crumb. Lo celebra pero también lo cuestiona.
Son 50 años de la aparición de Zap Comix, publicación que dio notoriedad a una de las mentes más provocadoras e influyentes del mundo de la historieta. Si se encargó de parodiar en plenos años ’60 una edulcorada sensibilidad hippie -expuso la hipocresía generacional a partir de una sátira constante- hoy, sabemos, Crumb no es un outsider de la industria y escandaliza a muy pocos. A sus setenta y cinco años amaina su verba encendida y pide disculpas. En el prólogo de su versión del Génesis, se anticipa a las posibles recriminaciones: “Si mi interpretación visual y literal del libro del Génesis pudiera ofender o ultrajar a algunos lectores, lo que me parece inevitable, considerando que el texto es reverenciado por muchos, todo lo que puedo decir es que actué como si fuese un trabajo de pura ilustración, sin intención de ridiculizar o hacer bromas visuales. Dicho esto, sé que uno no puede agradarle a todos”.
Pero… ¿quién es Robert Crumb?
Nacido en Filadelfia en 1943, Robert Crumb creció en el seno de una familia disfuncional: en un reducto conservador y católico compuesto por un padre militar y una madre alcohólica, y sus cuatro hermanos. Cuenta la leyenda que desde chicos salían de ronda con su hermano Charles a la caza de discos de música de los años ’20 y ’30, revistas y comic-books.
A mediados de los sesenta Crumb sale a la cancha con Fritz El Gato. Es con ese felino irreverente que coquetea con su propia hermana, que hace todo lo que la moral judeocristiana prohibe hacer, con quien Crumb le da el sopapo definitivo al comic y abre las persianas oxidadas del underground americano.
A finales de unos contraculturales años ’60 el amigo Robert, creó a Mr. Natural, el personaje que supo mantenerse más presente a lo largo de la carrera de su autor -del ’67 al ’81-. Mr. Natural es un viejito adorable y embustero que vende sus consejos al mejor postor y recomienda ingestas de LSD como cura de todo dolor espiritual. Las chantadas de Mr. Natural requerían de un estudio de mercado refinado. Se favorecía sobre todo de esa avidez de los jóvenes de los setenta por encontrar religiones alternativas para saldar cuestiones del espíritu. Tiene dos amigos fieles que lo siguen en sus travesuras: Flakey Foont y Shuman The Human. Con ellos establece esa dialéctica de un Sócrates de cartulina siempre a la búsqueda de aventuras sexuales y disertaciones sobre el sentido de la vida.
En 1967, luego de que sus fanzines comenzaran a tener cierta repercusión, Robert Crumb se muda a San Francisco. Mal asociado con la juventud psicodélica de los setenta, si abrazó ese universo fue siempre para retratarlo en forma de sátira. “Me acerqué a ese mundillo sólo para ver si podía conquistar chicas”. Con Mis problemas con las mujeres, las historias se cuentan bajo las claves del diario íntimo. Hay dos temas privilegiados que caracterizan esa veta autobiográfica: su dificultad para acercarse a las mujeres y su melomanía.
Dice Crumb: “Cuando escucho música antigua es el único momento en que siento amor por la humanidad”. Uno de los trabajos relacionados a esto sigue incólume como una de las artes de tapa más memorables de la historia: la ilustración del álbum Cheap Thrills (1968) de la Big Brother and the Holding Company, banda que tenía como vocalista a Janis Joplin. Su afición por la música se encuentra documentada en Melodías animadas, un volumen que contiene historias imaginadas de maestros de la música, leyendas de algunos pioneros del jazz y sobre todo su relato íntimo sobre su colección de discos viejos rescatados del olvido.
Un tema insoslayable al hablar de Crumb son las enemistades que llovieron desde varios sectores acusándolo de misógino, racista y más: desde sectores conservadores, hasta colectivos feministas. Es el Robert Crumb más incómodo, el que hoy nos invitaría a afirmar que su obra envejeció muy mal. Es el Crumb de Mis problemas con las mujeres y Confesiones de Crumb. Hoy, a pesar de reclamar su vigencia en la influencia visible de muchos artistas contemporáneos, este icono de la contracultura expresada en viñetas, tal vez perdió demasiada vitalidad. Los textos y dibujos acá presentes reponen esas contramarchas, esos desfases donde se encumbran algunos aspectos de su obra y se ponen en jaque varias de sus apuestas artísticas. Aquí se ofrece un caleidoscopio-Crumb, forjado por la mirada personal de mucha gente talentosa (dibujantes, periodistas, guionistas); un laberinto con atajos, calles sinuosas y pasadizos clausurados para acercarse a la vida y obra de Robert Crumb.
Pasen y disfruten de la aventura. El precio de la lectura es simplemente extraviarse hasta perder la cordura. Un efecto que pondría orgulloso al autor de Mr. Natural.
* Esta introducción retoma fragmentos de “El señor Natural”, un perfil de Robert Crumb que escribí para el Nº 26 de Revista THC – Abril de 2010.
Crumb, el Maradona de la historieta
Por Diego Parés
Aaaah, los hippies. Qué lindos eran esos jóvenes anglosajones. La juventud es belleza. Pero, ¿qué cosa eran los hippies? Niños acomodados de clase media, hartos de bienestar, pacifistas beneficiarios de la posguerra. En ese contexto aparece Crumb. ¿Y qué tenemos que ver nosotros con eso? Bueno, lo leímos siendo jóvenes acomodados de clase media, desde ya. Sus problemas y nuestras aspiraciones se parecían, si hacíamos el esfuerzo de querernos parecer.
Crumb, un autor independiente, el pionero de los fanzines. Hoy en día sería un joven emprendedor, un self made man, como esos que les gustan a los liberales. Un tipo que creó su propia marca y su propia empresa, que empezó por fuera del sistema y se convirtió en uno de los dibujantes más exitosos y adinerados de su generación. Un tipo que empezó siendo fanzine y terminó siendo volumen lujoso de tapa dura en Taschen. Todo eso es cierto, pero también algo más debe haber para que su obra nos haya impactado. Para empezar, dibuja muy bien. Es de los mejores. Y sabe hacer historietas mejor que la mayoría.
Nació leyendo historietas, fueron su potrero y de los potreros salen los Maradonas. Y Crumb es Maradona dibujando. Tiene el don. Se encontró. Y se encontró, en parte, mediante el consumo de drogas. En parte, digo, porque leyó mucho, dibujó mucho y si algo le faltaba al conocimiento aprendido era el alma del dibujo. Y ahí es donde el LSD le abrió esa puerta a la percepción. Y estalló. La revista ZAP es ese estallido. Es el Crumb más vital de todos. En lo personal, su etapa posterior a dejar el consumo de drogas, los años ’70, me gusta mucho también, se lo ve perdido y buscando. Y la de los ’80, cuando hizo Weirdo, mejor aún. Crumb, en definitiva, es un genio, entonces todo lo que dije es nada, porque su obra trasciende todo contexto.
Autoras y heroínas silenciosas: Aline Kominsky y Dana Morgan
Por Andrea Guzmán
En la obra de Crumb hay cientos de ellas. Reales, imaginarias. ¿Se han preguntado alguna vez cómo son en realidad esas chicas que habitan los cómics autobiográficos? Algunas veces, no son más que un nombre sin cara al pie de una dedicatoria. Y otras, personajes etéreos en viñetas dibujadas con rencor o devoción por sus autores. Novias, amores imposibles. Chicas de las que nunca llegamos a saber realmente y que, casi siempre, se han vuelto invisibles y olvidadas fuera del papel para que los héroes puedan ser héroes.
En el 50 aniversario de Zap Comix de Robert Crumb, indiscutible hito de la historieta independiente como la conocemos hoy, elijo celebrar a Dana Morgan, su primera compañera. Una heroína proto punk de 20 años que, antes de las librerías y los museos, se dedicó a vender los primeros números, engrapados, arrastrándolos en un cochecito de bebé por las calles de San Francisco. Cuando el comic underground no existía necesariamente como concepto y lo único que quedaba por delante era creer. Y también a Aline Kominsky, historietista pionera. Encargada de cerrar el último tomo de la serie hace apenas unos años y colaboradora conjunta no-suficientemente-conocida de la segunda mitad de la carrera de Crumb.
Compiladora de antologías de historietas hechas por mujeres que inspiraron a una generación de autoras en los ’80 y dibujante provocadora que decretó que la representación del sexo no era solo cosa de varones. Para festejar el underground y la independencia, elijo a las chicas que habitan las dedicatorias. Autoras y heroínas silenciosas. ¿No son ellas el under del under?
Crumb, el escudo humano autobiográfico
Por Esteban Podetti
Hoy tirás una piedra y le pegás a una historieta autobiográfica, pero aunque pocos definirían a Robert Crumb como “el primer historietista autobiográfico” (entre otras cosas porque es un título honorífico bastante dudoso) el Padrino del Underground (¿ves? Ese es un título honorífico) empezó a retratarse como personaje en los setenta. Por lo general presentándose como un personaje bastante enfermizo y desagradable que le contestaba a sus críticos de la manera menos diplomática posible. ¿Acaso tenemos otro personaje de Crumb que esté tan identificado con su obra? Por supuesto que están Mr. Natural, está Fritz el Gato, está Mr. Snoid y esa mirada de arquetipos tipo Whiteman, Devil Girl o Angelfood McSpade; pero están tan dispersos en su obra que no llegan a ser un “uno con el autor” como Mafalda-Quino o Popeye-Segar.
En cambio, el “Crumb personaje” continuó apareciendo, cada vez más humanizado a través de los años, acompañando su propia maduración personal. Aparece Crumb en sus historietas de los ’90 como un individuo maduro y reflexivo, que confiesa cosas que la mayoría no le decimos ni a nuestro psicólogo y que intenta disculparse (vagamente) por sus salvajes conductas del pasado. Sabemos que muchos autores utilizan a sus personajes como “escudos humanos” para decir las cosas que ellos no se atreven. El caso de Crumb es el contrario y tal vez el único en el mundo (en el supuesto de que queden cosas únicas en el mundo): el autor que se usa de escudo humano a sí mismo.
Zap Comix, Crumb y Los Simpson
Por Iván Riskin
El primer contacto con algo relacionado con la Zap lo tuve a los doce años, con unos libros hermosos tapa dura de los Simpsons Comics, que publicaba Ediciones B. Además de las historietas, había relleno interesante, como textos de Matt Groening (en uno habla de lo grosso que es Vonnegutt), espacios de publicidad en joda y cosas así. En una de estas cosas, había una página con parodias de portadas de historietas famosas, y entre eso había una de la Zap Comix #1, protagonizada por el abuelo Simpson, Jasper y Maggie dentro de un cochecito de bebé. Y recuerdo que me pareció un dibujo muy raro y extraño, como hecho con una pluma muy finita (y unas tipografías horribles sin onda). Esa imagen se quedó grabada en mi cerebro.
Zap tal vez sea la revista de comix underground más famosa del mundo y una de las pioneras. La tirada de la primera impresión está entre 1500 y 5000 ejemplares, nada mal para un fanzincito que vendían en un cochecito. De la Zap, me gusta mucho Crumb, S. Clay Wilson, Victor Moscoso, Rick Griffin y Paul Mavrides (este entró en el número 14, no es de la línea fundadora). Respecto de Crumb, el tipo se las arregló para contar comics con temáticas turbias y denunciar lo jodido del sistema con un estilo de dibujo súper personal y reconocible, y a la vez muy accesible.
La influencia del tío Robert es gigante, desde dibujantes contemporáneos de los ’70, pasando por el comic alternativo de los ’80/’90 en Estados Unidos, Bagge (quien dirigió Weirdo un tiempo, otra revista fundada por Crumb), Clowes, Burns, Ware, Chester Brown y también a varias generaciones de dibujantes argentinos, como Lucía Brutta, Muriel Bellini, Sofía Gomez, Sanzol, Cascioli, Diego Parés, Podetti, Fayó, Frank Vega, Nicolás Mealla o Jo Murúa, por nombrar algunos.
La incomodidad
Por Amadeo Gandolfo
Hace poco viví una situación con mi mujer. Resulta que tengo un poster de Crumb, que salió en la Historia de los Comics de Javier Coma. Es una parodia de una publicidad de jeans Lee. Muestra a una mujer bien thicc como le gustan a Crumb, modelando un jean y con un notorio copón de leche colgándole de los labios. La quería enmarcar para la casa. La respuesta de mi mujer: ABSOLUTAMENTE NO.
Ese incidente me hizo preguntarme por primera vez (¡yay, privilegio!) acerca de los dibujos de Crumb y su manera de representar a las mujeres. Siempre me gustó mucho Crumb. ¿Por qué? Por esa combinación entre biografía descarnada, registro de la historia política de los Estados Unidos y por su estilo de dibujo, que me parece magnífico. Unas semanas después de la charla acerca del cuadro con Teresita presencié una discusión fascinante (si uno es un nerd que piensa en estas cosas todo el tiempo) que enfrentaba a quienes defendían la importancia de Crumb para la evolución de la “novela gráfica” y la influencia que tuvo en variedad de autorxs contra aquellxs que se habían sentido excluidos y violentados por su manera de dibujar a las mujeres y a los negros.
La realidad es que esa discusión también me dejó pensando y sintiéndome incómodo con el disfrute que me siguen produciendo las historietas y dibujos de Crumb. ¿Hay alguna manera de leerlo en la segunda década del siglo XXI que redima estos rasgos espinosos? ¿La crudeza política que tanto me gusta es imposible de escindir de la crudeza con la que trata a las mujeres en sus tiras? ¿Cuánto de esas mujeronas hermosas que dibuja es un mundo fantástico y cuánto es pura prevalencia de la objetivización de pajero? La mayoría de las preguntas tienen respuestas que no brindan serenidad, y todo esto podría resumirse en un titular al estilo de The Onion: “Hombre blanco gusta de Crumb e intenta reconciliarlo con sus valores progresistas (sale mal)”.
El vértigo de leer algo salvaje
Por Daniela Ruggeri
Me metí en un lío: cómo pienso a Crumb en 2018, a cincuenta (¡50!) años de Zap. Cómo pensarlo desde acá, como dibujante, como mujer. Es, sin dudas, un bardo. Es molesto y divertido a la vez. Es, como el mismo cuerpo de obra de Crumb, poliédrico (¡Perdón Crumb, lo pretenciosa! No te gustaría nada, pero no escribo para vos, ni siquiera esto). Lo descubrí (re-descubrí) a los 18. Me prestaron un tomito de La Cúpula, uno de esos que compila la punta del iceberg, Mis problemas con las mujeres, tal vez un poquito de Mr. Natural. Ni bien lo vi fue un mazazo de repositorios visuales perdidos desfilando con pies enormes y “Truckin’ my blues away” de Blind Boy Füller sonando ante mis ojos. Es que un par de páginas giraban por mi casa, junto con La guerra de las cucarachas de Gilbert Shelton (definime “gede”). De nena leía esas páginas, las miraba atenta, devoraba. El vértigo de estar leyendo algo malo, algo salvaje.
Y a la veinteava lectura, entrever entre lo salvaje la obsesiva minuciosidad de cada rayita. Me enfermaba envidiando la pericia, el criterio para meter rayitas.
Así pasé del impacto trascendental a la obsesión religiosa. Me leí todo, busqué de todo. Como dirían Fleco y Male, Crumb fue la “puerta de entrada” a todo tipo de autores y autoras del under salvaje. De Zap a Wimmens Comics, de Moscoso a Trina Robbins. Crumb… ¿Para qué? Me insistirían Fleco y Male.
Ya más grande maté al dios, encontrando tanto en tantas otras historietas. Y vi su machismo (el que explicita y el que no), sus mambos en viñetas, entre autoflagelante y autoindulgente. Hijo varón blanco de un pater familias de posguerra, pero en vez de hippie, quería ser como sus bisabuelos. Crumb habita el conflicto. Y yo fui eligiendo con qué me quedo. Antropofagia: fagocito y descarto, desde mi lugar mínimo. Y muchas veces lo puteo, me maravillo y entusiasmo, me enojo y me cago de risa. Y cada tanto, el eco de esa sensación de infancia, la sorpresa del “Pará ¿Así que esto se puede hacer?”
PD: Y le banco a muerte su versión del Génesis. Vengan de a uno.
Un prócer lascivo
Por Gaspar Buono
Culonas contorsionadas que practican gargantas profundas en público, mujeres animalizadas o carentes de cabeza, enormes chicas cuyos miembros y tetas funcionan como transporte, intelectuales que se prestan a toda intervención sexual, son solo algunas de las representaciones de insultante incorrección política y aparente machismo desaforado que plasmó Robert Crumb en sus historietas.
Sin embargo, su lugar de leyenda y genio del cómic resulta incuestionable para todo el mundo. ¿Qué cualidades salvan a Crumb de la hoguera? ¿Por qué no se lo tilda de misógino con mayor frecuencia? ¿Por qué es menor la indignación que causa que la gracia o la fascinación? Tal vez tenga que ver con la absoluta honestidad del creador, con el pacto de verdad confesional que impregna su obra. El Tío Bob desata su morbo en fantasías o recuerdos que no se privan de nada, pero que, por lo mismo, lo dicen todo, de lo más vergonzoso a lo más aberrante. Con el acto de hacer pública hasta la imagen sexual más extrema que tiene en la cabeza, Crumb naturaliza algo que quizás es natural (cabe reflexionar si la objetivación es inherente al deseo), pero que no está bien visto decir.
Mediante esa sinceridad los lectores alcanzan una comprensión tácita: el respeto a la mujer no está amenazado por la lascivia que anima esta catarsis historietil cuyo encanto se sostiene, no solo en un talento desmesurado, sino también en un compromiso artístico irreductible.
Colaboraciones con Harvey Pekar
Por Santiago Sánchez Kutika
Mi primer acercamiento a la figura de Robert Crumb fue a través de un tomo de la editorial La Cúpula (el número 12 de sus Obras completas para ser más preciso). Sin conocer mucho sobre el libro en particular, lo compré para ver de qué se trataba. Y (modestia aparte), debo decir que fue una gran elección: no sólo me hizo conocer una pizca del trabajo de Crumb, sino que también fue una entrada a la narrativa de Harvey Pekar.
Desde ese momento, se me hace difícil despegar el trabajo de estos dos historietistas. Es verdad que ambos trabajaron de forma separada (y, de hecho, produjeron gran parte de su obra por fuera de su vínculo creativo), pero existe un complemento perfecto entre dibujante y guionista: el realismo de las historias de Pekar es plasmado con neurótica meticulosidad por un Crumb que, aunque más contenido que en otros casos, pone el foco en una narrativa clara y llena de “detalles inútiles”. Pero, además, existe un punto que destaca la grandeza de Crumb en estas colaboraciones. En varias historias cortas, Pekar lo incluye como personaje. Y Crumb acepta el desafío: se desdobla y deja retratar por su compañero (o, al menos eso parece), por más que muchas veces se destaquen características negativas o que su figura sea simplemente un personaje secundario. Para eso hace falta un gran sentido del humor y una plena confianza en el proyecto.
Crumb (al igual que Pekar, a su modo), en estas historietas colaborativas, cede, en pos de una visión en conjunto. Y, por más que no logre en ellas una consumación de ciertas características que marcaron y marcarán su estilo, en American Splendor muestra una dedicación notable a la narrativa realista americana, dejando entrever una de sus múltiples y siempre entretenidas facetas.
La traducción sentimental de Robert Crumb
Por Brian Janchez
Las pocas cosas que he leído de Crumb no me han gustado tanto. Es más, hace poco compré un librito con historias cortas suyas y lo devolví a la librería donde lo conseguí y pedí por favor llevarme otra cosa. Perdón.
Estoy seguro de que Crumb no es un autor para todos. Casi nadie es autor para todos. Pero lo que quiero decir es que Crumb es más importante que su obra. O eso es lo que quiero creer. Y pienso esto porque la tarea que tuvo en la historia de la historieta no fue la de crear una gran obra maestra sino de ampliar las posibilidades que daba el lenguaje historietístico hasta ese momento.
Cuando hace su aparición, el comic norteamericano no ofrecía la variedad de hoy. Los géneros de superhéroes, policiales o románticos eran los predominantes. Pero Crumb descubre cómo traducir su educación sentimental en algo nuevo y la resignifica. Me refiero a la estética de los años ’30, los dibujos animados que veía de chico, las drogas y sus propias obsesiones por ejemplo.
Hace poco, vi Los siete samuráis de Akira Kurosawa. Cuando terminé de ver la película, me pasó lo mismo que cuando vi Casablanca. Son películas que explican 60 o 70 años de cine. Personajes, montajes, ritmos y tonos.
Sin Humphrey Bogart no tenemos a Harrison Ford o la evolución del héroe parco e inexpresivo que a veces le toca hacer a Ryan Gosling o sin el sistema que utiliza Kurosawa con sus samuráis, no tendríamos (salvando la distancia) Rápido y Furioso o Los Indestructibles. Con Crumb me pasa lo mismo.
Sin él, el concepto que entendió el movimiento underground no hubiera evolucionado. Me refiero a entender las posibilidades infinitas que hay para crear una historieta. Autores como Spiegelman, Bagge, Clowes y un sinfín más no hubieran aparecido (o quizás, pero no tan bien entendidos). Es más, la influencia de Crumb también llega acá en la generación de autores nuevos que hubo en la revista Fierro en los ’80 (por ejemplo Maitena, Pares o Fayo) y en autores que aparecieron después.
Mr. Natural
Por Guido Barsi
Si algo le faltaba al neurótico por excelencia del comic estadounidense era meterse (mejor dicho, reflexionar) con la religión y todo lo que se relaciona con ella: la espiritualidad, las creencias y demás temas para una mirada crítica como la de Crumb. Y hacerlo desde una visión única donde se nos muestra, a través de un personaje perfectamente confundible con Dios, cómo las personas ven la religión, cómo intentan resolver sus dudas, temores o simplemente cómo intentan mejorar su vida. Y si algo le faltaba al autor para afirmar lo genial de su obra, era hacer todo esto antes de que el público se lo pidiera en la Zap Comix.
Valiéndose de la premisa de “¿Qué pasaría si una suerte de Dios caminara entre nosotros?” Crumb nos ofrece una visión ácida y reflexiva de la religión, haciendo hincapié de cómo las personas interactúan con ella y las expectativas que colocan en ella, esperando que esta le dé respuestas a las preguntas que tienen sin conocer en verdad qué quieren preguntar. Sin llegar a ser un panfleto filosófico, Crumb logra entretenernos con las vivencias y aventuras de su personaje y de aquellos que lo rodean, y a la vez ir haciendo pequeñas pausas para reírnos (o llorar) con su visión de este tema.
Mr. Natural es un personaje clásico de Crumb que demuestra la calidad del autor porque logra hacernos pensar y reflexionar sobre la religión en temas como la convivencia, el fanatismo, las dudas existenciales, el sexo y la convivencia diaria con la dosis justa, para nunca aburrirnos y no dejar de reírnos.
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Imagen principal: Ariel López V.