Estamos en el año 1903. Horacio Quiroga, por entonces un joven de 25 años, arrastra una experiencia trágica: ha matado a un amigo de un balazo por accidente. Tomado por la desdicha, decide exiliarse en Buenos Aires. Instalado en estas pampas, conoce al escritor Leopoldo Lugones, quien lo invita a un viaje como fotógrafo que cambiará su vida.
Por encargo del gobierno argentino, marchan juntos hacia las zonas aledañas a las ruinas jesuíticas para registrar el estado de esas áreas. Es el primer contacto que Quiroga tiene con ese entorno natural clave para la edificación de su obra. La densidad del entorno se vuelve misterio, motor de una imaginería alucinada. Se narra así una fascinación inédita por la selva misionera, lugar de emplazamiento de muchas de sus ficciones literarias.
Q, el libro de Santiago Musetti publicado por Historieteca Editorial, sitúa al autor de Cuentos de amor, de locura y de muerte en medio de una aventura onírica con secuencias que coquetean con el terror. El guionista y dibujante uruguayo habló con Indie Hoy, sobre cómo logró poner de relieve un costado desconocido en la vida del legendario escritor.
¿Qué fue lo que te impulsó a indagar sobre esa etapa de la vida de Horacio Quiroga?
Creo que una mezcla de admiración y casualidades. Crecí con mis hermanos y mis viejos leyéndome unas versiones ilustradas de Los cuentos de la selva, tipo álbum, que eran brutales y me cautivaron. Después de más grande me acuerdo de leer A la deriva y, mientras lo hacía, tener una sensación rarísima en la pierna, como si la serpiente me hubiera mordido a mí. ¡Nunca me había pasado algo así, que un cuento me genere una reacción física! Me dejó pasmado. Me pregunté “¿Como hizo este loco para escribir esto?” Algo le tenía que haber pasado, algo tenía que saber. Horacio Quiroga es un icono en nuestro país, calculo que algo similar pasa allá, pero creo que ese interés que me despertaron sus cuentos me fue acercando a hechos y cosas de su vida que son vox populi, leyendas urbanas casi. En un punto no entendí cómo nadie había hecho nada con eso: la vida del tipo fue hermosa y terrible, y él un genio y un monstruo a la vez, es un material impresionante y dije: ¡ta! ¡tengo que hacer algo!
¿Desde el principio tuviste en mente mezclar biografía con ficción?
En un principio pensé en una biografía, pero yo, como escritor, soy bastante malo e inconstante para la investigación. Prefiero la ficción, digamos. Quería que fuera como una película. Entonces volví a la pregunta inicial: ¿Qué le pasó a este tipo que lo hizo escribir así, tener esta vida? Pensé que seguro tendría que ver con la primera vez que pisó la selva misionera, antes de ser el Quiroga que yo conocía. No me acuerdo como llegué a enterarme de la expedición de Lugones y del Imperio Jesuítico, pero a partir de ahí, fue como sumar 2+2.
¿A qué fuentes acudiste para armar este relato?
Me leí algunos pasajes del Imperio Jesuítico, vi mapas y recorridos, leí unos ensayos de Quiroga sobre sus días en la selva, vi fotos de la época y no mucho más. Fui tratando de ordenar cronológicamente las cosas que ya sabía de él: la muerte accidental de su amigo, su “exilio” en Buenos Aires, Lugones invitándolo a esta expedición como fotógrafo y todo lo que pasa después. Quiroga se obsesiona con Misiones al punto de insistir constantemente con esta especie de “conquista” de un lugar que solo le trae desgracias, tragedias re sarpadas como el suicidio de su esposa, su propia muerte y su amistad con el chico con elefantiasis.
¿Cómo se fue filtrando la ficción en ese armado?
La ficción estuvo desde el principio. Lo dicho, yo quería que fuera una peli, sentía que eso era lo que podía hacer mejor, y de repente tenía todos los elementos. Está el héroe gótico romántico, el fantasma de su pasado, la figura de mentor que se desmorona, el lugar que lo atrapa y se le revela sólo a él, cambiándolo para siempre, su don y su maldición. Las imágenes y casi todo lo demás sale en gran parte de los cuentos de Quiroga y el universo que levantan y en otra menor, de mi imaginación.
¿El dibujo lo encaraste siempre a partir del blanco y negro o pensaste en color en algún momento?
Sí, siempre fue en blanco y negro. Había una limitante real que es que imprimir en color sale carísimo y el resultado nunca iba a ser algo que me conformara. Yo edité el libro cuando salió en Uruguay gracias a los Fondos Concursables del Ministerio de Cultura, y soy bastante obse con esas cosas. Tenía una idea clara de cómo quería que el libro se sintiera y nunca iba a lograrlo imprimiéndolo en CMYK a láser en papel satinado. También, quería resolver el dibujo de una manera práctica y sintética, la novela era larga y yo nunca había dibujado más de 40 páginas. La imagen tenía que ser clara y directa, quería hacer un libro pesado y contundente. Así que, como en la mayoría de los casos, las limitaciones son las que te terminan encauzando.
¿Qué artistas tuviste en cuenta para crear esta aventura en blanco y negro?
En cierto punto empezaron a aparecer referencias: ilustradores gigantes de los que agarrarme. El maestro Breccia, por ejemplo (por esa época me había conseguido un ómnibus de Sherlock Time) y Matías Bergara, que debe ser el mejor dibujante uruguayo de la actualidad. Ambos tienen un manejo de la luz y la sombra, del contraste, que es impresionante, ver sus dibujos es como ir a la escuela. Además, también apareció Nosferatu de Murnau y El gabinete del Doctor Caligari, pelis claves del expresionismo alemán. De nuevo, esto en mi mente era una peli y tenía sentido que se viera como una del 1900, que es en definitiva la época en la que pasa la historia. Todo se terminó alineando para bien, creo.
¿Creés que esta historia de Quiroga dialoga, en algún aspecto, con nuestro presente?
Y sí, en algún punto sí. Porque es como bastante arquetípica, podría leerse como la clásica historia de “El Hombre contra la Naturaleza” y siempre hay una fibra, un alguito universal que tocás cuando contás esas historias. Lo que me di cuenta mucho después de escribirla, cuando estaba dibujándola, es que en realidad va de “El Hombre contra sí mismo”. Quiroga, más allá de todas sus cualidades y talento, no podía evitar ser un varón de su época y se llevó puesto a medio mundo (su familia, sus seres más queridos) en la persecución de sus ideales, de ese homo faber inalcanzable que andá a saber quién le metió en la cabeza que tenía que ser. Creo que todos, pero especialmente nosotros los varones, aun hoy estamos medio “preprogramados” para cagarnos la vida en cierto sentido, y que para evitarlo hay un encuentro, una lucha o, por ponerlo en términos más positivos, un proceso de sanación que nos espera a todos, si estamos dispuestos a embarrarnos un poco las botas.
Q de Santiago Musetti está disponible en librerías.