Leer un libro de Juan Vegetal es como sumergirse en una juguetería: micromundos coloridos, lúdicos y cautivantes que toman por asalto nuestra percepción. Su última aventura en viñetas, Terrestre (Editorial Paradojas), se aparta un poco del casi excluyente diálogo que establecía con el mundo gamer y la nostalgia ochentera, para proyectar su mirada sobre escenarios extraterrestres y poner una atención inédita en la contemplación de la naturaleza. Una observación meticulosa (capítulos sobre “distintas formas de medir el tiempo”) del ambiente circundante que aparece como resultado de la irrupción pandémica. “El confinamiento, además de la incertidumbre y la angustia, me dio mucho más tiempo para dibujar. Contando los días, regando las plantas, viendo por la ventana, buscando en la naturaleza líneas de tiempo para poder adaptar a este formato de cuatro viñetas, por ejemplo, las etapas de una abeja o una planta creciendo desde la semilla”, explica el autor.
A Juan Vegetal lo estimulan los números redondos. Tal vez por eso, dice, cada cuatro años publica un libro. Si en Felices los Ñoños (2013) encontró los rasgos de su estilo personal, en Cibercity: Internet Pseudo-sistem (2017) “fue como ‘vomitar estética’, tratando de imaginarme la obra como un conjunto, jugando a hacer una novela gráfica utilizando los elementos narrativos de la historieta para chocarlos o explotarlos. En Terrestre, encontré un upgrade en la forma de producción, más ordenada y con un rumbo más o menos definido. Tanto en Cibercity como en Terrestre está la sensación de apocalipsis inminente y cómo actuar ante eso“.
En contraste con lo que sucedía con Cibercity, donde se invitaba a una dinámica de lectura más bien vertiginosa, en Terrestre el relato parece más clásico y armonioso. La estructura narrativa a veces tiene la forma del loop, a partir de la reiteración -a veces con pequeñas variaciones- de bloques de cuatro viñetas por página. Comenta el autor: “En Cibercity usé una carpeta con folios A4 donde iba poniendo y sacando las páginas a medida que se creaba. Antes de ponerme a dibujar en lo que se convirtió en Terrestre, entrevisté a Antolín y a Pedro Mancini para consultarles cómo era su proceso de trabajo. Para este proyecto quise trabajar con cuadernos. Terrestre es una selección de diez cuadernos Rivadavia ABC de 50 hojas lisas. Lo que mejor quedaba era el formato de cuatro viñetas, que también me servían para subir a Instagram donde fui posteando en mi cuenta personal casi todos los días (esa cuenta me la cerraron, ahora tengo una nueva @juanvegetwl)”.
En ese estado cromático exaltado que caracteriza a sus dibujos, Terrestre se percibe un poco menos lisérgica y autoconsciente que Cibercity. Y aunque esta nueva historieta cuenta también con múltiples personajes que entran y salen de escena de manera alternada, incluso así se conforma una dinámica de lectura menos caótica (Cibercity requería ese caos propio de la atomización de internet). Exceptuando a “El hombre que vive en el aire acondicionado”, los protagonistas de Terrestre son niños, duendes, criaturas fantásticas o simpáticas figuras zoomórficas. Como si en ese mundo maravilloso con anclaje en la infancia, estuvieran las claves de una vitalidad abandonada. El historietista recupera ese territorio y construye su particular planeta a base de repetición, acumulación y pequeñas variaciones de su abanico de encantadores personajes que reafirman la mirada curiosa e inocente de la niñez. La “vida adulta” se presenta como el mundo a excluir, como un paraíso falso y poco seductor que, necesariamente, deberá permanecer perdido. Ahí está, quiérase o no, el universo ficcional de Juan Vegetal como alegato estético-político.