Primero hay que hablar de las miles de hendiduras. Para abordar la obra de Thomas Ott hay que hacer alusión a su técnica carte à gratter (“tarjeta de raspar”), a partir de la cual trabaja por sustracción raspando con una aguja o un cutter las cartulinas en yeso negro sobre las que plasma sus dibujos. Un modo de elaborar la imagen que modula perfectamente los motivos temáticos incisivos que obsesionan a este autor. En resumen: una figuración del mundo que aparece tensionado entre el suspense, lo incomprensible y el horror irremediable. De todo eso dan cuenta las historias contenidas en los tres volúmenes que Loco Rabia reedita por estos días: El número, Cinema Panópticum, y Dark Country (este último, un trabajo conjunto con Tab Murphy y Thomas Jane).
Alguna vez Thomas Ott contó que suele sumergirse en la burbuja musical de Mulholland Drive de Ángelo Badalamenti para darle un marco enrarecido a su propio proceso creativo. De esos momentos nacen sus dibujos híper expresivos, sus historias de carácter “silente” (no hay globos dialogales en sus obras), su modo de narración más bien clásica vertebrada a partir de un promedio de cuatro viñetas por página. Como aquel relato-caleidoscópico de Cinema Panópticum (historia matriz que organiza otras cinco microhistorias) donde una niña pasea por un parque de diversiones, ve demasiadas cosas que no debía ver y pierde la inocencia; o como cuando un hombre entra a un hotel desierto donde lo espera un desenlace pesadillesco digno de Kafka. De hecho, hay también una fuerte impronta kafkiana en su primera novela gráfica, El número, en la descripción de personajes insertos en una circularidad de la que no existe escapatoria. Un condenado a la silla eléctrica recibe un número escrito como si fuese un mensaje cifrado, un número casi profético (y críptico) que anticipa el desquicio e hilvana todo tipo de desventuras. Experto en generar atmósferas asfixiantes, Ott nos invita a procesar lo siniestro como una parte accesoria (y esencial) de lo fantástico. En sus cómics, todo eso que creemos familiar se vuelve amenazante.
Entre lo onírico y la construcción de un verosímil singular y desconcertante, el autor nacido en Zúrich se deleita en la expansión de géneros específicos (el thriller, el terror). Inspirado en las historias de terror de los años 50 de EE. UU. o los films noir del Hollywood de los años 40 y 50, Ott vuelve presentes (acentuando el impacto y la crueldad como nuestra época demanda) la imaginería cinematográfica explorada hace décadas por autores como Jacques Tourner, Jack Arnold o Roger Corman. Un universo referencial que tal vez comparta con Charles Burns aunque no en el estilo de su dibujo, que más bien lo emparenta a la representación de fantasías macabras de un artista como Edward Gorey. No hay monstruos acechantes ni criaturas sobrenaturales en la obra de Ott, sino lo incomprensible cotidiano que se enrarece hasta tornarse siniestro. En su mundo ficcional la infancia es una aventura trágica, las historias se repiten a través de abecedarios y numerologías oscuras, los personajes son impulsados por una suerte de saber precoz sobre la muerte. Breves uppercuts en viñetas para amodorradas imaginaciones.