Quizás en papeles este puede ser uno de los debuts mas tardíos desde la concepción de una banda. La historia de Amalia Amapola se remonta a un día cualquiera en el barrio, cuando Lucas Grasso y sus amigos jugaban, como cualquier niño, a tocar timbres y correr, hasta que se toparon con la puerta de Juan Porta, y de esa pequeña coincidencia surgió una amistad melónana en como todos hemos tenido alguna, primero pasando temas el uno al otro, después recomendando discos, descubriendo discografías juntos hasta que lo inevitable pasa, se deja de hablar y se empieza a hacer. Así empezó Amalia, ya sus primeros dos miembros tocaban instrumentos por su lado, entonces fue cuestión de tiempo que decidieran empezar a probar suerte tocando canciones que les gustaban. Led Zeppelin, Stones, Spinetta, Beatles, todos los clásicos que puedan compartir dos jóvenes argentinos. Después se sumaron el hermano de Juan, Manuel, y el hermano de Lucas, Tomas. Todo este proceso duró unos 3-4 años, después se sumó Diego Marco.
El nombre Amalia Amapola no es ninguna referencia psicodélica hecha para llamar la atención, es el nombre que acogió la banda por una canción que nunca fue, en la que una adolescente, llamada Amalia, lidera una revolución en un futuro distópico donde la tecnología y la inmediatez de las cosas hicieron que la gente olvide la naturaleza del ser. Eventualmente, Amalia se transforma en una Amapola que desprende semillas y deja flores a su alrededor. Esta metáfora de pasar de lo eléctrico a lo natural de nuevo, es lo que quiere reflejar la banda en su música, volviendo a las “raíces” de ella. Sus letras son bastante orgánicas y tienen un son que mezcla el amor y las historias con cosas como la lluvia, las hojas, el viento, la piel desnuda.
Ya con un grupo formado (tengamos en cuenta que las primeras alineaciones de Amalia se pueden registrar aproximadamente hace 9 años), y con un puñado de temas (de los cuales uno solo terminó en el disco) llamaron a nada mas ni nada menos que a Iñaki Colombo, guitarrista de Bándalos Chinos, para que les produzca su debut. Bajo esta ala se les abrió un mundo de técnicas, avances y descubrimientos de cómo funciona todo adentro de un estudio, y creen que esto los ayudó para desarrollarse como músicos, reconocen que su música llegó a las mejores manos posibles. También no guardan elogios para Juan Armani, quien mezcló el disco y de quien dicen que leyó perfectas las intenciones de la banda y terminó ayudando a darle mucha forma a lo que es el primer disco de Amalia Amapola.
En sí, al disco lo componen 6 temas de rock psicodélico contemporáneo, renovado, con tintes de ahora pero fieles a sus influencias. Con temas como para llenar un estadio de gente cantando y sintiendo y para escuchar en calma en casa.
Es difícil no hacer la clara y obvia comparación, en el mundo post Tame Impala (y la ola de rock psicodélico de su ciudad), pero donde muchos cayeron en el error de la repetición sin sentido y el genérico, Amalia Amapola logró dejar que muchas de sus influencias se vean notorias sin opacar su personalidad. Con su debut, Amalia adopta un sonido propio. Los largos puentes, marcados por el baterista Tomás desde sus remates hasta los cambios, las guitarras hundidas y mezcladas con las paredes creadas por los sintetizadores son algunas huellas del género en la música de Amalia. Un pilar del sonido propio de la banda porteña es la dependencia y guía que trazan las melodías del vocalista, que se manejan a la par de arriba y abajo con la instrumentación, creando armonía y pregnancia en los coros.
Este primer bocado de música es un primer golpe, acertado, de expresión, una primera probada de las cosas de las que los cinco integrantes de Amalia son capaces, y mientras cocinan algo mas de música inédita, en septiembre se dejarán ver con todos los juguetes en La Tangente, atenti.