Aunque la relación de Catalín Munteanu con la música tiene larga data -siempre le gustó cantar, escuchar discos e ir a recitales- a los 18 años tuvo un encuentro revelador. Una guitarra rota había estado guardada por mucho tiempo en un rincón de su casa y un día, casi por casualidad, la descubrió. “Me dijeron que la agarré a los 3 y la rompí, por eso la escondieron,” revela la hoy guitarrista y compositora sobre ese afortunado -e inesperado- hallazgo que anticipaba un destino inminente. “Ahí llevé a arreglar la guitarra y me puse a explorarla. Me fue copando cada vez más así que arranqué a estudiar. Medio que una cosa desemboco en otra y un poco después empecé a componer,” cuenta.
En 2016 ya acumulaba un buen puñado de temas propios y sintió que era el momento de salir a tocar. “Quería armar fechas así que pensé en hacer algo con todas las canciones para poder pasar un link cuando me preguntaran ‘¿qué haces?’ y no tener que explicarlo porque es algo que me cuesta mucho. Es re difícil dar una explicación cortita de a qué suena algo,” dice. Fue así que, como un desafío y con la intención de dejar registro de esa primera etapa de exploración, surgió La convicción permanente de que las cosas siempre están un poco mal, un EP de siete canciones a guitarras criollas y voces desnudas que grabó con ayuda de un amigo a mediados de ese año. “Pusimos colchones y frazadas en las paredes y grabamos en el living de su casa, con lo que había,” recuerda.
Más tarde llegaron los sonidos espaciales, la caja de ritmos, y la loopera. Así, Catalín encontró las herramientas que le permitieron complejizar esa impronta despojada y acústica que tenían sus primeras composiciones. En 2017, cuando apareció el single Luz azul, se vislumbró el matiz experimental que la artista terminaría de explotar en Las fuerzas invisibles, el LP que lanzó a mediados de 2019 y que lleva presentando desde entonces en distintos escenarios del país. Sin abandonar el ámbito de la canción, el disco combina loops de teclados y guitarras, voces intensas y variaciones rítmicas en un registro que se desplaza entre el indie folk sentimental y la psicodelia sutil. “Me resulta difícil reconocer qué cosas de las que escuché o escucho fueron a parar a lo que hago. Es más como una mezcla entre música, experiencias y sonidos, se junta todo en una multiprocesadora mental y sale,” comenta Cata sobre el discurrir enigmático de sus canciones de compases irregulares y armonías envolventes.
Las fuerzas invisibles, al igual que su antecesor, se realizó de manera independiente y autogestionada, pero su proceso de producción fue más largo y elaborado. “Quise pensarlo un poco más. Regrabé algunas canciones de La convicción… que sentí que con el tiempo habían cambiado. Después hice otras en las que empecé a usar más la loopera, a trabajar con capas, con otros sonidos… Además invité amigxs a tocar en algunos temas así que nos juntábamos a ensayar y a probar cosas. Eso fue divino,” cuenta. Y el resultado fue un disco de diez temas, cuidado en todos sus detalles -¡hasta tiene una edición física hecha a mano!- que, si bien destaca por su originalidad compositiva, enamora por sus letras honestas, colmadas de versos inolvidables. “Las letras siempre surgen de una exploración. A veces me pongo a cantar cualquier cosa que se me ocurra y de eso sale una frase que me gusta. Me encanta que las cosas se construyan así. Es como desparramar un montón de objetos, mirarlos y después decidir qué usar.”
Un arpegio nostálgico insiste y quedamos envueltos en su ciclo. Lo interrumpe una voz quebrada y urgente, y ahí nos convertimos en confidentes. “¿Cómo se le enseña al corazón a desobedecer lo que aprendió en un viaje tan largo?/¿Cómo se le enseña al corazón a crecer?,” se pregunta Catalín entre guitarras y ukeleles cristalinos en “Mi barco”, una de las canciones más memorables del disco. Son secretos, contemplaciones y confesiones que desparrama en cada verso esa voz inconfundible que fluye sin ataduras sobre el pulso esquivo de la música. Esa que pronuncia las palabras con vigor, como si quisiera romperlas para descubrir su sentido oculto. Son paisajes de un mundo interior. “Hacer algunas canciones fue ponerle nombre a cosas que no sabía explicar ni manejar bien. En ese momento sentía que necesitaba darle cauce a sentimientos que no entendía, así que para mí fueron como una salvación,” confiesa.
En la ilustración de portada de Las fuerzas invisibles, el protagonista es un pequeño astronauta que se posa en la inmensidad mirando hacia adelante, como si nos estuviera invitando a sumarnos a su viaje. Así nos convoca la joven cantautora a conocer su singular propuesta: una obra de gran riqueza conceptual que impacta por su originalidad y que conmueve por su tono sincero y visceral. Sensibles, emotivas y por momentos desgarradoras, las canciones de Catalín son un hallazgo valioso en la escena independiente local. Habrá que seguirle el rastro en este 2020 que ya la encuentra preparando nuevo material. “Estoy componiendo, pero todavía está medio incierto cómo va a ser todo. Tengo ganas de seguir grabando y de hacerlo sin ningún apuro. De buscarle bien la vuelta a cada cosa.”
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