El trío Knei, formado en 2006, grabó su segundo LP y lo presentará oficialmente este miércoles en El emergente de Almagro (extraoficialmente, sus canciones sonaron ya en varias reuniones). El disco se llama Juventud de la Gran Ciudad y le sigue al exitoso La puerta del sol (2011).
Para entender el poder y la importancia que cobra la obra de los tres fantásticos, resulta más que apropiado hacer un recorrido histórico geográfico de la banda: se formaron en La Pampa, de donde son; se curtieron en La Plata y ahora explotan en Buenos Aires. El disco en sí juega con ese limbo entre lo rural pampeano y las ciudades, esa explosión casi terrorífica, adrenalínica y vertiginosa que sufre y goza alguien del interior del país cuando se interna en la gran capital por primera vez. Ese terror tiene mucho de “sabbathico” (como si Ozzy fuera el papa de una iglesia rockera y les hubiese escupido su vino en sus caras y en sus instrumentos), va y viene, suben y bajan con interludios bluseros y batería jazzera (virtuosismo y pragmatismo por parte de Roberto Figueroa). Nos despiertan esa melancolía del “otro país” mucho más allá de la General Paz con los gritos de Nicolás Lippoli (voz y guitarra, telecaster de potencia inigualable) que retumban como cuando se grita en el verde horizonte, llano e infinito y otra vez explotan con un riff impecable sostenido por el prolijísimo bajo de Mauro López.
El disco fue grabado en Casa Fauna durante diciembre de 2015 por Mauro Lopez, Matías Carranza y Leonel Calo y mezclado por Maxi Leivas en la Aldea Records. Es tan intenso que casi no se percibe cuándo empieza un tema y termina el otro. Y cuando querés darte cuenta ya pasaron los 40 minutos que dura y te duele el cuello de tanto agitar la cabeza.
Pero el nivel y la importancia de los Knei no es un caso aislado. Junto a Las sombras y Los siberianos, todos de La Pampa y contemporáneos, casi camaradas y seguramente amigos, constituyen uno de los tantos polos de circuito musical de esta nueva ola de renovación rockera e independiente que sacude a nuestro país. Ya no son los mega recitales, ya no es Obras, ya no es el Luna; la música dio un giro (quizás post Cromañon) y no son un puñado de bandas que nos representan en los estadios de todo Sudamérica. La bandera musical de nuestro país la izan cientos de bandas de todos lados, decenas de circuitos musicales se abrazan y ya no dependen de que una discográfica los descubra y “pegarla”. Lo que sostiene a nuestros nuevos artistas es la gente, como debió haber sido siempre, aunque claro, el gran circulo está en la Capital (dios atiende en todos lados, pero…).