El Sofisma del Yo es un sismo del yo. Así se presenta esta banda de Buenos Aires integrada por la cantante y guitarrista Luna Bunytow, el guitarrista Ezequiel Ibarlucía, el bajista Ema Gewürzmann, el baterista Pedro Monczor, el tecladista Fermín Sáez y el saxofonista Marcos Gallardo. En 2024 publicaron su álbum debut, Ya no es, una obra conceptual con ecos de las grandes vanguardias del rock que desborda y conmueve. En su música, el desborde es reaccionario, funciona como una válvula de escape.
El diccionario define sofisma como el argumento que persuade de algo falso; una forma antigua de esconder la ignorancia. Entonces, ¿cuál es el sofisma del yo? “YO, YO, YO, YO, YO es el mejor dios que alguien te puede regalar: es un laberinto eterno que te guía la vida —cuenta la banda en conversación con Indie Hoy—. No hay respuesta a esa pregunta. Pero existe un poema perdido entre nuestras musas que lo puede delimitar: Extraviado dolorido de mi idioma dédalo cuando de cierto sereno ciervo su discurso sobre aquel devaneo escuché;
De altos muros y oscuras sendas se compone tal palacio, su artífice mago en el granito la retórica y de su niebla diviso un rostro largo, labio cariz que alabada grada altiva pronunció
<<Soy Tilisem poeta arquitecto ufusuiaudus
Admira mi obra Severino y saborea sobre mi íntimo laberinto alfabeto el goce de estar perdido>>”.
“Inconciencia tranquila” es el track que inicia este incendio con un teclado tranquilo que remite a Bicicleta (1980) de Serú Girán, hasta que desde el fondo de un pozo emerge una voz que resquebraja la emoción. Este es un indefectible efecto de El Sofisma del Yo: lo que más disfrutan comunicar con la música es “que la gente pueda descubrirse en la enorme diversidad de ideas y sensaciones que estén atravesando la carne: lo más horrendo, lo más curioso, lo más bonito y lo más irritante. Hace poco nos comentaron después de un show que hacía mucho que una banda no les hacía bailar y pensar al mismo tiempo".
En vivo, el ritmo es inquieto, con fuerza. Lo encarna bien “Conciencia tranquila”, donde rápido se impone una atmósfera ricotera. “Siempre solemos dejar que la mugre de lo que nos incomoda (por no conocerlo) habite la canción”, cuenta la banda. El verso “Ese techo de cenizas no me deja respirar” retoma la metáfora de Ícaro, ese personaje mitológico cuyas alas de cera se derriten por volar demasiado cerca del sol.
¿Aquello que ya no es es porque se hizo cenizas? “¡Sí! —comparten—. Transformarse es volver a conocerse, reconocerse. No existe no tener nombre, pero hay lugares del nombre que no llegamos a habitar y hay lugares que no llegamos a matar”. Así, “Decir Ya no es mata para ser la otra cosa, la nada u otra cosa, pero por lo menos para habilitarnos un momento en ese trance: en el del ser algo con mayúscula e historia, o dejarlo todo atrás y dejar de ser por un segundo”.

El arte de tapa de Ya no es muestra un perfil cosido y de igual forma, sus canciones no se pueden delimitar en un único género musical. La forma de componer de la banda —junto con el aporte de Juan Ibarlucía como productor— refleja la experiencia de escuchar su música. "Todo motor creativo parte de un lugar desconocido, incontrolable —reflexiona la banda—. Para que funcione, tenés que dejar llevar la idea por esos lugares inhabitados y no nombrados que te están sonando. De igual manera, está bueno entender lo que hacemos, aunque no cierre (y justamente porque no cierra)”.
Más adelante en el disco, "Olor a fuego” retoma el minimalismo del primer track. Al comienzo, apenas se percibe más que la voz, solo un coro angelical que se sostiene mientras la banda entra y va en un in crescendo cada vez más emocional. Frases como "La furia nunca se fue” o “nada se abre y yo camino entre animales muertos” capturan la vida en la ciudad, que acá es una vida subterránea que el interior absorbe. “Somos de plástico hecho llamas” concluye la canción entre efectos de glitch como partículas de luz que se hacen un bollo.
Ya no es se mueve entre lo plástico y lo terrestre, lo frágil y lo denso. En "Superfluos" se percibe un gesto de autodesafío, un intento de entrelazarse con otro yo, buscando refugio en el otro como forma de recomposición para escapar de una masa alienada. En “Pétalos”, el dolor corporal y el mental se entrelazan, y el lenguaje se vuelve gesto: hablar es una forma de estar, de existir. “Ciclos” lleva más lejos esa indagación, con versos que tensan el tiempo y el lenguaje hasta volverlos inestables, sin forma fija.
La idea de transformación constante atraviesa todo el álbum, desde el caos breve y distorsionado de “Dios está muerto y si no, lo vamos a matar” hasta “Salida”, donde la voz poética arrastra y desarma. Hay una tensión entre el deseo de un punto fijo y el impulso hacia el movimiento total, como un péndulo entre la razón y el desborde. La forma nunca es estable: se rompe, se pliega, se rehace.
Llegando al final del disco, “Lago negro” captura un sentir muy identificable y familiar. Estudiosos del reflejo, “de tanta oscuridad” lo ven. Una voz masculina aparece por primera vez: "Algo oscuro me envenena”. Se escuchan gritos que parecen venir de alguien que se quema vivo. Ruidos digitales, como un robot agonizante, pero lo único robótico en este disco son las plásticas sonrisas de marfil. Después, es pura humanidad, en el barro, en la arcilla.
Escuchá a El Sofisma del Yo en plataformas (Spotify, Tidal, Apple Music).