Desde muy chica, Eugenia Sasso se sintió atraída por el instrumento con el que hoy compone y enseña: la guitarra criolla. Comenzó tomando clases particulares y, tiempo después, ingresó en el profesorado del Conservatorio Superior de Música Manuel de Falla, en donde se especializó en guitarra. Sin embargo, nunca se sintió muy identificada con el repertorio académico. “Lo que más me atrapó fue la guitarra criolla y esa forma de estudiarla, desde el detalle del toque. Me parece un instrumento fascinante, que está muy mezclado de música popular y de estudio más riguroso”, explica. Quizás por esta misma razón ubique su trabajo en el ámbito de la canción latinoamericana, con sus múltiples despliegues y variaciones. “Son canciones en el sentido de esta tradición pero no tanto desde lo folclórico sino de la línea de cantautores que con solo guitarra y voz generan una forma, una textura”, manifiesta. Y, de acuerdo con esto, reconoce haberse encariñado especialmente con algunos compositores rioplatenses como Leo Maslíah, Jorge Lazaroff o Eduardo Mateo. “Me enganchó el compromiso político y que la letra sea lo que fundamenta la canción, pero al mismo tiempo que la música no sea una mera decoración”, expresa.
Eugenia, de 28 años, pasó toda su adolescencia estudiando música y perfeccionándose en su instrumento, pero también grabando maquetas y escribiendo versos que se reservaba para el día en que formara una banda. Cuando llegó al taller de composición de canciones de Edgardo Cardozo hace unos cuantos años, comenzó -con un poco de empuje por parte de Edgardo y de sus compañerxs- a encarar el proyecto de su primer disco solista. Alma sabe, en formato acústico a guitarra y voz, se gestó a partir de todos esos bosquejos, fragmentos y pruebas que apenas había compartido con su círculo íntimo.
El disco, producido de forma independiente por Eugenia, con la colaboración de Julián Galay (del Ensamble Chancho a Cuerda) en la producción artística, presentó instancias de toma de decisiones que en un principio fueron algo desconcertantes pero que luego ayudaron a afianzar su identidad. La mezcla despojada, desnuda, pasó de ser una de las opciones posibles a un planteo estético contundente. “Hubo un montón de decisiones que no tenía conscientes pero que estaban, como por ejemplo esto de que la mezcla parezca medio cruda. Yo ya sabía que no quería que hubiera reverb, ni ningún maquillaje”, cuenta. En una primera escucha, la cercanía de la voz, la cadencia de las respiraciones y lo imprevisible de la armonía que se hamaca frenética entre la caricia y los estacazos, son componentes que desestabilizan. “¡Una guitarra y voz en tu cara!”, bromea.
Con esta primera obra, Eugenia Sasso se alza como una de las voces de la generación de cantautores locales que buscan su lugar en una ecléctica escena independiente que, por un lado, favorece y motiva la emergencia de propuestas novedosas y, por el otro, presenta panoramas algo desalentadores para lxs artistas. “Es bastante difícil; hoy todo es muy artesanal. Ahora el artista se tiene que hacer cargo de todo prácticamente. En realidad, cualquier trabajador carga con eso. Hoy, si querés dedicarte a la música, tenés que saber hacer una gacetilla, un video, ser community manager, hacer un flyer y además llevar gente. Es un montón, y no está bueno… Siento que es un dilema que no estaba del todo resuelto de antes porque todavía nos seguimos preguntando qué carajo es ser artista y cómo se remunera esto”, declara contundente.
Si bien la música de Eugenia ostenta un despliegue técnico y expresivo que evidencia su formación y experiencia como instrumentista, uno de los rasgos más destacables de su trabajo es que explora y remueve los pliegues de una intimidad. Alma Sabe suena urgente y visceral. “Lo pensé desde la introspección, como una búsqueda de poner nombre a las cosas y de explicitar sentimientos, angustias”, confiesa. El disco se enseña en un gesto contemplativo que a la vez hace convulsionar el detalle, idea que se resume en la imagen de portada: una foto que acumula resonancias de su historia familiar, en la que apenas se distingue la figura de una flor. “La sacó mi papá, que era fotógrafo. Un día, ordenando cosas, la vi, le dije que me gustaba y me la regaló. La tuve mucho tiempo por ahí, dando vueltas, y cuando empecé a pensar en la gráfica lo único que se me venía a la cabeza era esa foto. Mi viejo falleció hace unos años y estuvo re presente todo ese proceso de duelo cuando hice el disco. Fue como una forma de sanación y de rescatar algo de una herencia”, relata.
Las primeras notas de “Calladita”, corte inaugural de Alma sabe, se sienten tímidas, lejanas. “Calladita, bien quietita”, ordena la voz que al inicio es casi un murmullo. El disco impugna ese primer mandato a medida que va adquiriendo grosor y se hace ostensible esa necesidad inaplazable de tomar la palabra. Voz al frente, sin filtros ni adornos. Breves manifiestos personales cantados, relatos crudos, retratos emocionales. El sonido de una guitarra que se exprime, como si se quisiera agotar el instrumento. Entre la furia y la delicadeza, entre el grito y el susurro. Entre el golpe retumbante y la nota sigilosa. Así es cómo traza su paisaje Alma sabe, primer LP de la joven compositora que actualmente se encuentra trabajando en su segundo disco. “Siento que salí de esa ingenuidad con la que empecé. Estoy componiendo desde otro lugar, analizo un poco más en profundidad lo que voy haciendo y esto para mí es nuevo.”
Eugenia Sasso se presenta el sábado 13 de julio a las 21 h en El Quetzal (Guatemala 4516, CABA). Escuchá Alma sabe en todas las plataformas de streaming: