Hay productores musicales que construyen desde el detalle, que afinan cada sonido como si fuera una palabra en un idioma secreto. Evar es uno de ellos. Su música se filtra, se insinúa, se transforma en una especie de clima que rodea y emociona. No hace falta saber de qué género se trata: lo importante es cómo te hace sentir.
En la última década, la figura del productor musical dejó de ser exclusivamente técnica para volverse también autoral. Conocido por su trabajo con artistas como Saramalacara, Dillom, Louta, Bhavi, Duki y Rojuu, entre varios otros, Evar produce mundos donde conviven la tensión y el alivio, el ruido y el silencio, lo oscuro y lo melódico. Su rol ya no se limita a pulir canciones: hoy es quien expande los bordes de lo que una voz puede decir.
“Desde chico tengo recuerdos musicales. No es que buscara la música, simplemente estaba ahí, flotando en casa”, cuenta Evar en conversacion con Indie Hoy, como quien rebobina los primeros sonidos que marcaron su infancia. Entre esos ecos tempranos, se imponen: Miles Davis, Patti Smith y Bowie. “Mucha data”, acota, como si se sorprendiera a sí mismo.
La biblioteca de discos de su viejo fue el primer universo a explorar. Con una potencia, bafles y una colección generosa, todo estaba dado para la aventura. “El primer disco que agarré porque me llamó la atención el color fue Nevermind de Nirvana. Vi la tapa, el bebé, me causó gracia. Lo puse sin saber qué era… y me voló la cabeza”. Ese momento, dice, fue clave: “Fue la primera vez que escuchaba guitarras distorsionadas con ese poder”. De ahí en más, todo se volvió intensidad: escuchar, compartir con amigos, intercambiar discos, descubrir. “Tenía un amigo en la primaria que también le estaba pasando lo mismo. Iba a su casa a escuchar los discos del padre y él venía a la mía”, recuerda.
Por ese entonces también iba a un colegio Waldorf, donde tuvo su primer contacto con un instrumento: “Toqué tres o cuatro años el violín. También flauta, pero todo en modo colegio. Después lo dejé, porque me gustaba Nirvana, no Tchaikovsky”. Mientras en casa había Sex Pistols, The Clash y mucho rock clásico, empezaban a aparecer otras bandas traídas por amigos: Black Sabbath, T. Rex. “La colección en casa era tan amplia que tardé en necesitar traer cosas de afuera. Pero cuando llegaban, llegaban fuerte”, admite.
Durante un tiempo, la música era solo eso: escucha. “Hasta ahí era como, bueno, me gusta la música. Pero entendía que había que tener una banda para hacer música, y nunca tuve una”, cuenta. Le gustaba mucho dibujar, así que durante la secundaria seguía conectado a la música, pero desde el costado de oyente. Hasta que algo cambió: “En la secundaria me empieza a romper la cabeza Daft Punk, Chemical Brothers, Skrillex, Gorillaz… Aparecen esos players que eran algo más que una banda. Era música que no entendía del todo. No era solo una guitarra o una batería. Había otra cosa”.
Y ahí comenzó el otro viaje. “No tenía compu en casa, ni acceso a programas para producir. Cuando terminé la secundaria, estaba medio viendo qué carajo hacer. Y me la jugué: me puse a estudiar producción musical. Me metí sin saber mucho, y estudié dos años. Aprendí una bocha, pasé de cero a tener una buena base”. Ahí entendió lo que era componer con una computadora, usar sintes analógicos, mezclar, editar. Se cruzó con gente, con profesores, con nuevos sonidos. Terminó sus estudios y apareció la pregunta: ¿qué hago con todo esto que aprendí?
La respuesta llegó entre beats subidos a Soundcloud, conexiones online con productores del exterior, y fiestas under. “Me acuerdo de la Trrueno, esas movidas. Conocí gente ahí. Todo muy de nicho. Y después empecé a pensar: ¿qué pasa si hago música para otras personas?”, respasa Evar. Ahí apareció el rol del productor: “El rap estaba explotando. Empecé a conocer pibes que cantaban, que rapeaban”. Sus comienzos en la escena no fueron exactamente glamorosos. Como él mismo recuerda, “usaba lo que tenía a mano, no tenía estudio todavía”.
Con el tiempo, y ya en plena efervescencia de la nueva escena de trap, llegaron los encuentros con los miembros de la Rip Gang. “A los pibes los conozco en el video de “Fredo”, fue más o menos por esa época. Ahí les empiezo a hacer de DJ, y ellos eran muy del colectivo en ese momento, tocaban todos juntos”, recuerda. Fue en ese cruce de energía y ganas de crear donde empezó a gestarse una relación más sólida. Los shows pararon durante la pandemia, pero la música no: “Hagamos música. Te mando beats”. Así comenzó a trabajar con todos: Ill Quentin, Broke Carrey, Dillom, Saramalacara… Y con el tiempo, por afinidad personal y musical, la conexión con Sara se volvió una de las más profundas.
El vínculo creativo entre Evar y Saramalacara se dio de manera orgánica. “Coincidíamos al 100%. Nos pasábamos música y nos gustaban las mismas cosas. En esa época estábamos re con Bladee, o escuchando a Capoxxo, Oaf1… cosas que eran medio hyperpop antes de que el hyperpop existiera”, dice. Esa sintonía fue crucial: “Había un paladar compartido. Era fácil”.
Pero no todos los procesos creativos se dan con la misma fluidez. Trabajar con distintos artistas implica afinar el oído, pero también la sensibilidad. “A veces yo tengo una visión para el artista y capaz el artista no la tiene todavía sobre sí mismo”, reflexiona. En esos casos, el desafío pasa por proponer, imaginar otros escenarios posibles: “Yo de afuera digo, ‘che, y si te dibujamos todo esto alrededor y vos hacés esto?’”. Para Evar, esos momentos donde se abre una puerta nueva son los más valiosos del rol del productor. “Cuando eso se da y funciona, es loco y está re bueno que pase”.
Esa mirada sobre el artista, sobre su identidad, lo lleva también a pensar en su propia firma sonora. “Con el tiempo fui encontrando mi identidad y se fue achicando el embudo, también la cantidad de artistas con los que trabajo”, explica. No se trata de cerrarse, sino de entender desde dónde se puede aportar algo único. “Prefiero trabajar con menos gente pero que mi identidad esté más marcada, que estar disparando para cualquier lado”.
Esa identidad, explica, está atravesada por una dualidad constante: una especie de tensión entre lo nostálgico y lo energético. “Siempre elijo texturas, acordes, melodías que me remontan a una sensación que no sé bien cuál es, pero me toca una fibra”, dice. Y aunque esa fibra suele tener un tono melancólico, busca equilibrarla con una pulsión más luminosa. “No quiero que sea triste. Me interesa ese contraste. Es como ese meme del bondi, donde de un lado está nublado y del otro sale el sol”.

La escucha, tanto en su faceta de productor como en la de DJ, es una parte esencial del proceso creativo. Está siempre al acecho de gemas escondidas: “Me gusta pasar temas que no conoce nadie. Que alguien escuche algo y diga ‘¿qué es esto?’“. Investiga samples, escucha discos enteros, se pierde en bandas sonoras y bucea por Soundcloud, donde dice haber descubierto una escena de productores brasileros de baile funk con un nivel de ingeniería sonora altísimo: “Están realmente en una. No hay otra cosa”.
En sus sets busca diversión. Puede sonar simple, pero no lo es. Se adapta a la identidad de la fiesta, pero lo esencial no cambia: quiere pasarla bien y que la gente también lo haga. “No me vienen a ver a mí. Es una fiesta, hay que pasarla bien”, dice. En lo musical, su selección es tan variada como su imaginario: del hyperpop al trance, del rap a los sonidos más “frikis”. Todo con un eje en la música electrónica, pero dejando que convivan distintos matices. Aunque no es muy de salir a bailar, sí disfruta del espacio que él mismo ayuda a crear. “Prefiero mucho más generar el espacio que ir a ocuparlo”, admite. Le gusta más tocar que asistir, armar la fiesta antes que ser un invitado más.
Hablando de discos, recuerda el proceso de Post mortem como un trabajo largo, pero natural. “Me gusta hacer discos. Y me pasa algo que se repitió tanto con el álbum de Dillom como con el de Sara: uno no planea que sea tan conceptual, pero lo termina siendo”, reflexiona. A veces la búsqueda inicial te lleva a lugares inesperados. Y ahí está lo hermoso. Post mortem terminó convirtiéndose en un hito. “No sé si Dillom despegó ahí, pero sí sé que transformó su carrera”, dice con orgullo.
Con Sara, la historia está todavía escribiéndose. De hecho, esta noche se presentan juntos en la primera de una trilogia de shows que la integrante de la Rip Gang dará este mes en Deseo. “Me parece muy grosa ella, y lo que estamos haciendo también”, dice Evar y asegura que, a pesar de todo lo que ya hicieron, sigue apenas en la punta del iceberg: “Ahora estamos trabajando con una lógica totalmente diferente a la de Heráldica y los resultados son igual de buenos o mejores”. Esa capacidad de mutar sin perder la esencia es algo que valora profundamente. “Podemos cambiar el método mil veces, el sonido mil veces, y la identidad sigue estando”, admite.
Y en esa búsqueda de identidad, tanto propia como ajena, Evar parece haber encontrado su lugar: el de alguien que no solo produce música, sino también estados, climas, imágenes. Dualidades que se sienten más que se entienden. Y que, como él mismo dice, “tocan una fibra”. Más que perseguir un estilo, Evar parece interesado en capturar momentos. En una industria cada vez más vertiginosa, su trabajo funciona como una pausa quirúrgica: observa, prueba, insiste. No está apurado. Sabe que una buena canción no se trata solo de encontrar un sonido, sino de encontrar el instante exacto en que ese sonido dice algo verdadero.
Escuchá a Evar en plataformas (Spotify, Tidal, Apple Music).