En estos últimos y caóticos años, pocos fenómenos han cautivado al panorama musical en Inglaterra de igual manera que el desarrollo de la escena post punk y post rock del sur de Londres. Lo que en principio se trataba de poco más que un puñado de jóvenes discutiblemente pretenciosos y con un conocimiento musical tan profundo que pudiera resultar hasta contraproducente a la hora de triunfar en el panorama musical actual, pasaron en cuestión de meses a ser algunas de las bandas más renombradas en los círculos internacionales de conocedores y críticos musicales, así como los ídolos de toda una nueva generación de jóvenes oyentes.
Black Country, New Road y Black Midi, probablemente las dos bandas cabeza de lanza de todas las que frecuentaban durante aquellos años el escenario del legendario Windmill en Brixton, se convirtieron en los líderes de un nuevo movimiento de estética indie y clase media joven que se enorgullecía de leer filosofía posmoderna y llevar bléisers de pana. A su vez, sus líderes, Isaac Wood y Geordie Greep, se convirtieron en figuras de culto, apoderados por méritos propios de la nueva corriente existencialista, críptica y desesperanzada que reflejaba a la perfección las inquietudes y aspiraciones de toda una generación.
En aquellos días, pocas personas dudarían un solo segundo en afirmar las sospechas: el rock and roll clásico y todo lo que este conllevaba estaba más que muerto. Ahora, le tocaba el turno a todo aquello que tuviese “post” y “avant” en el nombre. Le tocaba el turno a las melodías disonantes, a las actuaciones vocales de tinte teatral, a los patrones rítmicos atípicos, al caos, al ruido… En definitiva, le tocaba el turno a la evolución.
Los orígenes de Fat Dog: El rey de las babosas
A la vez que Black Country, New Road se preparaba para sacar oficialmente su primer LP, For The First Time, el cual encapsula perfectamente en todos los sentidos el espíritu de la nueva escena del rock and roll londinense, nuestro protagonista en esta historia, quien se hace llamar Joe Love, trabajando aún entre las sombras de la escena de Brixton, aprovechaba asimismo la época de la pandemia y los caóticos aunque lentos meses que la sucedieron para engendrar, desde la crítica satírica a la seriedad autoinfundida de las bandas que le rodeaban, un disco con el potencial de cambiar radicalmente y a su vez facilitar la prosecución del post punk inglés.
Siendo inicialmente tan solo el proyecto en solitario de Joe durante la pandemia, Fat Dog es de principio a fin una banda peculiar para la escena de la que ha surgido. Algo más tarde, mientras Black Country, New Road finalizaba la creación de su segundo disco, su obra maestra la cual hablaba honesta aunque crípticamente de la incapacidad de extraer felicidad de aquellas cosas que son más importantes en tu vida y culminaría con el comunicado de que Isaac Wood dejaba el grupo por no encontrarse en disposición mental de afrontar su futuro como cantante y escritor, Joe Love, que empezaba a ganar popularidad en los mismos escenarios que habían dado a conocer a Isaac, buscaba a colaboradores que le ayudaran a terminar de producir un primer single, “King of the Slugs“, inspirado, según sus declaraciones, en un día en el que sintió que las babosas le perseguían.
El actual tecladista principal de la banda, Chris Hughes, entró a la misma tras mentir acerca de saber tocar la viola y audicionar para el grupo con tan solo una semana de experiencia, con la suerte de que en ese momento era el tecladista de un grupo que abandonó poco tiempo después. Cuando este año le preguntaron por qué Joe había dicho que su música era “ridícula”, Chris contestó: “Supongo que hay mucha gente que hace música más para pensar. Nosotros hacemos música más para bailar”, agregando que, aunque “sonase como un álbum conceptual”, su entonces próximo proyecto no lo era en absoluto.
El conjunto de estas declaraciones resume a la perfección la esencia de Fat Dog como banda y las maneras en las que se asemejan y difieren de la escena post punk británica. Sónicamente, la influencia de aquellos entre los que maduraron musicalmente hablando en los confines de Brixton es, aunque camuflada, indudable. La obsesión por las influencias balcánicas y del flamenco, por los crescendos caóticos, por la experimentación de ritmos atípicos y por la disonancia ocasional delatan de un modo u otro el ambiente del que, orgullosamente o no, estos músicos provenían.
Sin embargo, existe en Fat Dog un claro énfasis en el concepto de pasárselo bien que les diferencia radicalmente de la filosofía del post rock de los últimos años. Esto se plasma indudablemente en las letras, pues, aun lidiando con temas como la ruptura emocional, la muerte o el arrepentimiento de no haber aprovechado la posibilidad de encontrarle sentido a la vida, este último, por ejemplo, se nos presenta a través de la historia de un padre que viaja al pasado para darse una patada en los testículos a sí mismo que consiga dejarle estéril y liberarle del yugo de sus hijos y obligaciones, mientras el desamor se trata mediante gestas del lirismo moderno tales como “y si pensás que estoy llorando por vos, no estoy llorando por vos, acabo de ver Karate Kid 2” en “I am the King”.
Más allá del desenfado de sus letras, que busca tratar desde un punto de vista satírico lo pomposo y críptico de la seriedad de las bandas que les preceden, es en su evolución a nivel sonoro en donde realmente puede apreciarse lo que Fat Dog es capaz de traer a la mesa. Recurriendo en un principio a rasgos de la música electrónica y la escena rave para evitar acercarse a un sonido más propio del ska, según declaraciones de la banda, estos se han convertido en un absoluto estandarte de la misma.
Si algo diferencia a Fat Dog en su esencia de otras bandas de rock británico es su insistencia en un sonido dance punk que hace que en vez de en Scala o Electric Brixton, te imagines su música en un garito underground donde nadie ha tomado precisamente solo alcohol y donde una gran parte de los presentes lleva, por algún motivo, gafas de sol tintadas. Chris, el teclista, no se esfuerza en negar las alegaciones. En su última entrevista antes de la publicación del disco, declaró desde un banco después de una noche loca en la que había acabado en casa de alguien que no conocía. “Ya sabés cómo es Londres”, le dijo al entrevistador por teléfono, pasando más tarde a remarcar que “llevo demasiadas resacas últimamente como para estar nervioso por el álbum”.
La estética de Fat Dog es, a grandes rasgos, la misma que en un principio cautivó a los jóvenes londinenses que acudían a los frecuentes conciertos de Black Midi en el Windmill, pero cambiando el libro de Kafka por un beat de techno y el misterio del artista atormentado por bromas relajadas y ganas de que la gente baile, sude y disfrute. Esto no quita, sin embargo, que sus singles se hayan pasado por los foros de discusión musical como algunas de las canciones más desatadas y desquiciadas del punk moderno, desde luego no dejando indiferente a nadie. Era cuestión de tiempo, algunos dirían, que esta mezcla explosiva culminase en un cambio de paradigma que ni siquiera ellos podían verse venir.
De vuelta a lo clásico
La retirada de Isaac Wood por motivos de salud mental y el anterior paso de Black Country, New Rood a un sonido, aunque igualmente destacable, más propio del chamber pop y reminiscente a los primeros días de Arcade Fire pusieron momentáneamente en duda la potencial longevidad del sonido post rock. Sin embargo, tras el 2023, año deslucido para el rock and roll internacional, cuando las mejores propuestas del género provinieron de las secciones más experimentales del mismo (véase Underscores, Parannoul, Model/Actriz o Sprain) y en el que grandes proyectos ingleses como Squid, Shame, HMLTD y Courting, entre otros, no hicieron más que seguir desarrollando la escena local, la tendencia parecía no haber cambiado. El rock and roll era para aquellos que se negaban a adaptarse y estos acabarían sucumbiendo.
Este año, sin embargo, la historia es completamente diferente. El 2024 ha significado un renacimiento en toda regla del blues rock, psych rock, y garage rock que tan atrás parecían haber quedado a nivel internacional en años precedentes. No hay más que hacer un repaso del año en términos musicales para ver que artistas como King Gizzard, Jack White, Glass Beach, Friko, Pond y Red Kross están contribuyendo a la vuelta a las portadas de las revistas internacionales de música a lo que algunos definirían como el rock and roll más tradicional. Por si poco fuera, la resonada vuelta de Oasis a los escenarios promete repercutir en gran manera en la amplificación de la popularidad de todos los géneros adyacentes en los próximos años.
Aunque un año es poco tiempo para hablar de variación generacional, no hay más que prestar atención a la escena inglesa a nivel doméstico para identificar que algo está cambiando. El sonido de Black Country, New Road es completamente diferente al de sus orígenes, Black Midi ha decidido separarse y Geordie Greep, su líder, está a punto de sacar un disco cuyo primer single suena más a Frank Zappa o a Lin-Manuel Miranda, dependiendo a quién le preguntes, que a algo proveniente del Windmill de los últimos años, y otros grupos de la escena están empezando a diversificar sus sonidos con más o menos éxito.
Si echamos un ojo, además, a los principales lanzamientos en términos culturales del rock and roll de la escena británica e isleña en 2024, nos encontramos en primer plano con el renovado estilo noventero del último proyecto de Fontaines D.C., el conquistador art rock de The Last Dinner Party o el rock alternativo con mucha garra de Wunderhorse y su “Midas”, todos proyectos que, aunque lejos sónicamente de la escena del post rock inglés, han pasado a inundar las listas de reproducción de la misma demográfica que idolatrase en años anteriores a Geordie e Isaac, en contraste con el tibio y poco recibimiento de álbumes como el último de Fat White Family, que se mantienen completamente fieles al legado musical de los últimos años.
Claro está, las tendencias en el mundo de la música en estos tiempos no hacen sino pender de un hilo constantemente y el devenir del tan reconocible sonido que se forjó en el Windmill a comienzos de los 2020, recogiendo las semillas que plantasen grupos como Slint allá por los 90, está todavía en el aire. Dada la desaparición o reorientación de los dos grupos más importantes del movimiento, no obstante, parece más que evidente que el cambio y la adaptación a un nuevo panorama musical van a resultar más que necesarios. ¿O podría, quizás, resurgir de sus cenizas y evolucionar en un sonido con una base completamente diferente, pero igual de genuino?
Derribando el panorama musical a base de ladridos
Es septiembre de 2024 y, finalmente, todos estos años de proceso y desarrollo musical que comenzasen allá por 2020 en la habitación de Joe Love han salido por completo a la luz en forma del primer LP de Fat Dog, inteligente y sutilmente titulado Woof. El título de la banda proviene de lo primero que se le ocurrió a Joe cuando le preguntaron antes de saltar al escenario en una de sus actuaciones iniciales y, a partir de este, han creado para su primer proyecto todo un universo temático sin sentido que rivaliza así como referencia la fuerte vertiente narrativa del post rock inglés.
Woof. se nos presenta a través de una trilogía de canciones de apertura que parecen hacer referencia al nacimiento de la vida, el proceso vital en sí mismo y la muerte. Las referencias bíblicas y evolutivas de la intro, que comienza con un más que apropiado “It’s fucking Fat Dog, baby” y se desarrolla a través de un crescendo que culmina, como casi todas las canciones del disco, en una absoluta locura tecno que transporta al oyente a un ambiente de fiesta desbocada, establecen el tono lírico del proyecto, que oscila entre la vesania completa y el nihilismo cómico. En “Closer to God” nos encontramos con otra explosión tecno en 7×4 que transiciona perfectamente en el caótico “Wither“, en el que “todo el equipo se marchita, todo el equipo muere” sobre 4 minutos de una base incesante con melodías agresivas a bocajarro.
“Clowns” nos da un descanso -aunque igualmente grandioso, ya que suena como una mezcla entre el shoegaze tecno de los últimos años y una balada del Kanye West post VMAs de 2009- antes del magnífico “King of the Slugs”, que junta géneros a granel durante 7 minutos de completo alboroto musical en la que es una de las canciones dobles del disco. Pasando a “All the Same“, nos encontramos con una versión más recatada de la combinación de raíces rockeras y techno del grupo para dar paso a la mitad más reflexiva del disco con “I am the King”, la pieza musical más idiosincrática del álbum, estructurada en base a un constante crescendo de reverberación repetitivo y adictivo. Este da paso automáticamente a la joya de la corona en la que culmina el proyecto, “Running“, una canción de letra misteriosa que usa la percusión rápida a la perfección, combinándola con un par de melodías de teclado y saxofón que recuerdan de la mejor manera posible a “Opus” de Black Country, New Road, pero dotados de aún más belicosidad sonora, si es que eso es posible.
Si hubiera que establecer alguna narrativa a lo largo del disco, se podría ver la primera sección, hasta “Wither”, como la ascensión inconsciente de nuestro protagonista hacia el placer dionisíaco y las canciones que le siguen como la comprensión obligada de la necesidad de lidiar con las consecuencias de la misma, sea esto mediante el autoconsciente desprecio de sí mismo en “King of the Slugs”, la incapacidad de escapar la rutina de la improductividad en “All the Same”, la mala gestión de las relaciones emocionales en “I am the King”, o el culmen temático de “Running”, en el que el protagonista busca escapar para siempre de la propiocepción mental, la consciencia de uno mismo y la reflexión propia.
Sin embargo, la realidad es que todo esto, en Woof., no es lo más mínimo relevante. Ya lo dijo Chris, el disco puede parecer un disco conceptual, pero no lo es. Sea ello mentira o no, la clave es que, aunque lo fuera, no importaría. El desenfreno de la música hace que, de asumir que las letras no representan más que un puñado de conceptos humorísticos e inmaduros sin sentido, el valor del disco no se ve reducido en lo más mínimo y es aquí donde Fat Dog pone sobre la mesa la evolución que han representado no solo en el aspecto sónico, sino también en la base conceptual del post rock británico.
En una entrevista previa al anuncio de la fecha del lanzamiento del disco, Chris bromeaba diciendo que “ahora depende de lo que hagan Fontaines D.C., esos fuckers nos han jodido”, inaugurando de manera irónica un “beef” entre ambas bandas, cuya popularidad a día de hoy se encuentra en universos completamente diferentes. Aunque dicho claramente entre risas, este “beef” actúa de manera metafórica como explicación de aquella corriente que a día de hoy representa Fat Dog en su intento de revivir el post punk moderno.
La banda irlandesa son un ejemplo perfecto con su último disco de un grupo proveniente del sonido post punk que se han visto involucrados en un proceso de evolución sonora y de influencias, así como de conceptualización a la hora de escribir letras, que les han permitido afianzarse en el panorama mediante la madurez y predictibilidad. En el otro extremo del espectro, sin embargo, nos encontramos con Fat Dog, que en este su primer disco ha optado por traicionar los principios del post punk de una manera completamente diferente, mediante el caos no como medio para el fin de representar la inestabilidad del artista, sino como medio para ocasionar la diversión del oyente.
La realidad es que no podemos predecir qué será de la evolución de la escena del Windmill Brixton en los próximos años, pero en Woof. nos encontramos con un grupo que, de manera casi inadvertida, está empujando hacia adelante sus principios para convertirla en algo más delirante y surrealista. Fat Dog hacen música que obliga a prestar atención, no deja indiferente a nadie y rebosa personalidad. Recemos por que, aunque evidentemente nos preocupe su salud, el perro gordo y todo lo que este conlleva en el panorama musical no deje de engordar y engordar más y más en los años venideros.
Escuchá a Fat Dog en plataformas de streaming (Bandcamp, Spotify, Tidal, Apple Music).