En El arte de la guerra, el filósofo Sun Tzu da una serie de consejos y estrategias útiles tanto en el campo bélico como en la vida espiritual y la cotidiana. Según él, los ejércitos más flexibles tienen mayor posibilidad de ganarle a los que son más rígidos o mantienen una forma constante. Un ejército con una forma definida puede ser vencido, es posible adaptarse a él y deducir cómo vencerlo. Por eso Sun Tzu alaba las bondades de la no-forma, de la constante metamorfosis, de volverse una “una configuración en perpetuo movimiento que imposibilite cualquier intento por detenerla o fijarla”.
La artista colombiana Lucrecia Dalt hizo una carrera desafiando las formas. Cada disco distinto al anterior, cada trabajo una nueva búsqueda, dejando en su paso una sinuosa discografía guiada por la intuición y la libertad de explorar distintos estilos dentro del amplio paraguas de la música electrónica y experimental. Sin embargo, ¡Ay! -su más reciente disco publicado en 2022- encuentra a Dalt en su estado más melódico y tropical, escapando de la frialdad y la oscuridad hacia un universo en el que su visión vanguardista convive con su sensibilidad por el bolero y la salsa.
“Una simplemente se va moviendo por territorios y conecta con ciertas cosas, explora por ahí, y eso la lleva a seguir explorando otras cosas -reflexiona Dalt en conversación con Indie Hoy desde su estudio en Berlín, acerca de los rumbos inesperados que tomó en su camino como artista-. Por eso nunca he sido muy amiga de la palabra ‘evolución’, porque es como que no valoras las cosas que te han llevado hasta ahí”.
Dalt comenzó a hacer música bajo su propio nombre cuando todavía vivía en Colombia y mantenía una carrera como geóloga e ingeniera civil. Su debut en 2009 titulado Congost, junto con Commotus publicado en 2012 después de mudarse a Barcelona, tal vez no se sientan como los primeros pasos lógicos para lo que sucedería después, pero sí mostraban a una artista desafiante que no dudaba en tomar elementos del rock alternativo y el folk como de la electrónica minimalista.
“El primer disco lo hice casi sin saber nada de nada -admite Dalt-. Deposité ahí la intuición de una manera muy genuina, en la forma más pura, sin cuestionar mucho. Solo creía en esos demos y tuve la valentía de sacarlos. En esa época estaba en Medellín y estaba empezando a ser parte de un colectivo que se llamaba Series Media, que me impulsó muchísimo a animarme a nivel creativo. Pero aun así fue un acto de valentía, de sacar esto y ver qué pasa, pseudo construir una especie de impulso, un movimiento, hacia ahí”.
Por momentos, Dalt sentía su vida musical como una dimensión paralela a su formación como geóloga. Estos universos colisionaron una tarde en la que asistió a una conferencia sobre el filósofo francés Gilles Deleuze en Barcelona, que la hizo pensar en la idea del tiempo geológico de forma metafórica. “Encontré ahí un punto de conexión con ciertas figuras de la geología que me fascinaban, como las formaciones internas rocosas que pueden manifestarse en nuestro plano, del aquí y ahora. Seguí mucho tiempo pensando en eso, y de muchas maneras, porque básicamente nuestra historia se reconfigura y replantea todo el tiempo por lo que vamos encontrando dentro de la Tierra. Encontré en eso una especie de paz emocional, de sentir que podía encontrar un nuevo punto de conexión con la geología, así fuera totalmente especulativo”.
Las referencias a los minerales y las formaciones rocosas se pueden encontrar en sus más recientes discos, Anticlines de 2018 y No era sólida de 2020. En ellos, Dalt profundizó en su hipnótica oscuridad, creando obras más conceptuales y narrativas, muchas veces incluso dejando de lado las melodías para recurrir al recitado poético. De hecho, durante 2019 y 2020 tuvo la oportunidad de crear las bandas sonoras de la serie de terror The Baby y la película The Seed, trabajos que se sienten menos como soundtracks y más como ejercicios de libre experimentación, sin ataduras formales.
Fue en 2020, cuando la pandemia llegó, que Dalt comenzó a sentir un rechazo impulsivo hacia la música electrónica en general. “Creo que fue simplemente por el estado de ansiedad en el que estábamos todos, de no saber qué estaba pasando ni qué iba a pasar. El confort lo podía llegar a sentir escuchando música del pasado, jazz, dub, Alice Coltrane, Scott Walker, cosas del siglo anterior. No podía escuchar música que no estuviera cargada de esa sentimentalidad. Eso contribuyó a la necesidad de explorar por ahí y no quedarme en ese lugar más oscuro en el que estaba”.
Hija de padres melómanos, volver a escuchar esa música fue como viajar en el espacio y tiempo hacia su infancia en Colombia, años antes de interesarse en la música electrónica. Un tiempo en el que la música no era una proyecto y mucho menos un carrera para Dalt, sino algo vivo que llenaba el ambiente. “Tengo este recuerdo de crecer escuchando muchos boleros, salsa, merengue, baladas españolas, tangos -rememora Dalt-. Colombia tenía una confluencia peculiar de la música que venía del sur y del norte. Escuchábamos mucha música mexicana, de Venezuela, Ecuador, Argentina y Brasil”.
El tiempo tiene una manera de distorsionar los recuerdos, transformando la experiencia en flashes de impresiones, sensaciones que regresan embellecidas, tan lejanas de su forma original como del presente. Así aparecen las influencias de la música latinoamericana en ¡Ay!, como una sustancia etérea en la que se mezclan las fragancias del bolero y las baladas, recuerdos diluidos pero también cargados de emocionalidad.
“Hay un montón de reglas sobre lo que se puede decir o no. Está lo políticamente correcto y la crítica a la apropiación cultural -reflexiona Dalt-. Pero trabajar desde el recuerdo del sonido, un recuerdo emocional, te da mucha más libertad y te permite reapropiártelo de alguna manera, porque realmente viene de tu propio recuerdo, que ya de por sí es una fantasía y no tiene por qué ser verídico ni correcto ni documental”.
Para esta reimaginación sonora, Dalt trabajó con el percusionista Alex Lázaro y reclutó un pequeño ensamble de jazz -la trompetista Lina Allemano, la flautista Edith Steyer y el contrabajista Nick Dunston-, estableciendo referencias muy específicas acerca de cómo improvisar y sobre las texturas en el sonido de sus instrumentos. Todos los instrumentos de ¡Ay! sufren un tipo de distorsión o efecto inusual a lo largo del disco, condensando un ambiente de misterio y sensualidad. La lenta y pesada voz de crooner de Dalt dirige el circo, el único instrumento libre de efectos o manipulación.
“En el pasado me aterrorizaba la idea de tener la voz más limpia de efectos -confiesa con una sonrisa-. Sentía que la única manera de sentirme segura de utilizar mi voz, sobre todo en directo, era recubierta, enmarañada, procesada al límite. Por eso quería ver qué pasaba si usaba la voz de una forma un poquito más clásica, como del blues. También adoro muchas cantantes, como Alice Coltrane, me encantaría empezar a modular la voz de esa manera. Me ha hecho dedicadísima a estudiar la voz, en parte porque tiene tantas posibilidades, las cuerdas vocales son un músculo muy loco”.
“Hacía tres años tampoco me hubiera imaginado que iba a explorar progresiones melódicas como las que exploré en este disco -continúa-. Pensaba que iba a seguir mi recorrido totalmente abstracto… pero también había ahí, como una vocecita, que decía, ‘uy, qué rico hacer un disco más melódico’ o ‘qué rico visitar estos recuerdos que tengo de haber crecido en Colombia’. Nunca había tenido la valentía ni el tiempo para hacer eso, así que fue necesario la pandemia, vino perfecta para poner todo eso en su lugar y darme la oportunidad de decir: ‘ok, es ahora’”.
Al igual que en sus discos anteriores, Dalt comenzó a componer las canciones de ¡Ay! con un concepto narrativo en mente. Para esto trabajó con el filósofo Miguel Prado, co-compositor de las letras del disco y autor del ensayo que acompaña la edición física. Inspirados en el problema de la consciencia (“¿Puede haber una consciencia en estado inmaterial? Y, ¿qué pasa si eso es así?”), imaginaron a una alienígena llamada Preta, una consciencia “en estado puro, atemporal e inmaterial”, interpretada por la misma Dalt en los videos de las canciones.
“La primera imagen que tuve fue de pensar en todas las partículas que se nos caen de nuestra piel todos los días, que se vuelven polvo, ¿a dónde van? Imaginé que se integraban al ciclo de la lluvia y forman una especie de hidrósfera, como un mercado de cuerpos humanos, de conglomerados de todas estas pieles. Preta se pilla un cuerpo humano del mercado para explorar la Tierra y con lo que más se puede identificar es con una roca, el único material que ella ve como atemporal”, describe Dalt.
Así es cómo Preta se vuelve un vehículo narrativo para explorar las preguntas metafísicas que Dalt se hace acerca de temas como el ser, la manera en que nuestras perspectivas están atravesadas por el espacio tiempo, la materialidad finita de nuestros cuerpos y el infinito fluir de nuestras consciencias, o la posibilidad de amar eternamente. “Preta ve a nuestro planeta con una tristeza y una compasión brutal -cuenta su autora-. Ve lo fatal que lo hemos hecho con el amor y el drama”.
¡Ay! tal vez sea la obra más representativa en la carrera de Dalt hasta la fecha, el disco que reúne su maestría como compositora, productora y estudiosa de los misterios que nos componen en un nivel molecular. Sin embargo, viniendo de una artista devota de la incomodidad y lo inesperado, difícilmente se trate de una transformación definitiva. Ningún camino es del todo lineal para Lucrecia Dalt.
“Lo que busco cuando trabajo es sentir que estoy haciendo un ejercicio artístico integral, pleno y honesto -concluye-. A veces me sorprende que haya tantos artistas que siguen una onda, un recorrido, una forma, unas reglas. Cuando justamente el arte se trata de todo lo contrario, de darnos las posibilidades de expandir nuestra capacidad de estar en el mundo, de entenderlo, de confrontarlo. Cuando no es así, entonces no tiene mucho sentido y me da pereza. Quiero emocionarme por lo que hago”.
Escuchá a Lucrecia Dalt en plataformas de streaming (Bandcamp, Spotify, Tidal, Apple Music).