Durante gran parte de los 90, el rock en Tucumán se encontraba obnubilado por la destreza del heavy metal, junto a un revival del punk y el grunge. Poco lugar existía para los puntos de fuga, la hibridez, el fragmentarismo, las sutilezas o lo inaudito.
Disconformidad, guitarras campantes de sofocación, ideales perdidos, letras rabiosas o cofradías para un refugio existencial eran los tópicos de bandas como Volstead, La 448, Todo Mal o Bogardus, que tomaron al punk como emblema en una provincia que abandonaba a su suerte a los artistas, con muy pocas chances de apoyo económico y escasos lugares para hacer recitales con un digno trabajo de producción, con lo cual fue natural la proliferación de terracitas, antros o garages en donde el punk florecía como síntoma. Así implosionaban canciones como “Todo pasa” de Volstead: “Sé que me encuentro en un lugar donde nunca estaré mal, donde nunca estaré bien. No me da tiempo ni a pensar si otro mundo pasará, si a otro mundo pasaré. Hoy no podré olvidar que no tengo a dónde ir”.
Producto de esta notable ola, se gestaron pubs para albergar una creciente movida musical que clamaba por lugares de mayor diversificación y profesionalismo. Así, de la épica entre sórdida y heroica de las terrazas punks a pubs como El Aleph, Rata Mahatta, La Pieza, La Zona, La Sodería o Magic Music Box, se daría un recambio estético que daría lugar a la escena independiente de bandas como Estación Experimental, Luciana Tagliapietra, Álem y Los Chicles, banda liderada por Patricio García que en un comienzo pertenecía al punk, pero sin ser tan puristas y politizados, y con ansias de probar nuevos registros.
“Hacíamos música alternativa y estábamos solos, porque no había una movida alternativa -cuenta García en conversación con Indie Hoy-. Había un rock tradicional, un pop rock más nacional y heavy. Había grunge, pero ya no nos interesaba el grunge. Con Estación Experimental éramos amigos, una camarilla que compartía una sensibilidad musical que considerábamos muy sofisticada. Escuchábamos los Pixies, los Valentine. De acá, la movida sónica. Venerábamos a Palo Pandolfo, a Moura, Melero. En los primeros tiempos tocábamos mucho con Estación Experimental y no nos iba a ver nadie”.
Los Chicles editaría su álbum homónimo en el 2000 para transformarse en una piedra angular del nuevo rock tucumano. Eran tan experimentales como clásicos. Estaban conectados a otros lenguajes artísticos como el arte visual, el cine y la moda. Como estetas, traían apaciguamiento político. Así, nacía una nueva generación de músicos intelectuales con ropas coloridas que reemplazaron a las remeras negras de la escena heavy metal y el hardcore punk. Y si bien Los Chicles tocaban con distorsión y anarquía en la forma de cantar de Patricio García -siendo uno de sus clásicos el irreverente “Que se pudra Tucumán“-, en la disonancia de algunos acordes y en el humor -escuchar “Canción de lo irreparable“, “The Bajóm” o “Corriendo“- ya se avizoraba otro camino.
El pasado 20 de abril, García publicó un disco en vivo, fundamental y autorreflexivo de su trayectoria, que incluye algunas canciones de sus dos discos solistas más significativos: Dios me ha dicho que ponga la bomba y Antología 1995-2016. El álbum podría tratarse de una reflexión sutil de lo que significa ser músico en estos tiempos posmodernos, en ocasiones lánguidos, de fusión, o de las grandes causas caídas. García sabe de todo eso, porque atravesó la transición del rock barrial, el punk anárquico y la vanguardia que va hacia atrás nuevamente. Su poética esconde un secreto: reír en la sordidez, brillar y esperar la mutación que va a tener lugar, porque su búsqueda reviste en su esencia candidez, letras esquizofrénicas, diversión y absurdo, con intervalos de peculiar reflexión existencial.
El disco titulado en tono minimalista Patricio García con La Patoneta en vivo en la Magic es también una celebración del rock nacional de los 80, del funky y del surrealismo de Daniel Melero, con algunos guiños a grandes letras del rock nacional como “En el año de la peste”, con el axioma de “querer encenderse de amor y quemar las cortinas”, mientras la banda toca de todo: baterías endiabladas y bajos con protagonismo, con un líder en estado de beatitud decimonónica, a veces, y otras en clásica fascinación de rock. Así, en “Hermoso y lógico”, sobre tiempos rápidos, canta: “Ojalá que alguna cosa te haga reír, ojalá que sobre la mañana te encuentre en éxtasis”.
En gran parte del disco, La Patoneta se despliega con virtuosismo para generar una estructura sólida, pero también se desmarca hacia otros carriles y deja en vuelo las letras oníricas, cuyas palabras al no ser vocalizadas de una manera nítida conservan algo lúdico que combate los clichés y el formato tradicional de canción.
“Las formas convencionales en música y letra son para mí a lo que hay que huir -afirma García-. En canciones de amor me da horror rozar los lugares comunes, esas cosas que se repiten y se repiten y ya han perdido todo su sentido, y no sé si alguna vez lo han tenido. Y esa cosa plañidera, no me gusta ese lugar. Expresar lo que sentís y ese sentir es muy ñoño. Creo que nunca puse la palabra ‘amor’ en una letra. No me gusta tampoco lo narrativo en letra de canción y muy pocos letristas lo dominan. Es un género literario muy particular la letra de canción, porque lo central es el sonido de las palabras, y que la voz pueda cantarla con gracia, sin estorbos”.
Patricio García puede asumir la piel de un poeta enrevesado y atormentado a veces, y otras, el de una gran lucidez animista para quienes quieren una dosis de noches inocentes o de melancolía vagas, como si fuese un film de Aki Kaurismäki. Así se pierde entre romanticismos en “Mirame linda”, que encuentra una vuelta divergente a las formas remanidas de hablar sobre el amor. Entonces, en lugar de cantar cosas como “Tu amor me hace brillar”, García busca la gracia y opta por componer: “Mi amor no tiene miedo, mi amor de pelo suelto, mi amor de luz prendida”, sobre coros que recuerdan la primavera de la paz de los 60 y bandas como Jefferson Airplane, mientras que canciones como “En el feudo” o “La mutación va a tener lugar” condensan su búsqueda rítmica actual que nos hace bailar de forma inapelable.
Así lo confirma el músico: “Lo funky lo quiero llevar al extremo, al extremo de minimalismo, de disonancia. Hace un tiempo que mi interés está puesto en el ritmo, en la música de África y de Afroamérica. Es un elemento que por muchos años relegué a un lugar secundario para enfocarme en la armonía, el acorde y en la melodía. Y ahora le estoy dando el lugar principal”.
Excéntrico, por momentos reflexivos de los años que han pasado, Patricio García, el rockstar tucumano más importante de su generación, cierra un show bisagra en su carrera con uno de sus clásicos, “Siamés”: “Me voy a ir un día, cuando me vaya un día. Después de todo, nena, hay una parte de mí que cree que está muerta y hay otra parte de mí que se ríe de todo (…). Me voy a ir un día entre algas marinas (…). Y hay otra parte de mí que sabe que ya nada importa”.
Escuchá a Patricio García en plataformas de streaming (Spotify, Tidal, Apple Music).