En sus últimos años de secundario durante los 2000, Nicolás Roque trasnochó seguido. Cuando todos en su casa se iban a dormir, él se sentaba frente a la computadora y experimentaba con instrumentos digitales, sampleos y secuencias rítmicas. “El FL Studio fue lo primero que aprendí a usar y ahí arranqué,” cuenta el músico cordobés. En esos desvelos adolescentes compuso sus primeros beats y se aventuró a hacer música “sin saber nada de teoría ni de armonía.” Unos años después se instaló en Buenos Aires y se formó con profesores de piano, teoría clásica y trompeta, y estudió composición en el Instituto Sebastián Piana y en el Conservatorio Manuel de Falla.
En 2015 encontró, casi de casualidad, el germen de su proyecto Quïto, con el que lleva editados el EP Roca y magia y un single titulado El mandinga. “En una juntada una amiga me mostró a King Coya y yo no lo podía creer, nunca había escuchado algo así. Ahí tuve una revelación. Empecé el proyecto porque quería hacer ese tipo de música,” recuerda. Sin embargo, ubica su influencia más fuerte en la experiencia cotidiana, en las conversaciones con amigxs, los viajes en bondi, y ruidos e imágenes que son la materia prima de sus ideas musicales. “Siempre compongo a partir de algo que escucho o veo en cualquier lado, después intento traducirlo a música.”
Los temas de Quïto evocan paisajes oníricos, performances rituales e imágenes ancestrales. “Son sonidos que personalmente me gustan, que me hacen vibrar y siempre compuse desde ese punto de vista,” cuenta Nicolás, y agrega que prefiere identificar su trabajo compositivo más con una suerte de alquimia sonora que con un proceso sistemático. En busca de texturas y sonoridades, el músico emprende una tarea artesanal de recolectar retazos de canciones preexistentes, fragmentos de entrevistas grabadas o audios de WhatsApp y luego los fusiona con ritmos andinos, bajos inmersivos y una variedad de sonidos digitales de lo más diversa. “Cuando bajo la idea a un demo trato de encontrar las congruencias armónicas y que todo suene lindo, puliendo los sonidos, los sampleos y demás,” explica.
Su primer disco fue producido íntegramente en su estudio casero y es una suerte de collage de géneros musicales y formas expresivas. Abre con un texto recitado al que se va incorporando de a poco el sonido de un sikus, sigue con unos instrumentales electrónicos con reminiscencias andinas, continúa con un canto sutil integrado a una base de trip hop, pasa por la chacarera y el valse, y culmina con un cóver cumbiero de “La dispute” de Yann Tiersen. En El mandinga, su trabajo más reciente, insiste en el crossover y combina la payada, la cumbia y el electropop.
Aunque en una escucha ligera resulte casi automática la asociación con los artistas del sello ZZK, Quïto prefiere no encasillarse ni adscribirse a ningún modelo. “Me encanta decir que lo que hago es pop. No pienso que sea folclore electrónico o música electro andina, como me han dicho. Obviamente en el disco hay sonidos de instrumentos que se asocian, como el sikus o el bombo leguero, pero no me atrevería a decir que pertenece a esos géneros,” declara el joven compositor, que actualmente se encuentra trabajando en su segundo EP titulado Kairos. “También me di cuenta que hay una forma en la que hago las cosas que así sale sin que yo lo busque. No sé si será algo como un estilo, pero sí una manera particular de sonar.”
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