En el mundo editorial existe un concepto que plantea un ideal a perseguir, una guía o faro que muestra el camino que hay que caminar: la bibliodiversidad. Lógicamente, es una adaptación del concepto de biodiversidad pero aplicado al mundo del libro. En ese sentido, el concepto se explica solo: la industria editorial debe perseguir la diversidad de voces, temáticas, estilos, expresiones, representaciones, etcétera. Por algún motivo que excede completamente los alcances de esta nota, la industria musical no ha desarrollado un concepto normativo como la bibliodiversidad. En mis días más pesimistas culpo a las corporaciones: la salida fácil y obvia de todo mal. En mis días más ingenuos, al hecho de que el significante musicodiversidad es infinitamente inferior en términos estéticos y marketineros que bibliodiverisdad.
Sea cual sea el motivo de la ausencia de ese concepto, lo cierto es que esa carencia no inhibe el hecho de que toda escena musical pop, si se precia como tal y pretende dejar cierta huella en el campo cultural, tiene que perseguir la diversidad. El pop es una maravilla muy hermosa y ecléctica y deforme como para que toda la producción musical de un mismo tiempo y espacio (por nombrar solamente las dos variables fundamentales de una escena) sea parecida, suene igual o genere las mismas sensaciones. Pero muchas veces las cosas no pasan como nos gustaría que pasen y junto con el afianzamiento y la profesionalización de una escena llega, también, el conservadurismo y la repetición.
Por eso, la aparición de un disco –EP, LP, rejunte de temas sueltos, lo que sea– que desafíe el estándar coyuntural del pop es siempre una bendición. El socorrito, primer EP del dúo Theo y Simón, juega ese partido. Publicado en la segunda mitad del 2020, cuando todavía el mundo seguía procesando la pandemia pero en nuestro país ya se flexibilizaban (por primera vez) los permisos de circulación, este disco acústico, íntimo, bajito y profundo empezaba a susurrar notas, ideas y emociones en las listas de Spotify.
El socorrito no suena a nada que el indie nacional produzca hoy. Y “hoy” es los últimos 5 o 6 años. O tal vez más. Theo y Simón, que llevan como nombre de grupo sus propios nombres individuales, traen de nuevo una tradición del pop nacional que está enraizada en sus orígenes pero que había sido olvidada por el canon construido en base a beats electrónicos y sintes de los ochenta: la del dúo acústico. Pedro y Pablo, Sui Generis, Vivencia, Pastoral son las caras y los titulares más renombrados de esa tradición acústica en la génesis del pop nacional, son las bandas que aportaron el fogón y le permitieron al público apropiarse de los estribillos y reproducirlos en las playas y los campamentos. Esa tradición acústica tuvo una evolución sustancial en la década del 2000 con esa agrupación perfecta que fue Flopa Manza Minimal y que duró solamente su disco homónimo.
Theo y Simón traen de vuelta y continúan esa vertiente histórica del pop nacional aunque no suenan exactamente a ninguna de las bandas mencionadas porque no buscan el estribillo coreable sino la intimidad silenciosa y profunda de las séptimas mayores y las letras etéreas. Y eso se ve incluso en la producción: cinco temas grabados en cinta, pocos canales, instrumentación justa y necesaria, armonías vocales sencillas y guitarras criollas y acústicas acolchonando las melodías.
La voz de Theo –el principal cantante del dúo– es como una hoja que planea en el aire mientras cae de la rama al suelo. Arranca y se pierde y regresa, como un vaivén que cobra vida con las letras etéreas de los temas. Una idea va a venir y otra va a salir de tu boca, canta en “Andes”, el primer tema, entre percusiones que rozan lo folclórico y sonidos de la naturaleza y lo salvaje. Así, con aires de Devendra Banhart y José González, el dúo actualiza esa tradición acústica con sensibilidad millennial: los arpegios clásicos en “Hojita” que preparan la llegada de una voz tímida que, en un gesto poético laptriano (¿podemos empezar a adjetivar así, no?), solamente dice “doy vuelta tu remera, ¡qué calor!”; el misterio penumbroso de “Último piso” y la belleza breve y confusa de “Sentado” (la letra empieza con un pero), canturreada a dos voces, con los larai-larais graves de Simón, y un final abierto que deja todo libre a la imaginación.
El socorrito es un disco hecho para hacerse preguntas: la nostalgia que trae el sonido de la cinta, las letras como pinceladas de aire, los arpegios clásicos pero inconclusos, que derivan sutilmente en lugares impensados y las armonías artesanales, a base de guitarra y nada más que guitarra, son una anomalía tan silenciosa y potente en el contexto del indie que, al finalizar el disco, uno no puede más que volverlo a arrancar. Como en la literatura, la belleza de la música muchas veces pasa, también, por arrojar preguntas. Por dejar la pelota picando y plantearle al receptor del mensaje, el lector o el oyente, el usuario, una incomodidad leve, una molestia placentera. Theo y Simón logran eso con un disco fresco y cálido al mismo tiempo, que transforma una tradición sin vulnerar su esencia intimista. Y eso se agradece mucho.
Theo y Limón se presentan el 30 de noviembre en Nün Teatro Bar (Juan Ramírez de Velasco 419, CABA). Escuchá El socorrito de en plataformas de streaming (Bandcamp, Spotify, Apple Music).